La paciente lesbiana que se enfrentó a Freud nos cuenta su historia

Freud es el padre del psicoanálisis, no se le puede negar. Descubrió reveladores conceptos aun a día de hoy son esenciales para el ejercicio de la psicoterapia, pero también volcó en sus escritos y en sus pacientes sus propios prejuicios y las carencias éticas de su época. 

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Situémonos. Mundo civilizado de 1920 a la par que falocéntrico y radicalmente heteronormativo. Por aquel entonces la homosexualidad era un pecado y Freud, al menos, la sentó en el diván. Eso es todo lo que se le puede agradecer, que no hiciera una condena expresa sino que la explorara. Pero el resultado fue una serie de intentos, por supuesto infructuosos, de hacerla desaparecer. 

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Su caso más sonado, que no el único, fue el que llamó “Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920). En su diván se sentó Sidonie Csillag, una mujer abiertamente lesbiana que vivió entre 1900 y 1999. Tenía 14 años. Dos periodistas vienesas amigas de Sidonie, Ines Rieder y Diana Voigt, han escrito su biografía, “La joven homosexual de Freud”, brindándonos el lujo de saber la vivencia de la propia paciente ante su psicoanálisis.

Sidonie les contaría ya a sus 96 años que su padre la envió a Freud tras descubrirla de la mano de una baronesa, Léonie Von Puttkamer, de mala fama (conocida por tener una relación a tres con un hombre y una mujer). La escena es la siguiente: Ambas van del brazo y se cruzan con el padre. Sidonie sale corriendo -literalmente- del impacto del encuentro. Tiempo después vuelve a buscar a la baronesa pero esta se niega a volver a verla y nuestra protagonista se tira (no queda claro si se cae) a las vías del tren, algo que solo le sirve para salir magullada y prometerle a su padre que irá a terapia con Freud 5 veces por semana y que no volverá a verla.

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Pues bien, Sidonie fue a terapia. Pero no dejó de ver a la baronesa, y tras las sesiones con el psicoanalista, se iba directa a su casa. Aquí empieza el conflicto. Según Sidonie, ella le explicó a Freud que tal fue la culpa que sintió por haber salido corriendo y el creer que había perdido a Léonie que se “volcó hacia el ferrocarril” (imaginemos una adolescencia lésbica a principios del siglo XX). Freud escribió esto: “Nuestra muchacha, en pleno complejo de Edipo, ansiaba parir un hijo de su padre. Fue entonces cuando su madre se quedó embarazada. El desengaño le supuso rechazar de pleno el amor al hombre y la femineidad. A este punto podrían haber sucedido muchas cosas. Sucedió la peor de ellas: Se transformó en hombre y tomó como objeto erótico a la madre en lugar de al padre“. Sidonie recuerda en su biografía que se sintió indignada ante esta interpretación y, por suerte, no se la creyó. 

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Pasaron muchas sesiones, y a cualquier sentimiento homosexual, Freud hacía similares interpretaciones. Hasta que se cansó de la imperturbabilidad de Sidonie y abandonó el caso, explicando que “Sidonie ha proyectado sobre mi al padre, actuando conmigo con la misma radical desautorización que la dominaba desde el desengaño (lo del embarazo de la madre). Sospecho que tiene una férrea voluntad de imponer su modo de vida”. 

“Freud no entendió un comino de mi, era un cretino”. Con estas palabras la poderosa Sidonie recuerda el final de su tratamiento. Su carácter la permitió vivir una vida plena como homosexual -tuvo varios amores- en un siglo bastante homófobo, así como no dejarse cuestionar ni por el mismísimo Sigmund Freud. Admirable. Freud lo describió con sus propias y machistas palabras: “De genio vivo y pendenciero, había desarrollado una poderosa envidia del pene. Era en verdad una feminista, hallaba injusto que las niñas carecieran de los mismos derechos de los varones y se revelaba absolutamente frente a la suerte de la mujer”. 

Pues lo dicho, admirable. 

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