Su elección para ser madres fue la adopción. Pero el camino para lograrlo fue más doloroso de lo que penaban
La historia de Aroa de Rafel y Sira Herranz se parece a muchas otras historias de amor entre dos chicas. Tienen 30 y 32 años. Se conocieron hace tres, se enamoraron y al poco tiempo se fueron a vivir juntas.
<<Hace un año éramos una pareja que acababa de empezar su pequeña aventura en esto de la convivencia, estábamos felices, decorando poco a poco nuestra casa y comiéndonos a besos en cada rincón, nuestra única preocupación era conseguir cuadrar días para exprimir el tiempo acurrucadas en la cama. Jamás imaginamos lo que nos iba a cambiar la vida en apenas un mes>>. Así empieza en Instagram (@superherostich) la historia de amor de Aroa y Sira, que podría ser una como tantas si no fuera por algo que la hace diferente a las demás: Hugo.
Hugo era un bebé de 20 meses, sobrino de Aroa, que crecía en un centro de acogida después de haber sido abandonado por tres personas: su madre (hermana de Aroa con graves problemas mentales), su padre y su tío paterno.
La existencia de Hugo rondaba en la cabeza de Aroa, y una noche toda esa preocupación salió en forma de llanto inconsolable. Su novia la contuvo con un abrazo. <<Me mataba pensar que era un bebé sin familia, sin apego, sin nadie que le dijera “te quiero” después del beso de buenas noches...Y, desde que lo supe, no sabía exactamente por qué, pero cada vez que pasaba por la habitación que aún teníamos llena de cajas se me encogía el corazón. Sira me miró con lágrimas en los ojos y me hizo la pregunta que lo cambió todo: ‘Cariño… ¿Quieres que lo traigamos con nosotras?’>>.
Hasta ese momento ninguna se había planteado ser madre. Disfrutaban sin responsabilidades en un piso al que aún le faltaban muebles y le sobraban cajas.
Empezó un proceso largo y burocrático de rellenar solicitudes y hacer infinidad de trámites para la adopción, además de poner en valor su tipo de familia. La primera vez que fueron juntas al centro de acogida la educadora les preguntó: <<¿Quién de las dos es la tía?>>
<<Me señalé a mí misma y, para nuestra poco grata sorpresa su respuesta fue ésta: -Dijiste que ibas a venir con tu pareja-
-Es que vengo con mi pareja- contesté cortante agarrando a Sira de la mano.
Nos miró con cara de desaprobación y ni corta ni perezosa nos soltó:
-¡Ah! Pensé que sería un chico-
-Pues ya ves que no lo es- Refunfuñé>> cuenta Aroa.
Uno de los procesos más difíciles y que exigió mucha paciencia de parte de las madres fue ganar la confianza de Hugo. Era pequeño pero había sufrido mucho, le costaba fiarse.
Y al comienzo era complicado, puesto que solo disponían una hora los jueves para estar con él. Una hora para condensar todas las ganas que tenían de ser sus madres a tiempo completo, una hora para intentar demostrarle que el amor que ellas le profesaban era de verdad.
Con el tiempo lograron sumar a la hora de los jueves ocho horas del domingo, pero resultaba frustrante y doloroso para los tres tener que dejarle ahí otra vez cada tarde, sobre todo para Hugo, que no entendía que por qué debía separarse de sus mamás.
Aunque les dijeron que darían prioridad al caso de Hugo para sacarle del centro de acogida, pasaban los meses y nada. <<Nos aislamos un poco del mundo exterior, estábamos demasiado agotadas para emplear las pocas fuerzas que nos quedaban en algo que no fuese luchar por nuestro pequeño, perdí la cuenta de las veces que llamamos a comisión de tutela pidiendo respuestas, explicando que Hugo estaba sufriendo y pidiendo que por favor, aceleraran aún más el proceso>>.
Uno de los días más maravillosos para esta familia fue cuando recibieron la llamada de la asistenta social. Habían pasado todas las pruebas, eran las madres idóneas para Hugo, y aunque aún faltaban autorizaciones, estas solo tardarían unos días, por lo que podían llevarse al niño de vacaciones con ellas. A la vuelta estaría ya todo listo y Hugo ya no debería volver nunca más al centro de acogida.
Fue un verano inolvidable. Hugo conoció el mar, probó sabores nuevos, tomó muchos helados y se río como nunca antes habían visto sus madres. Le brillaban los ojos. Todo mientras Aroa y Sira comenzaban a ser atravesadas por el amor irreversible de la maternidad.
Cuando volvieron a Madrid recibieron una llamada que tuvo el efecto de puñalada para la familia. Por un problema burocrático no se había alcanzado a tramitar la adopción en el periodo de vacaciones. Hugo debía regresar al centro de acogida.
<<No daba crédito en absoluto a lo que estaba escuchando, me lo tuvo que repetir varias veces la trabajadora social, reclamé, aguantando las lágrimas, nuestro hijo no era un juguete para andar llevándonoslo y devolviéndolo al terminar unas vacaciones, para nosotros, esos 20 días juntos, habían sido el comienzo de una vida y sabíamos lo que todo esto iba a suponer para Hugo y su mochila de traumas pero no se podía hacer absolutamente nada. NADA. Llena de rabia y dolor colgué mirando a Sira que había estado siguiendo toda la conversación sin entender nada y le confirmé lo que temía…Nos sentamos con Hugo en el sofá agarrándonos fuerte la mano sin saber cómo explicárnoslo y muchísimo menos cómo explicárselo a él así que nos abrazamos un largo rato los tres…el sueño se había tornado en la peor pesadilla>>.
Apesadumbradas tuvieron que llevarle de regreso. La cuidadora les permitió ponerle el pijama y acostarlo. Pero Hugo las miraba decepcionado y triste. Al despedirse él las agarró muy fuerte del pelo. Empezó a llorar y a gritar.
<<Fue el momento más duro de nuestra vida y, cuando creíamos que no podíamos tener el corazón más destrozado, escuchamos desde el otro lado de la pared su vocecita gritando de manera desgarradora “mamá, mamá, mamá”. Era la primera vez que nos lo llamaba y había tenido que ser de esta manera. No era justo y así nos lo dijo la mujer que ahora volvía a cuidar a nuestro hijo. ‘Sois sus madres, esto que os han hecho es inhumano’>>
Esa noche no pudieron dormir. Por la mañana llamaron al centro para saber cómo estaba su hijo. Hugo se había dormido agotado de tanto llorar. No quería comer, ni interactuar. Tampoco se dejaba tocar. Cuando por fin llegó el día de visita, él las recibió con una bofetada. Ellas le abrieron los brazos, y él corrió a acurrucarse entre ellos.
Desde la primera vez que visitaron a su hijo en el centro de acogida hasta que pudieron llevarlo a casa definitivamente pasaron 8 largos meses. <<Decidimos contar nuestra historia en Instagram para dar visibilidad a lo que hay detrás de los procesos de acogimiento y adopción, tanto por el lado burocrático como en los centros de acogida y así poder dar algo de soporte a personas que estén en nuestra situación o pretendan iniciar un proceso parecido, también para dar visibilidad a nuestro modelo de familia>>.