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María Cyber nos cuenta cómo es ser lesbiana en Grecia

, publicado el 22 Septiembre 2010

“Lesbiana”… Escuché por primera vez esa palabra cuando tenía 10 años de edad. Estábamos participando en un juego sobre quién conocía más palabras vetadas y, aunque el marcador estaba ajustado, esta palabra marcó la diferencia. Yo protesté: “¡No conozco esa palabra! No cuenta. ¿Qué se supone que significa?”

La respuesta nunca llegó… “Es una palabra muy mala, no te lo voy a decir, vas a ir corriendo a decírselo a tu papá”. Le rogué que me dijera lo que significaba. Mi curiosidad era —y todavía hoy es— implacable, sobre todo cuando se trata de conocer temas tabú. Al final, comenzaron a pelear y algunas horas más tarde fui corriendo a mi papá y le pregunté: “Papá, ¿qué es una lesbiana?” Mi padre saltó de su silla. Estaba tan asustada que creí que iba a pegarme. Di un salto atrás y le pregunté de nuevo, esta vez en voz más baja: “¿Qué es una lesbiana?” Mi papá dijo: “¿Dónde has oído eso?” Todavía hablaba en voz baja, gracias a Dios tuve cierto ingenio y contesté: “En la calle… Dos hombres estaban discutiendo y uno de ellos llamó al otro lesbiana”.

“Había una vez una reina en la isla de Lesbos que se puso muy enferma. Su enfermedad le hizo odiar a los hombres y finalmente le condujo al suicidio.” Esto es lo que mi papá me dijo que significaba y yo lo tomé como una horrible enfermedad que tienen las mujeres. También me di cuenta entonces de que, puesto que sólo las mujeres en cuestión pueden padecerla, fue un error por mi parte decir que dos hombres en la calle se llamaban el uno al otro lesbiana, pero por suerte ese detalle pasó inadvertido.

Hasta el momento que tuve 15 años, la palabra no me preocupó de nuevo y no volví a utilizarla aunque estuviera muy enfadada. Yo ya conocía la palabra “homosexual”, y no como una palabra de maldición precisamente. Las mujeres aman a las mujeres y en ninguna parte vi ninguna señal de esta enfermedad que te hace odiar a los chicos. Por el contrario, ¡eran mis mejores amigos! Jugábamos al fútbol, gastábamos bromas absurdas, bailábamos lento en las fiestas de cumpleaños, participábamos en el juego del beso donde un chico y un par de chicas hacían girar la botella (en cuyo caso siempre rezaba para que mi botella terminara apuntando a otra chica). Ponía todo mi empeño para conseguir que se parase delante de otra chica, y cuando el azar, finalmente, me favorecía, siempre había un chico estúpido que la hacía girar de nuevo. Yo nunca dije nada. Sabía que esto tenía que permanecer en secreto. ¿Lo peor? Tenía que sentir la saliva de un chico en mis labios. Con mis labios firmemente cerrados siempre, deje de jugar a ese juego, ya que no tenía ningún sentido para mí.

Un día estaba caminando con mi madre por la calle Charokopou y en un puesto de periódicos vi la revista Amphi (Bi), una revista de liberación homosexual. Ahora que lo pienso, todo el barrio le llamaba marica al dependiente del kiosco de periódicos. Estaba delante de mi secreto favorito, palabras ilegales colgadas delante de mí con una portada de dos hombres besándose. Seguí a mi madre de vuelta a casa … y de pronto le dije que me había olvidado de algo. Había querido comprar un cómic y lo había olvidado al pasar por allí, así que cogí dinero de mi madre, volví y compré la revista. Fui a mi habitación, cerré la puerta y empecé a hojearla. Pollas, penes, erecciones… No había ninguna mujer en las fotografías interiores; pensé en tirarlo. La tonta provocación del libro de tiras cómicas de vampiros con pechos grandes oculto bajo mi cama era mucho mejor. Entonces vi en la esquina inferior derecha de un página lo siguiente: “Reunión del Grupo de Lesbianas de Atenas a las 19:00 horas, en calle Zalogou 10, Atenas”. Durante toda la semana ahorré mi paga, tenía mi mejor ropa planchada y lista y no necesitaba ninguna excusa. Siempre había hecho este tipo de cosas, de todos modos. Todas las noches hasta el miércoles soñé que la chica de mis sueños me besaba abiertamente. Ya lo había anunciado a todos mis amigos, que intentaron durante toda la semana desanimarme y asustarme. Nada podía detenerme, estaba harta de juegos de besos y girar botellas. ¡Quería bailar lento y besar a una chica!

