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Clarissa Medeiros nos cuenta cómo es ser lesbiana en Brasil

, publicado el 18 Marzo 2010

Este mes viajamos hasta Río de Janeiro para conocer la experiencia de la comunidad lésbica en este país de la mano de Clarissa Medeiros.

“Mi familia es muy tradicional. De militares, tanto por parte de madre como por parte de padre. Fui educada teniendo como referencia la religión católica y llegué a estudiar en un colegio de monjas. Por lo menos no estaba interna y convivía con niños, no sólo con niñas. Por suerte eso ya estaba pasado de moda en Brasil. Y ahora que lo pienso, ese tipo de segregación nunca me gustó. Siempre he tenido amigos de ambos sexos. Es cierto que solía jugar más con los chicos. Las chicas, en su mayoría, se quedaban dentro de casa con muñecas y aquello me parecía de lo más aburrido. Me resultaba más interesante jugar a la pelota o andar en bici. Quizás por eso mis mejores amigos, desde la más tierna edad, pertenecían al sexo opuesto. Congeniaba más con ellos. Y, claro, tenía más trato con ellos también. Con las niñas tenía una relación cordial, pero más restringida al ambiente escolar. Así era: en la escuela, andaba con niñas; al llegar de clase, con niños. ¡Era hora de jugar! Esas circunstancias hicieron que estuviera cerca de los niños/hombres desde pequeña. Era amiga, consejera y, sobre todo, cómplice de ellos. La amistad con algunos de ellos permanece firme hasta hoy. Muchos son muy cercanos. Incluso aquellos con los que tuve un rollo más allá de la amistad.

Mi madre y mi padre trabajaban y yo crecí con mis abuelos maternos. Por haber sido la primera nieta por parte de madre, mis abuelos me consentían en todo. Mi padre, muy radical y militar en su actitud, era más duro. A veces tenía la impresión de que se quitaba el uniforme al llegar a casa, pero era como si de alguna manera siguiera en el cuartel. Mi abuelo, piloto de avión, sufrió un accidente de joven y se jubiló luego. Fue mi suerte… ¡No le pudieron lavar el cerebro! A pesar del choque –libertad con los abuelos versus enfrentamientos con mi padre–, la verdad es que tuve una infancia fabulosa. Recibí mucho amor, tenía muchos amigos, jugaba con ellos y era aplicada en los estudios.

Todo eso lo cuento a modo de preámbulo. Me cuesta ubicar el momento preciso en el que me di cuenta de mi sexualidad. Recuerdo que desde niña me gustaban mucho mis profesoras. ¡Me encantaban! Estudié en colegios mixtos (incluso el de monjas también lo era), de modo que también tuve profesores. Pero desde luego ellos no ejercían la misma fascinación en mí.

Tengo un retrato de mi séptimo cumpleaños. En una de las fotos estoy abrazada con una profesora. ¡Se me ve muy feliz! Siempre que mi madre invitaba a gente para la celebración de mi cumple, pedía que trajera a mis profesoras. Creo que más o menos a esta edad, aunque no tuviera conciencia de qué era aquello, ya nutría un sentimiento por mujeres que iba más allá de la admiración. ¡Me fascinaban! ¡Las quería cerca! ¡Deseaba compartir momentos importantes de mi vida con ellas! No sé qué sentía… ¡pero era algo maravilloso!

A pesar de la educación católica y del hecho de venir de una familia de militares, nunca sentí que aquello fuera erróneo. Con relación al entorno, no creo que éste haya definido mi sexualidad de manera decisiva. También habrá influido, pero creo que eso se da por una serie de factores. Hay quien dice que es lesbiana por convicciones políticas, por ejemplo. No es mi caso. No soy lesbiana por otra razón que la afinidad a nivel afectivo y sexual con una mujer. No me disgustan los hombres. He tenido buen sexo con ellos y quise mucho a algunos que pasaron por mi vida. Pero creo que me he involucrado de manera más profunda e intensa con mujeres. No descarto nada ni vuelvo a decir “de ese agua no beberé”. Limitarte puede resultar tenderte a ti misma una gran trampa. Tampoco es que me considere bisexual. Sólo creo que ciertas cosas van cambiando a lo largo de tu vida y tienes que hacer lo que te apetece sin preocuparte demasiado por los demás. Debes ocuparte de ser feliz y de hacer feliz a la persona con la que estés. Ese intercambio con la persona amada es lo que importa y lo más rico.

