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Un grito indignado: Melalcor, de Flavia Company

, publicado el 1 Abril 2012

[caption id="attachment_790" align="alignleft" width="300"]Dos ediciones de Melalcor (Edicions 62 y Muchnik) Dos ediciones de Melalcor (Edicions 62 y Muchnik)[/caption]

Melalcor (o Miel en el corazón, traducido del catalán) tiene ya doce años, pero mantiene intacta su capacidad para sacudir telarañas interiores, y (por desgracia) sigue siendo tan necesaria en nuestros días como ya lo era a principios del nuevo milenio. Es imposible aburrirse en esta vertiginosa montaña rusa del amor, la identidad y el deseo. Los capítulos son muy breves (a veces, sólo una página) y las personas narrativas pueden cambiar de un párrafo a otro con la rapidez de un transformista. Encontraréis hermanos que se odian, amantes que se buscan y se rehúyen, dioses terribles y caducos, buenas dosis de humor negro y hasta el misterio de la Santísima Dualidad.

Melalcor es, ante todo, un gran interrogante, empezando por algunos personajes que, aunque practiquen sexo con mucha frecuencia, no muestran a las claras cuál es el suyo. El/la protagonista es anónimo/a y pudiera ser tanto hombre como mujer. Otro personaje tiene dos nombres (Mel/Cor o, lo que es lo mismo, Miel y Corazón) y muestra dos personalidades distintas, no simultáneas: a la primera le encantaría degollar conejos, mientras que la segunda es dulce y muda. La primera se viste a veces de hombre y la segunda, por norma general, de mujer. Otro personaje es una mujer soltera que se llama Miguel. Otro es mujer con pareja, pero se llama Robert. Y otros, ni preguntes. Vete tú a saber.

Más allá de sexo y género, Company se inventa otras posibles clasificaciones, como por ejemplo a partir de la vista y el tacto: Meravin estudiaba veterinaria. Era de color marrón. Color chocolate. Suave. En cuerpos así no hay lugar para masculinidades o femineidades, ni espacio para escribir o descifrar los códigos que la sociedad y la medicina nos graban en la piel. Quizá porque en nuestras manos está el aprender a desdibujarlos, a borrarlos a golpe de láser o de saliva, y transformarlos en algo distinto. En color naranja y olor a canela. En amarillo y mirra. En té de burbujas. Experimenta. Elige. Quizás descubras si hay o no una identidad que late bajo el sexo y el género con que te han vestido desde antes de nacer.

Company pone también en tela de juicio el amor romántico, y en ese sentido Melalcor puede leerse como parodia de novela rosa. El personaje protagonista no cree en el amor. El temor al sufrimiento hace que se cierre a la posibilidad del sentimiento, aunque un buen amigo le advierta que quien no juega al amor, juega a la muerte. La muerte en vida. Sólo quiere sexo. Sexo y no pensar en nada: permanecer en la abulia mientras los días pasan e intenta convencerse de que no necesita a Mel/Cor, que no le ha partido el corazón y el alma con su negativa a dar(se):

“La primera carta de Mel la rompí. La segunda, la quemé. Y la tercera, me la comí. Las tres las recibí en mi despacho de la empresa familiar que, en contra de las promesas y los pronósticos, todavía no era mía. Mis progenitores decían todo llegará, tú continúa así.

Cuando la secretaria me hizo llegar la tercera carta le dije que, de ésas, ya no me diera ninguna otra. Que si me entregaba una sola más, la despedía. Fue obediente, porque me consta que Mel siguió enviándolas.

Las tres primeras decían más o menos lo mismo. Eran de tono apocalíptico: acabarás mal, yo sé que tú sabes que la vida es otra cosa, y yo todavía te quiero, todavía estamos a tiempo, date, danos, dame una única oportunidad.

Esta actitud suya la conocía todo el mundo. De hecho, había días que dormía en el coche, delante de mi casa, para ver con quién entraba o salía.

El pueblo se había dividido sutilmente en dos bandos desiguales. Me resultaba difícil soportar las miradas del bando contrario, más numeroso. Pero tenía suficientes amantes, y me ayudaban a olvidar aquella inquietud absurda a la que me sometía no querer corresponder al amor de Mel.

Y a mis amantes, cuando decían por primera vez que me querían, los eliminaba de la agenda. Lo único que esperaba de ellos era sexo. Nada más.

