¿Crees que nadie ha sufrido tanto por amor como tú?

 

¿Crees que nadie ha sufrido tanto por amor como tú? ¿Qué has tocado verdaderamente hondo? ¿Qué ya no se puede bajar más un escalón? No conoces la historia de Mimi.

Mimi (Emmanuelle Seigner), una joven y atractiva francesa, trabaja como camarera en un café parisino. Un día Oscar (Peter Coyote), un escritor americano de mediana edad que vive en París, entra al café en el que trabaja Mimi. Ellos intercambian miradas. Luego coinciden en un autobús. Cuando pasa el fiscal, Mimi no encuentra su billete. Oscar le da el suyo y paga la multa. Empieza así la historia de amor, obsesión, venganza e interdependencia entre Mimi y Oscar.

 

De esto nos enteramos porque Oscar, ahora preso a una silla de ruedas, decide contarle su historia a Nigel (Hugh Grant), un inglés con el cual coincide en un navío. Se da cuenta de que Mimi le gusta a Nigel y lo va enredando en un juego de seducción perverso. A la par que le incentiva a Nigel a lanzarse, abre los ojos de la esposa de éste respecto a sus intenciones. Disfruta viendo como el torpe Nigel intenta conquistar a Mimi y como éste se mete en serios apuros con Fiona (Kristin Scott Thomas). Mientras, le cuenta los pormenores de lo que vivió con Mimi y le advertirle de los peligros que ella oculta: “Ella es una trampa para hombres. Mira lo que me ha hecho a mí”.

Las dos parejas habían embarcado en aquel crucero rumbo a Estambul con propósitos diferentes. El de Mimi y Oscar solo será desvelado al final de la película. El de Nigel y Fiona era el de salvar su matrimonio. Habría que alejarse de todo y tener tiempo para cuidar la relación, bordeando la crisis de los siete años. Pero no más embarcan en el navío y conocen a la hermosa y seductora Mimi, así como a su marido Oscar, un parapléjico sarcástico con ansia de narrar sus vivencias. Aquel viaje, desde luego, será todo menos tranquilo. Y marcará un antes y un después en la vida de los cuatro.

Bien dirigida, uno de los puntos altos de Lunas de hiel es su guión, especialmente en lo que corresponde al cuidado dedicado a los diálogos.

Oscar, con su sarcasmo, verbaliza algunas de los mejores fragmentos del guión (“En los ojos de cada mujer, yo puedo ver el reflejo de la próxima”), aunque Mimi no se queda atrás (“No tienes derecho a autocriticarte. Este privilegio es mío). La película, asimismo, cuenta con diálogos brillantes:

– Oscar: ¿Ya no vas a las clases de baile?

– Mimi: Bailar es algo que tiene que venir del corazón.

– Oscar: ¿Y?

– Mimi: El mío está roto.

O entonces:

–  Mimi: Me quiero casar contigo. Quiero darte hijos. Quiero dar el resto de mi vida.

–  Oscar: Yo no quiero el resto de tu vida, quiero mi propia vida.

Luego hay situaciones/escenas antológicas, inolvidables. Cuando Oscar despierta en el hospital y ve a Mimi, ésta le dice que le trae buenas y malas noticias. Le pregunta qué quiere saber primero. “Las buenas”, dice él en tono jocoso. Ella: “Te has quedado parapléjico”.  “Te he pedido las buenas primero”, protesta. Mimi rebate: “Ésta es la buena noticia. La mala es que seré yo quien te cuidará a ti”.

 

Son muchos los diálogos inspirados y las situaciones límites con excelente puesta en escena. Su ritmo es bien cadenciado, con incisiones precisas de flashbacks. Como quien entra en el partido para ganar, Polanksi va poniendo poco a poco sus ases sobre la mesa. Dosifica la información sin nunca pecar por falta o exceso, sin nunca marear al espectador. Quizá en uno que otro momento le cause alguna incomodidad. Pero es algo calculado. Un buen guión en las manos de un director excepcional resulta en una película como esta: una pequeña obra prima, un orgasmo cinematográfico (así entona más con su contenido). Todo funciona aquí, todo está en su sitio y lugar. La ambientación, la banda sonora (con destaque para la inclusión de la canción Katia Flavia, hit carioca ochentero, que le cae como un guante). Y los actores, perfectos. Polanski saca lo mejor de los cuatro.