El miércoles a las 19:15 horas estaba en la calle Zalogou, frente a un sótano. Vacilé un poco mientras bajaba las escaleras. Cuando entré en la habitación, vi una gran sala llena de revistas apiladas, que se dividía en dos áreas más pequeñas separadas por un gran armario. No había chicas a la vista, sólo un tipo hablando por teléfono. Me eché a reír; me recordó a Paravas, este actor griego que siempre ha representado al homosexual en el cine griego. No había visto algo así tan de cerca nunca.

Salí corriendo, no hablé con él a pesar de que me vio, las lágrimas corrían por mis mejillas de tanto reír en la calle. Traté de parar y ponerme seria. Volví a bajar las escaleras y él seguía hablando por teléfono. Cuando lo vi allí de pie con esa gracia, me escondí detrás del armario y no pude contener la risa. Le oí colgar el teléfono, dio dos pasos y de repente me estaba mirando fijamente. Era muy dulce y amable. Se llamaba Kostas y me dijo que las chicas llegarían de un momento a otro.

Esperé con ansiedad y en cinco minutos vi varios pares de piernas que bajaban las escaleras. Piernas de mujeres con pantalones. Ya faltaba poco para completar las 12 chicas, se habían reunido todas. Mis esperanzas estaban ahora extinguiéndose. Incluso la historia de mi padre parecía ser verdad en ese momento. Enferma y fea, ¿crees que me voy a suicidar en unos pocos años? Pero no fue así. Me quedé y llegué a conocerlas. Poco a poco me empezaron a gustar algunas de ellas; podía ver lo dulces que eran bajo ese exterior tan bruto y torpe que de alguna manera las asemejaba a mis compañeros de clase. Yo era la más joven de allí, hasta que hacia el final de la reunión llegaron un par de chicas jóvenes. Eran sólo dos años mayores que yo y me quedé sin habla. Todos mis malos pensamientos se disiparon; las dos eran tan hermosas… Respiré hondo y traté de ocultar mi emoción. El próximo miércoles estaría de regreso y algunos miércoles más después de eso.

Tenía 15 años y medio y estaba muy adaptada a la escena lésbica de Atenas en los años 80, que no tenía nada que ver con lo que es hoy. Conocía todos los bares de lesbianas y sus lugares de reunión, y había conocido otros grupos de lesbianas. Estaba muy feliz de haber encontrado mi lugar en el mundo.

En esos seis meses había inundado mi habitación con pósters de liberación homosexual y cuando me presentaba, en primer lugar decía “lesbiana” y luego mi nombre. Yo sabía que no era una enfermedad y que no estaba molestando a nadie. Mi alegría era tan grande… Mi madre era muy tolerante porque en el fondo nunca se lo creyó. Se lo había contado, pero ella pensó que era una cosa “punk”, junto con el pelo rapado y las manifestaciones. Ella cerraba la puerta de mi dormitorio para que los visitantes no vieran los carteles. Por despecho, pegué uno afuera.

Lo confundía con Joplin, Marx y el feminismo y me permitió crecer y superarlo. Yo la había llevado a MLHG (Movimiento de Liberación Homosexual de Grecia) y ella me dio mil dracmas de entonces para ayudarles; un año más tarde, llevamos pasteles de queso al horno para la fiesta del Grupo de Lesbianas en Koukaki. Ella sigue diciendo que debería haber sido más estricta conmigo y se hubiera solucionado cuando era joven. Yo siempre me río cuando le oigo decir eso; ella sabe que no es cierto. Marx pasó, también lo hizo Joplin, pero mis queridas chicas permanecieron. Mi mamá siempre se quejaba de que no llamaba nunca a los chicos y de que siempre salía con las chicas, especialmente mayores. Entonces mi abuela solía decir que al menos así no tenía que preocuparse de si me quedaba embarazada. Creo que fue la primera vez que mi madre gritó: “Mejor que se quede embarazada…” Y en voz más baja: “…a que sea lesbiana”. Mi abuela nunca lo supo y nunca aprendió la palabra lesbiana, para ella era difícil de escuchar y de todos modos mi mamá siempre la decía en voz baja.

Recuerdo a mi primer gran amor; dormíamos juntas en mi casa y en la suya. Mi madre todavía fingía no entender. Una noche llegué a casa llorando. Mi madre me preguntó qué me pasaba y le espeté: “¡Nada, déjame en paz!” Entonces ella me abrazó y me dijo: “Ella te quiere, va a funcionar, ya verás. El teléfono sonará y será Fofo, mañana volveréis a estar juntas”. Yo sabía que ella hablaba sobre el amor.

Cuando tus hijos sufren te olvidas de todo y haces lo que puedes para aliviar su dolor. Al día siguiente sonó el teléfono y estábamos juntas de nuevo. Y mi madre me dijo: “¿Otra vez? ¿Qué he hecho para merecer esto?”

