Pasar al contenido principal

Renée Vivien: Safo de la Rive Gauche

, publicado el 1 Julio 2010

[…] yo la amo, mire usted, con una pasión tenaz y terrible, tanto que nada me puede separar de ella (tanto que yo enfrento todas las consecuencias), que yo elegiría la locura y la muerte y la soledad de los seres que están unidos a mi existencia antes que arrancar este amor doloroso. Yo puedo soportarlo todo por Ella sola, la pérdida de Ella me arrojaría al abismo.

Este extracto de una carta dirigida a su gran amigo Charles Brun en 1901 es un fiel reflejo de la homofobia que le tocó vivir y padecer en el Londres victoriano de la época. En ella le explica a su amigo que la sociedad londinense ya murmuraba sobre su lesbianismo, que ello ocasionaría serios problemas para la boda de su hermana que iba a celebrarse y que su madre estaba al borde del pánico ante semejante situación. Se decía por aquel entonces que la homosexualidad llevaba a la locura, y permítanme pensar que, de algún modo, esta afirmación tuvo mucho de cierto en la vida de Renée.

Nació en Londres bajo el nombre de Pauline Mary Tarn en 1877, año en que el pintor impresionista E. Manet crea su cuadro El suicidio. No sé si serán o no casualidades, pero esta tendencia trágica a interrumpir su vida se manifestaría en varias ocasiones durante la corta existencia de nuestra poetisa británica. Pareciera como si el entorno y la sociedad que le tocó vivir no fueran de su mano.

Lesbiana desde que tuvo uso de razón, no conoció “armario” alguno y no escondió nunca su lesbianismo. Desde muy joven adoptó una estética andrógina que le daba un aire de adolescente tierno y efébico. En 1900, con la publicación de su primer libro Estudios y preludios, se da a la luz bajo el pseudónimo de Renée Vivien. El apellido fue elegido al azar, no así el nombre (“renacida”, en francés), que guarda una pronunciación ambigua y fue un símbolo de protesta ante la sociedad victoriana que la había marginado y proscrito

Vivien provenía de una familia muy adinerada. Su padre murió cuando contaba tan sólo 9 años de edad, tras lo cual su madre la envió a un internado y luchó por hacerse con una parte de su fortuna. Intentó más tarde hacerla pasar por loca con el fin de que la encerrasen en un manicomio, pero la justicia tomó cartas en el asunto y le asignaron un tío suyo como tutor legal. No obstante, la madre consiguió que le otorgasen parte de su herencia. Años después la relación entre ambas se calmaría e incluso Pauline viviría una temporada como heredera acaudalada en la alta sociedad londinense. Esos años se convertirían con el tiempo en una tortura dentro de su recuerdo.

Se la llama a menudo “Safo 1900”, y es que, después de la poetisa griega, Renée es la primera mujer que canta al amor entre mujeres y lo evoca en su poesía sin enmascararlo. Para ella, Safo fue todo un descubrimiento y un ejemplo a seguir. Su devoción llegaba a tal punto que tradujo su obra al francés y realizó continuos viajes a Lesbos para conocer a fondo a quien fue su diosa y su gran maestra. Renée fue una mujer sedienta de libertad y durante toda su vida soñó con un mundo en el que las mujeres y el amor lésbico tuvieran su espacio.

Descubrió en el simbolismo, y a través de Charles Baudelaire, una fuente de expresión que calzaba muy bien con ella a la hora de materializar mediante palabras toda esa amalgama de sentimientos que la perturbaban por dentro. Consiguió aunar en una pluma tierna, pasional y trágica ese mundo sensible y espiritual que crecía en ella y con ella. Y es que Renée Vivien era así, y a lo largo de sus versos podemos observar cómo se mueve constantemente entre dos aguas de energías opuestas: la atracción y el rechazo, la pasión y la decepción, el éxtasis y la tristeza, el amor y la muerte. La imaginación y los sueños de Renée no tenían límites, aunque por desgracia las mujeres que tuvieron el honor de enredarse en su corazón se los limitaban.

Tuvo una gran amiga de la infancia que conoció durante el internado en Fontainebleau: Violette Shillito. Se dice que Violette fue para Renée un amor platónico que no llegó a consumarse nunca. En cualquier caso, lo cierto es que esta mujer ejerció una gran influencia sobre ella. De hecho, Renée, que adoraba las flores frescas, siempre tuvo predilección por las violetas, hasta tal punto que llegó a llamársele la “Musa de las Violetas”. En su vestimenta era también habitual este color, y todo apunta a que tras esta tendencia se ocultaba el recuerdo y el amor hacia su gran amiga Violette Shillito, quien sufrió una muerte repentina tras unas fiebres tifoideas.

