Con intenso ánimo geolocalizador saco el móvil y empiezo a “cargar chicas” (término que sí, lo carga el diablo). A lo Chimo Bayo: esta sí, esta no (y mejor no sigo para no sonar heteronormativa).
Todo depende de la “química”.
La aplicación funciona. Tras subir “mi foto en una App”, algunas me empiezan a escribir. Comenzamos con la dictadura de la imagen y la obsesión por la fotito, por trascender esas puestas de sol, impostadas o no, con la que muchas decoran el armario. En el país sudamericano donde hoy me encuentro temporalmente, he visto a una tonta poner en su perfil “soy feliz en el ‘closet’”. ¿Estás segura, cariño? En fin, hay que salir, sin obsesiones, asomar la carita, sin compulsiones.
Las conversaciones suben de nivel y pasamos al WhatsApp. Con las que chateas más llegas a quedar. El chat, el que sea, es un intercambio de fantasías, donde una mezcla entre lo que la otra persona y tú construyen, la una de la otra, va trazando un mapa mental determinado, no siempre verdadero, es decir, que no siempre tiene un correlato exacto con la realidad, con la realidad tangible, la de los cinco sentidos, esa a la que pasas cuando del alto nivel en el que ya estabais, se trasciende a un intercambio on fire, siempre virtual. Ese mágico toma y daca, bidireccional, el ping pong maravilloso que anima tus días, que te tiene sonriente como tonti en las estaciones de metro, en la cola del banco, pendiente del móvil mientras trabajas, cagas o compras pan, subida en una nube de endorfinas ficticias, una cama de rosas dibujada por el ansia, por el how soon is now agolpado en la puerta del horno a lo Vallejo (que, igual, se nos quema, y crepita al ritmo de la guitarra de Johnny Marr). Algo os impulsa, todo parece indicar que os deberéis conocer, pasar a lo tangible, a oírse, olerse, mirarse, tocarse. Ver a la otra gesticular, pestañear (o no: y allí ya sabes que tienes que salir corriendo).
En mi experiencia, la mayor parte de las veces ha existido un abismo entre la chica de la foto de Brenda (o del WhatsApp) y la chica “real”. No sé si hay algún estudio científico al respecto, pero tengo la sensación de que siempre ponemos las imágenes donde salimos más guapas, marcadamente más guapas, que en la “realidad”. Yo misma pongo foto de cara, donde no se me notan los kilillos que he ganado en el resto del cuerpo, imagen que omito sistemáticamente. Nos “autoeditamos” favoreciéndonos demasiado, pero eso, al final, resulta contraproducente. Como aquella vez en la que Marcela, una artista plástica chilena residente en el Maresme, me tuvo en las nubes y me bajó rápido. Porque su perfil en Brenda, las cosas que subía, las fotos que me enviaba, era todo arte, una construcción excesivamente distante de lo que era en realidad, en ese bar frente al mar. Marcela era todo menos la artista guay que pretendía mostrarme. Bueno. Era “algo” guay. Pero no la artista guay de las fotos cuquis. Simplemente, se trataba de una chica entretenida con la que no conecté. Yo no podía creer que, tras nueve semanas y media de chateo incesante, Marcela fuese esa chica, la chica del chat. Pero, al final, esto es arte sobre el arte. Qué arte. Pero parece que a Marcela sí le gusté (pese a los no pocos kilillos de más) y no pilló que, al final, no fue mutuo. A mí me sorprendió gustarle, dado que en nuestro encuentro tampoco mostró mayor interés. pero siguió con la “chateada” y no daba crédito al hecho de no haberme gustado. Felizmente se dio cuenta, tarde pero lo hizo. Me es imposible sostener una mentira: mentirme a mí misma para mantener la magia del online. No. Si en el 1.0 falló, no es posible continuar. Let’s get over it. Ahora ya ni me contesta los esporádicos mensajes amicales que le envío. Pero esos silencios ya han dejado de importante, gracias a nuestro encuentro que me permitió ver que ella no era la chica para mí.
Sanador encuentro.
Es tan dura la realidad de “no gustarse” que, al final de la cita, ya cuando has pedido la cuenta y has perdido la esperanza y esperas cansada a que te la traigan, o te acompaña al tren y tienen la ¿última? conversación, las dos “valoran la aplicación” y su utilidad en la ardua, abnegada tarea de “conocer chicas”. “¿Cómo conocer chicas?”, se preguntaba en un álbum el mítico Charly García, autodenominado “la única estrella de rock latinoamericano”, que animo a todas las no latinoamericanas a explorar. A veces me pongo las manos en el mentón, pensativa (mítico nick del chat de Chueca), en plan Charly (no los Charlys del pequeño Nicolás) y me pregunto lo mismo. “¿Cómo conocer chicas?”. Parece que la respuesta es complicada. Say no more.
Cara Banshelle