A las diez de la noche tengo una reserva para cenar con mis amigas lesbianas. Seguramente las convenceré para después ir a tomar un coctel, probablemente un mojito. Contentillas nos encaminaremos al Planet, o al Fulanita, bailaremos, nos reiremos, con un poco de suerte ligaremos y alguna se irá acompañada.
Al llegar a casa veré un poco de televisión o leeré un poco, hasta que el sueño me venza y me dormiré tranquila, pensando que lo más difícil que me ha tocado vivir con mi salida del armario son las peleas con mi madre, sus silencios y omisiones que con el tiempo maduraron, mutaron y nos acercaron más.
Pensaré que a la mañana siguiente me llamará alguna de mis amigas para cotillar o contarme algún problema cuyo nivel de gravedad no será mayor que el que la chica que le gustaba se ha liado con otra, que le ha puesto los cuernos a su novia o que le toca conocer a los padres de su chica.
Me dormiré en paz, como la protagonista de una novela de Jane Austen, que se ha mantenido fiel a sus decisiones, a su forma de ser, a sus valores de visibilidad y es recompensada con un final feliz, un final de cuentos.
Cuando ya esté profundamente dormida serán las 10 de la noche en El Salvador. Un chico de 17 años se estará arreglando, perfumando, ansioso por encontrarse con ese chico que tanto le gusta. Le dará un beso a su madre en la frente y saldrá al encuentro de ese amigo en el que hace días no deja de pensar. Huirán juntos del ruido y las luces de la ciudad. Pero el amor nos vuelve un poco ciegos, un poco sordos, por eso cuando piensen que nadie los ve tomarse de las manos y besarse, se equivocarán. Una pandilla de chicos estúpidos los llevará a empujones a un pozo y los asesinará con más de 50 pedradas. Con sus rostros desfigurados, morirán cogidos de la mano.
A las 6 de la mañana se colarán los primeros rayos de sol por mi ventana. Me daré la vuelta y seguiré durmiendo. Será medianoche en Perú. Dos hombres estarán follando en un descampado, despreocupados, presos de una excitación que les impedirá escuchar como una horda de vecinos furiosos irá a su encuentro y los cazará como animales. Los desnudarán, les raparán el pelo, les escupirán, les golpearán y les ridiculizarán.
Ya casi es hora de levantarse, pero bueno, un ratito más en cama, no pasa nada. Es domingo. Un domingo también en Pakistán, son más de la 4 de la tarde, algunos duermen la siesta después de comer. En alguna casa de persianas cerradas llora una chica, llora porque es lesbiana, llora porque ha sido violada, porque ha sido denunciada por su familia por su condición sexual. Y según las leyes de su país el camino que le espera sólo tiene dos puertas. La derecha: cadena perpetua. La izquierda: su ejecución.
Uf, ya es mediodía. Qué bien he dormido.