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Natalie Barney: Amor y fortuna.

, publicado el 1 Mayo 2010

El amor se convirtió en su religión (a Natalie Clifford Barney nada le movía tanto y tan intensamente como el amor), la fortuna económica le vino dada desde la cuna por sangre y la fortuna o la suerte en la vida le fueron concedidas por el destino: tal vez estos tres ingredientes hayan influido en que fuera prácticamente imposible resistirse a esta misteriosa mujer. Tal vez… Mas lo que sí es cierto es que a esta gran seductora no había quien le ofreciera ninguna resistencia.

Nació, como suele decirse, con un pan bajo el brazo: una niñez al vaivén de una cuna de ensueño y una infancia entre los algodones más tiernos. Así transcurrió Natalie Barney su primera década: en el seno de una familia acaudalada y sin padecer mayores contratiempos que los propios de cada edad. Con tan sólo 12 primaveras, Natalie descubrió que el amor para ella tenía cara y cuerpo de mujer. Nunca lo ocultó, lo que le costó más de un comentario despectivo, pero nuestra querida Amazona (así la llamaban) no se escondía y con el paso del tiempo conquistaría incluso los corazones de muchos de aquellos que en su momento la criticaban por airear su amor hacia las mujeres. Cautivadora, inteligente, de una elegancia exquisita en sus modos y en sus formas, quienes la conocieron coinciden y resaltan la magia que envolvía a esta mujer tan especial.

Enormemente atractiva en toda su persona, su belleza física era tan admirada como su belleza interior. De enormes ojos azules, su cabellera rubia no pasaba desapercibida ante cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de cruzarse con ella. Esta melena dorada le mereció el nombre de “Claro de luna” (moonbeam), que le pondrían sus admiradoras y admiradores.

Norteamericana de nacimiento, pasó su infancia y su adolescencia en Washington, junto a sus padres y su hermana Laura. Pero Natalie siempre se sintió atraída por la lengua de Voltaire, que aprendió desde muy temprana edad. Pronto su padre, a quien las inclinaciones y la atracción hacia las mujeres de su hija le producían continuos dolores de cabeza, decidió enviarla a Europa, y Natalie se las ingenió para convencerle de que París era el lugar idóneo para ella. Así llegó nuestra Amazona a la capital francesa, ciudad que la acogió en su seno y en donde se convirtió en la escritora que fue y en ese personaje peculiar que ya se vislumbraba desde muy corta edad.

Miss Barney llegó a tener su propio salón literario en el número 20 de la rue Jacob del barrio parisino Saint-Germain-des-Près: la famosísima Académie des femmes. Fascinada y encantada por Safo, a quien descubrió con tan sólo 16 años, Natalie intenta reproducir el círculo de poetisas de Lesbos en su salón. Allí llegaban mujeres profesionales de todo el mundo, atraídas por su brillante reputación, que se daban cita en este salón con el fin de aunar sus fuerzas y sus voces para exhibir sus obras y sacarlas posteriormente a la luz, así como para luchar por su reputación como “mujeres”. Entre las figuras que asistieron o pasaron por allí, destacamos a Gertrude Stein, Marguerite Yourcenar, Alice B. Toklas, Radclyffe Hall, Vita Sackville-West, Tamara de Lempicka… Hasta la mismísima Greta Garbo nos regaló su presencia en este prestigiado Templo de la Amistad (nombre que también tenía).

Natalie tuvo múltiples y muy diversas amantes. Su apodo de “la Amazona” no fue gratuito. Mujer transgresora y rebelde ante los convencionalismos sociales que le tocó vivir, de una personalidad cuanto menos atrayente y seductora, en sus sábanas se vieron enredadas muchas mujeres intelectuales de la época. Era temida por los maridos de entonces y una de sus frases recurridas era: “Lo primero que veo en un hombre es la mujer que va a su lado”. Entre las que sucumbieron a sus encantos podríamos resaltar a las siguientes:

La poetisa británica Renée de Vivien, quien la abandonó, muy a su pesar, por no soportar las múltiples infidelidades de la Amazona. Ésta se refería a ella como “Pauline” cuando hablaba de la amante y como “Renée” cuando hablaba de la poetisa. En su libro Une femme m’apparut (Se me apareció una mujer), Renée habla de Natalie, a quien le da el nombre de Lorely en la obra, y a quien califica como la “sacerdotisa del amor”.

Tanto en su obra Souvenirs Indiscrets como en su Autobiographie, Natalie nos habla de su relación sentimental con Renée.

La pintora estadounidense Romaine Brooks, con quien mantuvo un largo romance que duraría aproximadamente medio siglo (¡se dice pronto!). De ella, Natalie resalta: “Es de una integridad y de una blancura moral tales que hace resaltar las manchas de los demás” (Jean Chalon, Natalie Barney: retrato de una seductora, Instituciò Alfons el Magnànim, Diputación de Valencia, 2004, pág. 130).

- La escritora Liane de Pougy, quien, en su libro Idilio sáfico, narra su relación con la Amazona, demostrando una vez más ese don especial que poseía en el arte de combinar palabras. Liane fue una persona constante en la vida de Natalie. “Ella me lo enseñó todo”, diría la Amazona. Su relación de amistad duró toda la vida.

- La escritora francesa Colette, quien la tomó como inspiración en su libro Claudine s’en va.

- La gran bailarina Isadora Duncan, cuya vida fue un ir y venir de desgracias: la muerte y la decadencia marcarían su vida de una manera trágica.

- Dolly Wilde, la sobrina del emblemático Oscar Wilde, íntimo amigo de Natalie también. Miss Barney la enumeraba entre sus relaciones más importantes.

Con una vida y una trayectoria que no dejan indiferente a cualquiera, Natalie Clifford Barney nos ha dejado un legado importante dentro de la literatura. Sus obras fueron muchas y entre ellas destacamos algunas, tales como: Quelques Portraits-Sonnets de femmes (1900), Pensées d’une Amazone (1920), Nouvelles pensées de l’Amazone (1939), Souvenirs Indiscrets (1960), Traits et Portraits (1963). Mujer emblemática donde las haya, Natalie ha sido, es y será todo un ejemplo de valentía y coraje en lo que a la lucha por la visibilidad lésbica se refiere. Mujer carismática, cautivadora, seductora, de una personalidad brillante e irresistible y de una pluma envolvente. Si el amor fue su religión, ella consiguió convertirse en la religión de muchas mujeres.

Más información:

-  Jean Chalon, Natalie Barney: retrato de una seductora, Instituciò Alfons el Magnànim, Diputación de Valencia, 2004.

 

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