5 veces que la LGTBfobia ha atravesado mi vida

Cada 17 de mayo envío a mi grupo de whatsapp de familia, de primos, de amigos de la universidad, algo relativo al Día contra la LGTBfobia. Y cada año recibo mensajes muy majos pero todos en la misma tónica, que ya lo tenemos conseguido todo, que no hay ninguna diferencia entre mi hermana gemela y yo, ambas estamos casadas, mi hermana tiene mellizos de 3 años y yo tengo dos chicos de 5 y 2.

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Nuestras vidas se parecen, sí claro, las mismas responsabilidades y la misma falta de tiempo, el mismo amor y felicidad. Pero hay dos realidades muy diferentes, mi hermana es heterosexual y yo soy lesbiana. Mi vida ha estado atravesada por la LGTBfobia y la de mi hermana no. A pesar de que vivo en un país como España, tengo derechos y nunca he temido por mi vida como le sucede a miles de lesbianas en el mundo.

La vida de mi hermana, a pesar de ser gemelas, ha transcurrido de manera muy diferente. Y os lo puedo demostrar en 5 ejemplos. 5 veces que la LGTBfobia me ha hecho daño

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– A los 9 años. 
Estábamos en la casa de una amiga en común, nos habían invitado a dormir durante el fin de semana. Estábamos comiendo con la madre y la abuela de nuestra amiga. La abuela le preguntó a nuestra amiga si ya estaba enamorada, ella dijo que sí, de un chico de nuestra clase, mi hermana contestó que ella también, pero de un actor, que se iba a casar con él cuando fuera mayor, la madre y la abuela lo celebraron. Llegó mi turno y yo dije que no me iba a casar de mayor, y que si me casaba sería con Alba, una chica de otra clase que me tenía embelesada. 

La abuela me regañó, me dijo que no podía decir cosas así porque Dios me iba a castigar y la gente no me iba a querer. Me quedé profundamente impresionada.

A los 17 años.
La famosa Alba, de la que ya os hablé, fue mi primer ligue. Fueron cuatro besos en total pero a mi me cambió la vida. Su madre nos sorprendió la última vez que nos besamos. Fue traumático. Dijo que dábamos asco y puso muchos problemas para que pudiéramos vernos. Hasta llamó a mis padres por teléfono para “denunciar” la situación.

A los 17 años.
Mis padres me enviaron al psicólogo por ser lesbiana. No se lo tomaron mal pero pensaban que quizás yo estaba confundida o tenía algún trauma o era una etapa de rebeldía. Mi hermana no fue al psicólogo. A mi me hizo pensar que había algo malo conmigo misma. 

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– A los 26 años
Mi novia y yo estábamos en un bar del barrio de La Latina, en Madrid. Nos besamos. Se acercó el típico inoportuno de siempre para ofrecernos un trío, decirnos que éramos preciosas, que “vaya pérdida”, que cómo sabíamos que no nos gustaba un pene si no habíamos probado uno, etcétera. Al principio lo rechazamos amablemente, pero fue tan insistente que ya nos pusimos serias. En ese momento se puso agresivo, comenzó a insultarnos y nos escupió. 
Las otras personas lo sacaron a empujones del bar.

A los 36 años.
Mi esposa se embarazó de nuestro primer hijo, estábamos muy felices. Cuando lo conté en mi empresa recibí felicitaciones de casi todo el mundo, pero una de las jefas de mi departamento me comentó: me alegro mucho por tu amiga. “Mi esposa”, aclaré. “Sí, sí, perdona”, respondió. Pero al no ser yo la embarazada me trataba como si yo no tuviera nada que ver con mi familia. 

El día que me dijo: “¿y cómo sigue tu amiga, qué nombre le va a poner al bebé?”, ya me enfadé.

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No, mi querida hermana ha tenido que lidiar con otros problemas en su vida pero no ha sentido el dolor y la rabia que la LGTBfobia puede dejar en nuestras vidas. No sabe lo que es que te hagan sentir mal con tu orientación sexual o que tengas que reivindicar la maternidad de tus hijos solo porque no los has parido. 

Por eso cada 17 de mayo tenemos que seguir visibilizando las cicatrices que nos deja la intolerancia y la ignorancia. 
 

 

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