Hubo una excepción: Tormo. Le permití que me dijera que me quería, e incluso le dije que yo también, porque sabía que iba a morir pronto, y una de las virtudes de la muerte es que le quita importancia a todas las cosas que después de ella seguirán existiendo.” (Capítulo 15 - Romper, quemar, comer)

El/la protagonista intenta convencerse, también, de que todo está bien a su alrededor, aunque su padre le rompa la cara a puñetazos por no ser como espera que sea; aunque su madre, cuyo único objetivo en la vida es ser esposa, madre y futura abuela, contemple la paliza y se pregunte preocupada si la sangre de su hijo/a manchará la corbata del padre, no sea que por este incidente lleguen tarde a la ópera; aunque tenga que soportar a su hermano, el Primogénito, preferido del Padre, heredero de la empresa familiar, niño mimado que se toca el escroto compulsivamente y que pretende casarse –oh, infame – con Mel/Cor. Una olla a presión familiar que se resolverá a puñetazos, rebeliones, arrebatos, luchas interiores y carreras contra reloj para evitar que alguien llegue hasta el altar.

[caption id="attachment_791" align="alignright" width="147"]Fotografía de la autora Fotografía de la autora[/caption]

Atreverse a sentir, superar el miedo al sufrimiento, puede cambiar toda una vida. Es curioso cómo cambia la visión del mundo cuando nos atrevemos a querer y a dejar que alguien nos quiera. Así de sencillo. Sí, así de sencillo. Es posible construir otras formas de familia: Yo, de Mel, quería tener un hijo; y que ella hiciera de padre y yo de madre; y que yo hiciera de padre y él de madre. ¿Por qué no? ¿Por qué? No se trata de preguntar por qué. Es posible vivir de otra manera, como lo hacen Robert y Casilda, aunque sea en una casa rural a las afueras del pueblo (nótese esa posición en los límites de la periferia) y a pecho descubierto contra la voluntad de un pueblo entero que las persigue y martiriza por ser diferentes; un pueblo capaz de quemarles la casa sin importarles si ellas dos han tenido o no tiempo de salir. A Robert le dicen que sólo podremos quedarnos si permitimos que nos arranquen los ojos. (...) – No les gustan nuestros ojos blancos inmaculados, sin pupilas. Dicen que son peligrosos porque no se sabe hacia dónde miran.

Sobre Santa Canar dels Montons, hábitat del protagonista y de casi todas las criaturas que aparecen en Melalcor, planea constantemente la presencia de una Fuerza Creadora vengativa, perfeccionista y obsesiva que castiga con el peso de la gran Culpa a quienes no obren según sus dictados. La Fuerza Creadora establece cómo han de reproducirse los seres humanos, y sus órdenes se transmiten de generación en generación. Es el padre quien transmite al/la protagonista este legado que es más que una tradición cultural: es una carga terrible, una maldición oculta, el peso que el/la protagonista descubrirá sobre sus espaldas cuando surja en su interior una pasión contraria a los dictados de la Gran Fuerza Creadora. Una pasión materializada en Mel/Cor y a la que intentará oponerse con todas sus fuerzas porque su deseo es prohibido, antinormativo, no natural; porque él o ella sólo aspira a encajar, someterse. Y no pensar. No sea que un día descubra que es capaz de rebelarse.

Melalcor es la voz de tod@s los que sufren por causa de los que no toleran la diferencia. La de quienes se han atrevido a inventarse un cuerpo, un sexo, un deseo. La de tod@s aquell@s que han soportado y todavía soportan, alguna vez, el peso de una imaginaria Gran Culpa. Una voz capaz de estallar, si es necesario, en grito indignado. Quizás llegue un bello día en que vea a miles de manos sosteniendo en las calles este libro y lo alcen con orgullo frente a los que, frente a ell@s, intenten detenerlos. Qué hermoso sería poder oír esas voces gritando su nombre (¡Mel-al-cor! ¡Mel-al-cor!) en tres sílabas gloriosas que los Otros, parapetados tras sus escudos de ignorancia y odio, no serán capaces de entender –ni de vencer- jamás.

Todas las citas han sido extraídas de:Melalcor, de Flavia Company, Muchnik Editores, Barcelona, 2000. Versión en catalán de Edicions 62, Barcelona, 2000.

Más información:

Blog de Flavia Company Navau 
Página de Flavia Company en Facebook
Artículo sobre Melalcor (Eva Gutierrez)
Artículo sobre Melalcor (Meri Torras)

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