El martes 12 se llevó a cabo el primer día del Festival de Ocio y Cultura Lésbica MíraLES. Podrás participar en esta iniciativa hasta el 17 de noviembre.
¿Qué lleva a una mujer del siglo XVI a disfrazarse de hombre? Sin duda, alcanzar los privilegios del sexo masculino, por ejemplo, el de poder estudiar medicina.
Sólo hubo un ámbito en el que la mujer tenía las puertas abiertas: el de la literatura. Y aún así, había que leer entre líneas: sin sexo explícito, pero con cartas de reveladora “amistad romántica”. Y hoy en día, ¿por qué aún es habitual escuchar frases como “¿Y quién hace de hombre en esta relación?”?. Estereotipos arraigados a lo largo de una acallada genealogía. Estos y otros asuntos de la historia “invisible” (o invisibilizada) del lesbianismo han sido por los que ha transcurrido la primera jornada del III Festival de ocio y cultura lésbica, organizado por la revista MiraLES.
La activista Beatriz Gimeno hizo un repaso por la historia del lesbianismo, dando apuntes de lo que recoge en un libro convertido en referente del colectivo, La liberación de una generación : historia y análisis político del lesbianismo, publicado en 2006. Mujeres ocultadas por la historia debido a que rompieron el patrón de la masculinidad en un momento en el que ser lesbiana era una revolución social. No quedan restos de la sexualidad femenina, pero sí de la masculina debido a que la homosexualidad entre hombres sí era visiblemente practicada y aceptada. “Los hombres sí eran dueños de sí mismos mientras que las mujeres no se pertenecían”, ha apostillado Gimeno en un discurso en el que ha vinculado el posible lesbianismo con las ansias de no depender de un hombre. No sólo las mujeres con altos recursos económicos eran lesbianas pero sí eran las únicas que podían permitírselo. Las mujeres con dinero podían renunciar a tener a un “macho alfa” a su lado, se convertían en mujeres “libres e independientes”, aunque apostillando esos términos desde un punto de vista “peyorativo”, ha matizado la activista.
Fijar las fronteras de la sexualidad femenina en base a documentos heredados no es fácil, sobre todo cuando la historia se ha contado por hombres y desde un arraigado patriarcado. Apenas unas fugaces cartas entre amigas y la explosión entre líneas de sentimientos de amor y pasión de mujer a mujer.
Por todo ello, Laura Zorrilla, la segunda ponente de la jornada, ha querido, con mucho humor, contar una de las primeras historias de algo así como la transexualidad, sin llegar a serlo. Mujeres a las que por “ejercicios bruscos” les aparecía en su edad adulta el miembro masculino. La historia de Elena de Céspedes (o Eleno, según el momento de su biografía) es la historia de una granadina que amó a otras mujeres y que fue castigada por ello, que se sintió hombre —quizás— y que fue perseguida por una “transexualidad espontánea” recurrente a partir de ese momento. Un parto que le sacó una “membrana varonil”, explicaba con ironía la académica, que es la encargada de la sección de poesía de la revista.
El triángulo de esta primera ponencia —moderada por la directora de MiraLES, María Jesús Méndez— lo ha cerrado Irantzu Monteano, responsable de la sección “Mujeres e historia”, que trajo a escena a Anna Seward, poetisa inglesa del siglo XIX con la que la ponente quiso “desdramatizar” la realidad lésbica de la época. La escritora fue “contraria al matrimonio y a los libros de conducta femenina” y se movió entre “la pasión lésbica y la amistad romántica” sin que se pueda a llegar a admitir de qué lado estaba realmente.
Fueron, en definitiva, mujeres que mostraron, que sintieron y que escribieron sobre nuevas formas de ser y de amar a mujeres, antecedentes lésbicos postmodernos cuyas enseñanzas —pero también cuyos traumas— siguen coleando en la sociedad actual. De la trasgresión del modelo femenino y heterosexual presupuesto al deseo inconfesable que aún, varios siglos después, sigue peleando por la visibilidad, por la explosión no resuelta de mujeres de ayer pero también de las de hoy. “Las fronteras —ha concluído Beatriz Gimeno— no sólo son físicas, sino también emocionales”.
Patricia Gardeu
Fotos Zoe Ruidavet