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Amalia Bautista, Mabel Escribano y Rosa Iglesias

, publicado el 13 Octubre 2012

[caption id="attachment_2382" align="alignnone" width="266"] Rosa Iglesias[/caption]

El puente
por Amalia Bautista

Si me dicen que estás al otro lado
de un puente, por extraño que parezca
que estés al otro lado y que me esperes,
yo cruzaré ese puente.
Dime cuál es el puente que separa
tu vida de la mía,
en qué hora negra, en qué ciudad lluviosa,
en qué mundo sin luz está ese puente,
y yo lo cruzaré.

 

Guardar la noche
por Mabel Escribano

De vez en cuando
(muy de tarde en tarde)
juego a desmontar la noche.
Quito las estrellas
ahuyentando a los díscolos luceros.
Sola frente a ella
sonrío desnudándola lentamente
doblando con mimo el negro satén
que la envuelve haciéndola hermosa.
La dama blanca, al verse sin vestido
se torna rojiza corriendo tras el sol
semidormido, recién caído
de la cama del horizonte
sin bañarse en el mar
despeinados sus rayos
alcanzando la cima
con el piolet de las horas
subiendo a trompicones
por un cielo de atrezzo desmontado.
De vez en cuando
intento ser una pequeña diosa
por saber, a qué sabe
dejar desnudo el cielo de una noche
como aquellas otras en las que
(muy de tarde en tarde)
sentí, como hoy
ahogarme de tristeza.

 

Cuando caen los ángeles
por Rosa Iglesias
"Morirse a tiempo es consolador
cuando van cayendo los ángeles..."

R.I

Y así es cómo van los ángeles cayendo,
como siglos y siglos de bondades abortadas.
Pero hay una luz de sensibilidad
que mientras transcurre, silba.
Yo me quisiera morir muy despacito a veces...
Como un pajarillo triste,
como un halo de vapor que se disipa
en su propia levedad
para ser causalidad del aire.
Pero es esta pesadez en el alma,
este plomo de gravedad y de sombra
el que va aceptando su nueva densidad
de piedra...
Si al menos pudiera alguien decirme
cuál es el peso exacto de la oscuridad
o el calibre de la nubes cuando sufren
penitencias de lastre y acero.
Perdonadme si me agobio
por tener que admitir, que la verdad
no es siempre una valentía útil,
que la he visto sangrar
en manos de iconoclastas obtusos,
que aunque la divisé gloriosa, elevándose
con vuelos arriesgados
también la vi caer, precipitándose inservible,
contra las terribles aristas de algún corazón de roca.
Pero ya no hay necesidad de llorar
inconsolables por ella
ni existe otra expectativa prioritaria
que la de aprender a asumir la libertad,
del mismo modo
que aun aprenden los niños
a colisionar con la muerte.

 

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