Pero antes de morir, Violette le presentó a una amiga suya que se convertiría en su gran amor y en su gran tortura: Natalie C. Barney. Desde aquel momento (1900), la atracción fue inmediata y mutua. La carta con que hemos introducido este artículo hablaba de ella. Renée conoció el amor, la pasión, el dolor, el deseo y las ganas de morir de la mano de Natalie. Fue todo una locura desde el primer encuentro, pero a Natalie le fue imposible renunciar al placer que encontraba en el amor libre. Esto hizo que la relación se convirtiera en un auténtico calvario para Renée, quien no supo convivir con la promiscuidad de su amada. En una carta posterior a otra de sus amantes, la princesa turca Kérimé Turkhan-Pachá, Renée le escribiría: “Mientras, desesperada por jamás haber poseído su alma del modo en que he poseído su maravilloso cuerpo de mujer, he preferido olvidarla. Ya no veo a Natalie. Ella debe amarme ahora porque la esquivo. Pero Natalie es un alma quimérica…”. Efectivamente, tras la ruptura Natalie se las ingeniaría para llevar a cabo todo tipo de artimañas en un intento por recuperar a Renée, cuya pérdida se resistía a aceptar. Pero todo intento fue en vano, ya que Vivien tenía claro que Natalie no le traería más que dolor y desesperación. En su libro Estudios y preludios recoge toda una serie de poemas que fueron escritos durante este idilio. Ejemplo y reflejo del tormento que suponía para ella las continuas infidelidades por parte de Natalie es este poema cuyo título no deja de ser significativo igualmente:

Grito

Tus pupilas azules, tus entornados párpados,

encubren un fulgor de confusas traiciones.

La emanación violenta, maligna de esas rosas

me embriaga como vino donde duermen venenos.

A la hora en que danzan, dementes, las luciérnagas,

y asoma a nuestros ojos el brillo del deseo.

En vano me repites las palabras de halago,

 y te odio y te amo abominablemente.

A partir de entonces su vida se convirtió en un ir y venir de amoríos, aventuras y desventuras, hasta que conoció a la baronesa Hélène de Zuylen, con quien tendría un romance que duraría cinco años. La baronesa, aunque era lesbiana, estaba casada y era madre de dos niños. Nunca abandonó a su familia, pero sí le proporcionaría a Renée la estabilidad emocional de que ella había carecido hasta el momento. Renée aceptó la situación y durante este periodo viajó mucho, con y sin la baronesa, e incluso tuvo un romance con la princesa turca Kérimé Turkhan-Pachá. La princesa era una mujer rica y culta, escondida tras su velo y privada de toda libertad de movimiento debido a la religión islámica. Su relación duró apenas dos años y se basó prácticamente en un sinfín de cartas que intercambiaron.

En este tiempo Renée conoció a su contemporánea Colette, con quien entabló una amistad. En el libro Lo puro y lo impuro, esta gran novelista francesa nos acerca al personaje de Renée mediante un retrato de su personalidad con el que Natalie Barney nunca estuvo de acuerdo.

En 1907, la baronesa se enamoró de un hombre y abandonó a Renée. Esta, humillada y cansada de no encontrar un amor que no sólo le corresponda sino que, además, la acepte, y desprovista de toda ilusión por vivir, se dio al alcohol, a las drogas y al sexo promiscuo. Comenzó a vivir un mundo de desenfreno y a realizar continuos viajes por toda la geografía.

Así fue como empezó su decadencia: tras varios intentos de suicidio a lo largo de su vida, se sumergió en un mundo falso y sintético, cayó en una anorexia nerviosa y no prestaba la más mínima atención a su salud, que poco a poco fue menguando hasta que una neumonía le ganó la batalla en 1909, truncando así la vida de Safo de la Rive Gauche a la corta edad de 32 años.

Fue una mujer excéntrica, culta y apasionada; de un gusto exquisito, amante del lujo y de las ropas caras. Pero ser amada con la misma pasión con la que ella amaba fue su gran asignatura pendiente. Sin lugar a dudas, las sábanas de las mujeres de la época perdieron a una gran amante con la muerte de Pauline-Renée.

Vosotras, bellas jóvenes para quien yo escribí…

vosotras, que yo amaba, ¿leeréis mis poemas 

en las albas futuras de un nevado universo   

o en futuros crepúsculos de rosas y de llamas?      

[…] Pensaréis un instante, entre el bello desorden

- cabellos despeinados y vestidos deshechos-:

“Esta mujer llevaba, en el llanto, en la fiesta,   

por doquier, su mirada y sus labios de amante”.

Pálidas, respirándoos la carne perfumada       

en la evocación mágica de la noche, diréis:

“Esta mujer posee el ardor que me rehúye…

¡Ella sí que me habría amado, si viviera!

Etiquetas: lesbiana , Renée Vivien
Comparte este artículo

Comentarios 0

Deja tu comentario

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.
Acerca de formatos de texto

Texto sin formato

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.