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Dora Carrington: amor incondicional

, publicado el 1 Julio 2011

Es fácil enamorarse de una mujer tan compleja y sencilla a la vez, colmada de una sensibilidad artística que le bombeaba la sangre y la mantenía viva. Es casi natural querer a alguien con su corazón. Sin embargo, ella se enamoró de un ser que representaba el agua: por más que intentó retenerlo, siempre acaba deslizándosele entre los dedos.

El accionista mayor de su alma fue el escritor homosexual Lytton Strachey. Desde el día en que lo conoció, la vida sentimental de la pintora británica Dora Carrington estuvo marcada por un punto y aparte. Su obra también se vio condicionada por él.

La atracción fue mutua: ambos se sintieron fascinados por el otro. Brotó la admiración, el respeto y un amor complejo, que fueron materializando en muy distintas formas a lo largo de los años. Dora se enamoró perdidamente de Strachey, pero, a pesar de haber sido amantes, la homosexualidad de éste le impidió corresponderle como ella hubiera deseado.

Su relación con Lytton la vinculó indirectamente al grupo Bloomsbury, el mismo al que pertenecían Virginia Woolf y Vita Sackville, entre otras. Este círculo reivindicaba el sexo y lo liberaba de toda culpa o vergüenza. La ideología del grupo casaba de maravilla con la vida bohemia de Dora y con su defensa de las relaciones sentimentales abiertas. En este marco se desenvolvió siempre con Strachey. Y bajo estos códigos le fue posible mantener una especie de matrimonio a tres, tan típico en el ambiente en que ambos se movían. Mientras vivía con Lytton, conoció a Ralph Patridge. Ambos se enamoraron de él. Dora y Ralph contrajeron matrimonio. El trío se fue de luna de miel a Venecia y vivieron juntos, de 1924 a 1932, en la casa de Ham Spray que compró Strachey.

Pero la carne es débil y la necesidad de sentirse amada acuciaba y arrasaba con su deseo. Carrington no se sentía satisfecha en el plano sentimental y no se resistió a los brazos de mujeres como Henrietta Bingham y Julia Strachey. A la primera, hija de un embajador americano, la conoció en 1923, cuando Dora contaba con tan solo 20 años. La relación podría verse también como un ménage à trois, ya que Henrietta había sido anteriormente amante de Strachey. A Julia Strachey, novelista y sobrina de Lytton, la conoció en 1925. Las frecuentes visitas de Julia a Ham Spray, tuvieron como resultado un romance entre ambas. El affaire no duraría mucho, ya que en 1927 Julia se casaría con Stephen Tomlin, quien fuera amante poco tiempo atrás de Henrietta. ¿Me siguen? Sí, lo sé, el grupo de Bloomsbury se enreda y se enreda. Toda un maraña de relaciones sentimentales que se entrecruzan en un sinfín de combinaciones. Encontrar en este grupo a un miembro heterosexual era difícil. Lo común y habitual eran las relaciones homosexuales y bisexuales. No olvidemos que una de sus máximas era el amor y el sexo libre. Rendirse ante los placeres del cuerpo. Sin tapujos. Sin prejuicios.

¿No se preguntan qué pasó con Ralph Patridge, el tercero en discordia, marido de Dora? En 1926, comenzó una relación con Frances Marshall y

La amistad que unía a esta peculiar pareja fue incondicional y estuvo siempre por encima de cualquier circunstancia. En 1928, Dora mantuvo relaciones con un amigo de Ralph, Bernard Penrose, de quien se quedó embarazada. La pintora decidió abortar. Se vio sola, sin apoyos; pero con la certeza de no querer traer una criatura al mundo. ¿Saben quién fue el único que se mantuvo firme a su lado y la ayudó a pagar el aborto? Sí, fue él: Lytton Strachey. ¿Quién, si no?se trasladó con ella a Londres, aunque continuó visitando a Carrington y a Strachey los fines de semana.

Ambos compartieron una relación arriesgada y revolucionaria para la época; pero tremendamente sincera y humana. A pesar de haber intentado en varias ocasiones separarse de Lytton y dejar de empeñarse en un amor imposible, a pesar de haber probado a poner tierra de por medio, Dora nunca consiguió desengancharse de él, ni apagar esa llama. Sólo calmarla a ratos. Strachey, por su parte, vivió siempre en la pena de no poder corresponderla, cargando a menudo con un sentimiento inevitable de culpa.

Estamos ante una mujer rompedora en sus tiempos, una mujer que puso de moda el corte de pelo à la garçonne. Tal vez se la conociera más por su vida desgraciada y compleja que por su obra. Lo cierto es que Dora parecía poseer un encanto personal mágico que atraía a muchos escritores de entonces. Esta fascinación y belleza interiores hicieron que muchos de ellos la incluyeran en sus obras: D.H. Lawrence, en su obra Women in Love (como Minette Darrington); Wyndham Lewis, en The Apes of God (como Betty Blythe); Rosamund Lehmann, en The Weather in the Streets (como Anna Corey); y Aldous Huxley, en Chrome Yellow (como Mary Bracegirdle).

En 1931, Lytton cayó enfermo. Sus días estaban contados. Dora, desesperada, llevó a cabo un primer intento de suicidio, encerrada en el garaje de su casa con

el coche en marcha e inhalando los gases. Ralph llegó a tiempo de evitar la tragedia. Pero dos meses después de perder a Lytton, Dora no encontraba aliciente que la empujara hacia adelante. No era capaz de encajar la muerte de quien dio sentido a su vida. Fue entonces cuando llevó su plan a término y su última voluntad se hizo realidad. Esta vez Ralph no estuvo allí para impedirlo. Una bala fue suficiente para poner fin a la agonía de vivir en un espacio en el que Lytton ya no existía.

Pero escuchemos el dolor en voz de la propia Dora, días antes de su trágico final:

Dicen que tenemos que mantener nuestras pautas y nuestros valores vivos. Pero ¿cómo voy a poder yo, si solo los conservaba por ti? Todo era por ti. Amaba la vida únicamente porque tú la hacías tan perfecta; y ahora ya no queda nadie con quien contarse chistes o hablar de Racine y de Moliere, de planes, de trabajo y de la gente.

Soñé otra vez contigo la otra noche. Y cuando me desperté fue como si acabaras de morir. Cada día lo encuentro más difícil de soportar, pues ¿para qué vivir ahora? Echo un vistazo a nuestros libros preferidos e intento leerlos, pero sin ti no me dan ningún placer. Me acuerdo solo de las noches en las que tú me los leías en voz alta, y entonces lloro. Me siento como si hubiéramos almacenado todo nuestro trigo en un granero para hacer pan y cerveza el resto de nuestras vidas, y el granero hubiese ardido hasta los cimientos, y nosotros contempláramos las ruinas carbonizadas, de pie, una mañana de invierno. Pues en esta habitación estaba la cosecha de nuestra vida juntos. Toda nuestra felicidad estaba sobre ese fuego y con esos libros. Con Voltaire bendiciéndonos, la mano alzada sobre el muro... Es imposible concebir que nunca más me sentaré contigo y escucharé tu risa. Que cada día del resto de mi vida tú no estarás. [Breve tratado de la pasión, de Manuel Manguel]

Más información:

Carrington, película dirigida por Christopher Hampton (1995).
The Art of Dora Carrington, de Jane Hill, The Herbert Press, 1994.
Breve tratado de la pasión, de Manuel Manguel, Lumen, 2008.

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