Anna Seward fue una escritora y poetisa inglesa que vivió entre los años 1747 y 1809. Miembro de la clase media-alta, fue la única heredera de Thomas Seward, célebre canónigo de la catedral de Lichfield, lo que le reportó una cómoda situación económica y la posibilidad de ser una mujer autónoma. De esta forma, Anna nunca contrajo matrimonio, procurándose una vida independiente y creativa en un momento en el que casarse era la única experiencia vital de acceso a la sociedad que les estaba permitida a las mujeres. Célebres son sus comentarios contrarios al matrimonio y muy críticos con los libros de conducta femeninos, publicaciones muy populares en la entonces Inglaterra victoriana.
Perteneció a un círculo amplio y sólido de escritores y hombres de letras, algo extraordinario para una mujer de su tiempo. Lichfield, su lugar de residencia, fue un importante centro literario y ella tuvo la opción de disfrutar de las oportunidades que ello reportaba. De estos momentos gozó junto a Erasmo Darwin, abuelo de Charles Darwin, Thomas Day o Richard Llovel Edgeworth, padre de la también escritora María Edgeworth. Apadrinada por Walter Scott, el célebre poeta mismo se encargaría de publicar las obras de la poetisa tras la muerte de esta y le confirió el privilegio de escribir el prólogo de una colección de sus mejores poemas, que se editaron en tres volúmenes. El autor siempre elogió su poesía, que definió como “extraordinariamente profunda”. Anna se codeó con intelectuales de gran peso y fue una mujer intelectualmente activa.
Mostró siempre una actitud muy antiheterosexual y muy contraria al matrimonio, negándose en repetidas ocasiones a contraerlo a pesar de que recibiera numerosas ofertas. Ello no la convierte en lesbiana, evidentemente, pero sí que nos la presenta como una mujer diferente que se atrevió a subvertir el orden y a tratar de desarrollar su identidad de mujer más allá del ideal femenino convenido para la época. Su escritura siempre fue más convencional que sus ideas, profundamente revolucionarias para ese momento, pero aun así la poetisa fue capaz de mostrar una dimensión nueva del sentimiento femenino y, a día de hoy, sirve de inspiración para muchas autoras y lectoras, lesbianas y también heterosexuales. La dimensión de deseo y pasión con la que bañó su poesía resulta pues inspiradora para la mujer contemporánea porque describe partes de la subjetividad femenina e indaga en el interior de las mujeres como pocas autoras de su tiempo supieron hacer.
Anna desarrolló una poesía de estilo romántico, tendente hacia cierto sentimentalismo que la crítica sancionaría en ciertos momentos, pero el valor de su literatura es innegable y el poder que eso le otorgó como mujer para desarrollar un talento que venía fortaleciendo desde niña profundamente revolucionario. La autora creó una forma nueva de escribir y así una nueva forma de ser mujer y de amar como mujer.
En este sentido, uno de los temas que más desarrolló en su escritura fue el amor. Anna Seward puede ser considerada como uno de los importantes exponentes del amor romántico moderno, aunque ella trascendiera el esquema heterosexual y ampliase las máximas del mismo como ideal a otro tipo de relaciones, como la amistad entre iguales o la amistad entre familiares. De ahí que la exaltación del deseo se columpie siempre entre el amor sexual y el amor casto, pero lo cierto es que su expresividad y el deseo que manifestó en sus obras de forma constante la convierten en una escritora y en una mujer diferente. Fue ella quien dio mayor impulso a lo que en la Inglaterra decimonónica se denominó la “amistad romántica”, un tipo de amistad pasional no sancionada por la opinión pública que daba opción al lenguaje acalorado y romántico entre dos amigas. La amplia colección de cartas personales que se conservan, en las que puede apreciarse una interesante y permanente demostración de pasión por algunas de sus amigas, es muy interesante. En realidad nunca podremos aclarar con rotundidad si lo que Anna expresaba era un intenso sentimiento amoroso o pasión lesbiana, pero lo cierto es que trece años después de la muerte de su amiga Honora Sneyd, amiga con la que compartió toda su vida y a quien nunca perdonó que contrajera matrimonio, la poetisa seguía dedicándole sus versos.
Honora Sneyd no fue su única musa, aunque sí, sin duda alguna, la más importante. Anna escribió exuberantes poemas sobre Penelope Weston, Miss Mompesson, Miss Fern y Elizabeth Cornwallis, a quien se referiría en cierta ocasión como su “incompartible y secreto tesoro de mi alma”. A finales del siglo XVIII trabaría amistad con las célebres Damas de Llangollen, Eleanor Butler and Sarah Ponsonby, que alcanzaron cierta fama en la época por huir juntas y por quienes Anna profesó siempre una gran admiración y a quienes visitaba con frecuencia. Para ellas escribió el poema titulado Llangollen Vale, un tributo poético hacia las damas del norte de Gales, que vanagloriaba además de los atractivos del valle, la poderosa relación que mantenían aquellas dos mujeres que compartieron sus vidas durante cincuenta años.
Anna fue una mujer educada en un clima de libertad de pensamiento y de acción para las mujeres muy poco convencional para la época. Su escritura esconde un profundo anhelo de autodeterminación, algo poco habitual para una mujer victoriana, y aparece envuelta, siempre, en un intenso sentimiento interior de deseo y admiración por muchas de las mujeres que pasaron por su vida. La historia de la literatura universal parece haber olvidado el valor de sus escritos pues rara vez aparece dentro de la relación de grandes autores de los siglos XVIII y XIX, pero la intensidad que guarda la correspondencia personal que entabló con muchas de sus amistades femeninas, y también con las grandes personalidades de su tiempo, que se conserva y está editada en varios idiomas, trasciende al tiempo y a la memoria y nos la hace, para una reconstrucción de la historia del lesbianismo, profundamente contemporánea.