Mi madre se lo tomó bien. Incluso le daba orgullo el tener un hija lesbiana. Eso mostraba lo moderna que era ella. Me alegra que lo haya encarado de esa manera. Me preocupaba un poco el que ella, que adoraba mis amigos gays y tenía un discurso liberal, cambiara de parecer por se tratar de su hija. Cuando le toca al vecino es diferente de cuando te toca a ti… Muchos amigos míos lo habían sufrido. Yo, por suerte, no. Mi padre opta por no hablar del tema.

Brasil es el país de la paradoja. Ahora por ejemplo es carnaval. Hay toda una cuestión sexual muy fuerte y pulsante. Todo está permitido. Ves a chicas con chicas y a chicos con chicos. Ves a mucha gente travestida en las calles. Pero no es así el año entero. Aquí puedes usar bikinis provocativos que enseñan casi todo pero no puedes hacer topless en la playa… En mi ciudad, Rio de Janeiro, la gente suele cuidarse mucho la apariencia. Es una ciudad turística, con muchas playas. La gente suele estar en forma, llevar poca ropa encima. Impera la dictadura de la belleza. Yo paso un poco de esto. Es algo que me saca de quicio. Suelo andar siempre cómoda. En pantalones cortos o con vaqueros. Siempre con camisetas o tirantes.

Hay homofobia en Brasil. Creo incluso que ocupamos una de las primeras posiciones en Latinoamérica. Muy triste, especialmente cuando una ciudad hermosa como Rio se caracteriza por una ocupación demográfica, en teoría, equitativa. En las playas, convivimos todos. Por las calles ves grande mistura étnica. Podría ser realmente la ciudad atractiva para la comunidad LGTB que venden las agencias de turismo. Hay mucha fiesta, gente guapa, alegría y paisajes hermosos. Pero también violencia. A mí por ejemplo me lanzaron una botella de coca-cola por ir de la mano con la que era mi chica en Lagoa, un barrio de Rio. No dejé de hacerlo pero aquello me hizo despertar y ver lo lento que vamos avanzando en cuanto a consecución de derechos. No hay leyes que permitan el enlace entre personas del mismo sexo y por más que la legislación federal nos proteja contra agresiones no la veo muy efectiva en términos prácticos. Los transexuales también lo tienen difícil. No se ven amparados legalmente. Tampoco los gays. Espero que eso cambie en los próximos años. Y creo que así será. Los medios de comunicación de masa aquí tienen mucha fuerza como formadores de opinión y percibo una tendencia y un interés mediático.

Hay un sentimiento de impotencia ante una sociedad que te quita derechos que, como ciudadano, deberías tener más que asegurados a la par que te obliga a cumplir tus deberes. Surrealista, ¿verdad? Pero más vale que luchemos para ver reconocidos nuestros derechos. No creo que se trate de una lucha por la conquista de derechos para el colectivo LGTB sino para toda la sociedad. Estamos hablando de respaldar y legitimar derechos comunes a todos los ciudadanos, no de otra cosa.

Creo que el que países como España y Portugal lo logren, nos abre puertas. Al final, somos iberoamericanos. ¿Quién iba a pensar que España lo fuera a conseguir? Viví en Madrid durante los últimos años de Aznar como presidente de gobierno y aquello parecía un sueño lejano. Ojalá que aquí lo que también parece un sueño lejano no esté tan lejos así de hacerse realidad”.

Etiquetas: armario , lesbiana
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