Mis respuestas eran siempre provocadoras e indiscretas. “¿Y yo qué he hecho? Tú me hiciste. No lo he elegido, esto me eligió a mí, y en vez de ayudarme siempre tienes que mantenerlo como un secreto y una vergüenza.” Era entonces cuando ella se enojaba. “¿Un secreto? Me encantaría que lo pudieras mantener en secreto! Salgo de compras y todo el mundo dice: Ahí está la madre de la lesbiana”. Y nuestra discusión siempre terminaba conmigo diciendo:” ¿Qué esperas que digan? ¡Eres la madre de una lesbiana!” Su mejor actuación como reina del drama fue cuando un amigo suyo le mostró un artículo de una revista con mi foto y una entrevista sobre lesbianas. Ella entró en mi habitación con la revista en la mano, mientras yo estaba dormida y me dio un codazo para despertarme. Estaba llorando. Vi la revista y luego cambié la posición para dormir. Yo no quería darle importancia, porque entonces era cuando hacía sus mejores actuaciones dramáticas. No le hice caso y se dirigió directamente a la habitación de mi hermano, que era mucho más atento que yo y solía hablar con ella. Luego entraron con furia en mi habitación. “¡No te conformas con enfadarla, sino que tampoco aceptas tus responsabilidades! ¿Por qué tiene que venir a despertarme y llorarme?” Entonces mi madre vino y dijo: “Vamos a mudarnos. Me da vergüenza hasta ir a la compra”. Le dije que si ése era su problema, que yo podía hacer las compras con mi hermano. “No me metas, arréglalo tu sola”, dijo mi hermano, que odia hacer nada.

“Muy bien, iré a hacer la compra. ¿Puedo volver a dormir ahora?” Mi mamá empezó a llorar más fuerte y siguió hablando entre dientes: “Me has avergonzado tanto… Siempre escucho a la gente susurrando a mis espaldas: Lesbiana, lesbiana, lesbiana...” Mi hermano y yo empezamos a reír, y completamente en serio, le dijimos: “Mamá, por eso hizo la entrevista en la revista, para que no tengas que escuchar más susurros”. Al final tuvo que reírse con nosotros y después vino mi abuela al dormitorio en busca de sus gafas.

Nunca nos mudamos, y mi madre dejó de escuchar esos susurros porque algo es un chisme mientras se mantiene oculto. Si lo dices en voz alta nadie se molesta más.

Recuerdo una tarde en Exarcheia cuando estaba repartiendo, con mi novia de entonces, los flyers para las primeras fiestas sólo para mujeres. Nos pusimos guapas, tratando de romper ese viejo cliché de que las bolleras son malas estilistas y ningún hombre las deseará. Modestamente puedo decir hacíamos una encantadora pareja.

Sotiria MpeloDejamos invitaciones en todas las mesas, no tanto porque pensáramos que iban a venir a la fiesta, sino porque queríamos hacer una declaración: ¡la de que existimos! Cuando me alejaba de una de las mesas donde había dejado una invitación, oí la fuerte voz de un hombre detrás de mí preguntando: “Chicas, ¿son lesbianas?” Sentí un escalofrío a través de mí. Una manifestación pública, era algo que me sucedía por primera vez. ¿Qué debería haber contestado? “No, sólo los repartimos”. De ninguna manera. Tuve que luchar muy duro para organizar esas fiestas, y mi madre había pasado por tanto tratando de aceptarme como lesbiana… Simplemente tenía que ponerme de pie y dejar que toda la gente supiera lo que era. Debo admitir que me dio vergüenza, pero con valentía le dije que sí, y entonces él me devolvió el viejo y gastado: “Entonces simplemente no han encontrado al hombre adecuado”. Sentí que todos en la calle se estaban riendo de mí, esperando la resolución del debate. “¿Es usted heterosexual?”, le grité. Me dijo que sí. Entonces dije: “Bueno, entonces usted tampoco ha encontrado al hombre adecuado.

” Esa noche había decidido empezar a tomar fotos. Me gradué, hace ya algunos años, en la escuela de fotografía Focus.

Sentí que quería documentar con mi lente eso que llamamos lesbian lifestyle. Estaba cansada de las imágenes hetero, quería hacer un espectáculo sobre la vida de las lesbianas y las lesbianas en general. A menudo, cuando caminaba con mis amigos heterosexuales y comentaba: “¡Oh, hay una lesbiana”. Ellos siempre me preguntaban como podía distinguirlas. No era el pelo corto, ni las uñas mordidas, ni el look marimacho; era algo completamente distinto, algo que no podía expresar con palabras pero que podría fotografiar.

