Cris y yo nos casamos cuando estaba recién estrenándose la ley de matrimonio igualitario, a comienzos de 2006.
Todos nos decían que para qué nos íbamos a casar si nos conocíamos hace tan poco (llevábamos un año), pero como yo siempre he sido activista y la ley de matrimonio nos costó tanto, quería disfrutar de mi derecho junto a la mujer de la que estaba y estoy enamorada.
Cris y yo nos conocimos militando en el activismo lésbico en nuestra etapa universitaria, y aunque ahora estamos alejadas de organizaciones, por cosa de tiempo, trabajo, etcétera, tenemos una estructura muy poderosa con la que luchamos por cambiar mentalidades: nuestra familia.
En 2009 comenzamos nuestro camino para ser mamás. Ese año Cris se embarazó de Alfonso en la clínica IVI con una inseminación artificial con donante de esperma. Yo me embaracé en 2012 con una fecundación in vitro realizada en IVI también. De de ahí nació Darío.
Nos quedaron 2 embriones congelados, realmente no queríamos tener más hijos pero yo no paraba de pensar en ellos, no sé, saber que existían, que eran nuestros. A Cris le costó más convencerse pero en 2017 decidimos que se embarazaría ella con uno de estos embriones, lo que se conoce como un método ropa, donde una de las mamás aporta el óvulo y la otra se embaraza.
Pusimos el primer embrión y no cuajó, lo que nos dio bastante pena, eso nos hizo ver que realmente sí deseábamos a ese bebé. Pusimos el segundo y por suerte se convirtió en nuestra pequeña Alma.
Hoy somos mamás de familia numerosa. Nuestros niños tienen 11, 8 y 3 años. Tienen dos mamás y están absolutamente orgullosos de ellas. Conocen su historia, cómo nos embarazamos de ellos, saben que con respecto a la genética solo Darío y Alma la comparten, pero también saben que no son los genes lo que hace una familia, que lo que nos ha hecho familia es el amor y lo que hemos luchado por ella.
Saben que no tienen papá, que tienen donante, que antes mamá y mami no podían casarse, que eso también tuvimos que lucharlo, que hay gente que no sabe que el amor es inmenso, que creen que es tan pequeño que solo alcanza para algunas personas y para un tipo de familias, y que nosotros somos la prueba de todo lo que puede ser el amor.
No solo hemos hablado con tanto orgullo de nuestra familia, también lo demostramos en nuestros actos. Somos la única familia homoparental del cole, hemos regalado cuentos, hemos “educado” con nuestra visibilidad. Eso ha hecho que nuestros hijos sientan y vivan ese orgullo hasta hacerlo suyo.
No hemos tenido malas experiencias, al contrario, una madre del cole habló con nosotras para pedirnos consejos cuando su hija mayor salió del armario, nos han hecho muchas preguntas e incluso una vez otra madre nos dijo: gracias a vuestro ejemplo me di la oportunidad de ser feliz.
Y algo así lo merece todo.
¡Feliz Orgullo!
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