Mi madre siempre decía que no me parecía en nada a las mujeres, y cuando le preguntaba: “¿Qué mujeres” ella siempre me hablaba de Sotiria Mpelou, cantante y actriz griega. Yo siempre le decía que sabía de otras famosas que eran lesbianas y que eran bastante femeninas. Yo trataba de explicarle que las lesbianas eran como la mayoría de las mujeres heterosexuales. No han salido de una fábrica de clonación.

Estos intentos de explicarle caían en saco roto, porque la discusión siempre terminaba así: “¿No ves que hay gente famosa que no tiene ningún problema en mantener el secreto? Y tú se lo dices a todo el mundo” ¿Qué se supone que debía responder a eso? ¿Que sentía pena por ellos? ¿Que pensaba que era inmoral que lo oculten, que es vergonzoso avergonzarse de lo que eres? Mis padres me habían enseñado a decir siempre la verdad. ¿Cómo iba a mentir sobre la parte más básica de mí?

Así es como he intentado demostrar a mi madre y a todos los demás que sí, que existimos, que somos muchas. Sólo a

través de mis fotografías podría demostrar esto, sólo a través de este icono lésbico había aprendido a reconocer y comunicarlo y estar orgullosa de ello.

Cuando tomé mi cámara en la fiesta, descubrí que todo el mundo se alejaba, la multitud se dispersaba. Cuando apunté con mi cámara a un par de chicas, se asustaron y reaccionaron agresivamente. Una de ellas vino hacia mí y puso su mano sobre la lente. No dijo una palabra. Comprendí, me disculpé y guardé la cámara en mi bol

so.

Empecé a viajar por Europa, la Europa lésbica, y a tomar fotografías. Nunca tuve ningún problema. En Europa había encontrado finalmente un espacio de lesbianas que me aceptaban a mí y a mi cámara.Cada vez que regresaba a Atenas, me reunía con mis amigos y les enseñaba las fotos que hacía. Hice diapositivas durante muchos años porque me gustaba ver las cosas grandes y como en una película.

Mi abuela fue mi mayor admiradora. Aquella mujer adoraba mirar fotografías, se podía pasar días enteros viendo álbumes, incluso de gente ni siquiera conoce. Ella siempre quiso ver las fotos que tomaba y las diapositivas eran su mayor placer, ya que su vista no era muy buena.

La recuerdo bebiendo una infusión de manzanilla en mi primera exposición fotográfica. Ella nunca se preguntó cómo dos chicas podían besarse, pero siempre hacía comentarios sobre los cortes de pelo radicales, los dildos (ahora que lo pienso, debe de haber sido la primera abuela griega en ver un desfile de juguetes sexuales). Cuando

vio mi piercing en la ceja derecha (que me había puesto en Londres) pensó que me había lesionado y había sufrido una operación.

Un día, mientras estábamos viendo las diapositivas, sonó el teléfono y dejé el proyector con una imagen de una mujer con grandes pechos y una barba. Colgué el teléfono y la oí decir: “¿Qué es? Un hombre o una mujer?” Yo le dije que era ambas cosas la vez, que no había tomado una decisión sobre lo que quería ser. Pensó que me estaba burlando de ella y se enfadó.

Se acercó a mi madre, que nunca había visto mis fotos, y le preguntó: “¿Qué es una mujer con grandes tetas y barba?” Mi madre dijo: “Esas son las cosas con las que sueñas, mamá?” Y luego escuché a mi abuela responder: “No, lo he visto en las fotografías de tu hija”.

Mi madre entró en la habitación y empezó a llorar de nuevo. Me dijo que quitara esas guarradas, que no debía mostrar esas perversiones a una vieja y que debía dejar esas cosas para mis amigos y otros como yo. Fue entonces cuando mi abuela volvió a entrar en la sala protestando: “¿Nadie quiere decirme qué es eso? ¿Debo ir a preguntar a un vecino?” Mis diapositivas sobrevivieron ese día a las garras de mi madre, quien le gritó a mi abuela que nos estaba avergonzando ante el bloque entero. Mi abuela nunca entendió lo que quería decir mi madre y ella nunca entendió lo que veía en la fotografía. Pero se enteró de que no debía decirle a ningún vecino lo que veía en las fotografías.
No dejo de pensar en que cuando yo sea abuela, tendré que contarles muchas cosas a mis nietos. Voy a ser una abuela moderna y las cosas habrán cambiado tanto que para entonces mis historias sobre la homosexualidad parecerán cuentos de hadas. Así es como me imagino que será el mundo cuando sea vieja. Hasta entonces voy a tratar de hacer mi sueño realidad.

Etiquetas: armario , Familia , Grecia
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Comentarios 1

Jean, 21 Julio 2014

bonito relato!.....cuando sea abuela, sera la mejor abuela del mundo....no lo dude

En respuesta a por anonymous_stub

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