Si te preguntas dónde encaja el tema lésbico en medio a todo esto, Lunas de hiel es el tipo de película <save the best for last>, es decir, que deja lo mejor para el final. Su clímax nos brinda con una sensual cena de baile y beso protagonizada por Emmanuelle Seigner (mujer de Polanski en aquella época) y  Kristin Scott Thomas. En una obra morbosa y sugerente, llena de escenas de sexo, algunas casi explícitas, destaca la última por su belleza y sorpresa. La cara que pone Nigel cuando, al igual que toda la tripulación del navío, ve a su mujer en acción con Mimi, a quien estuvo cortejando sin mucho reparo a lo largo del viaje, lo dice todo. El comentario de Oscar es la cereza en el pastel: “Convendría haber apostado en Fiona y no en ti”. Hugh Grant parece que nació para interpretar a Nigel. Su expresión, entre el <no me lo puedo creer> y <qué tonto soy>, sintetizan la torpeza y la frustración de su personaje. Su impotencia y sensación de derrota, su vergüenza y perplejidad.  Todo esto se ve reflejado en su mirada cuando él las observa marchándose juntas. Desde luego es el mejor papel de su carrera.

A Polanski le gusta encerrar a sus personajes como si fueran fieras, dejarlos en situaciones límites, exponerlos. Desnudarlos ante un público ávido por ver(se reflejado), por compartir la intimidad ajena (es más cómodo que exponerse). Como si estuviéramos en un zoológico, protegidos tras las rejas – o la pantalla en el caso – observamos qué les pasa. Ya lo ha hecho diversas veces: en Repulsión, La muerte y la doncella y más recientemente en Un dios salvaje.

Las metáforas visuales de esta adaptación literaria abundan y ayudan a crear el clima que da tono a la película. El mar embala, no para. Óscar es parapléjico. Posible alter ego del director, comparte con el espectador una cierta pasividad ante situaciones que suceden delante de sus ojos y que su condición le impide afrontar de otra manera. Por esto Oscar verbaliza, busca a alguien que le escuche. Pero las olas no dejan de romper contra el casco del navío: queda la expectativa de que a cualquier instante puede suceder algo que definirá el destino de todos los envueltos. que todo pasará factura. Al igual que una ola que parece surgir de la nada y saca todo de su lugar.

Con pocos escenarios, Lunas de hiel es claustrofóbico. Los personajes apenas se mueven por las zonas comunes del navío y sus cabinas. No hay más, solo el mar alrededor. Recurso también utilizado por el maestro del suspense, Hitchcock, que ubicó algunas de sus tramas en trenes en movimiento (The lady vanishes y Extraños en un tren son ejemplos). El hecho de que en Lunas de hiel la acción en el tempo presente transcurra en un navío le da al cineasta margen para manejar la tensión creciente entre los cuatro protagonistas. Es una historia de (des)amor, pero también de suspense. Un suspense doble. Hay dos misterios por resolver: cómo va a terminar aquello para los cuatro y qué sucedió previamente entre Mimi y Oscar.

Narrada en flashbacks, el mosaico de recuerdos de Oscar, deseoso de contar su historia, atrapa a Nigel, así como el director Roman Polanski al espectador. Después de leer el libro Lune de miel, de Pascal Bruckner (1981), el cineasta decidió llevarlo a las pantallas de cine. No es de extrañarse: queda la impresión de que éste fue escrito para convertirse en película. Pocos libros me han dado esta impresión, quizá ahora solo me acuerde de dos que van por la misma línea: Tarántula de Thierry Jonquet y Live flesh de Ruth Rendell (dos de los únicos largometrajes de Almódovar que no nacieron de un guión original escrito por el propio director). Pero volviendo al caso que nos ocupa, la adaptación de Polanski es primorosa: traduce la esencia del libro en narrativa cinematográfica fluida. Algo dura, algo perversa. Pero siempre ingeniosa y sincera: ya se intuye un final feliz improbable para el dúo de amantes, aún así ambos, conscientes de ello, deciden seguir adelante. Imposible evitarlo. La culpa, la interdependencia, el haber traspasado todos los límites juntos y la sensación de que ya no hay nada más que perder no les deja otra alternativa. No pueden vivir juntos pero tampoco separados. Y llegados hasta este punto, ¿qué más da?

Las últimas palabras de Oscar no dejan dudas: se amaban, tanto que no se separaron. “Poco amor no es amor”, diría Nelson Rodrigues, escritor brasileño.

Hay historias que deben ser contadas, hay historias que deben ser vividas. Pero las mejores deben ser compartidas. Desde luego, ésta es una de ella. Lunas de hiel también versa sobre esto: la necesidad/placer de narrar. Sea por pura catarsis, sea por volver a vivir el relato. Para entenderlo, para enterrarlo. O apenas para saberse capaz de vivir con ello. Oscar lo necesita, también Polanksi.

http://www.youtube.com/watch?v=NfPMAvkTu84

 

Lunas de hiel (Bitter moon), de Roman Polanski. Con Peter Coyote, Emmanuelle Seigner, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas, Victor Banerjee, Sophie Patel y Patrick Albenque. Francia, Reino Unido, EE. UU., 1992, 139 min.

Tráiler Lunas de hiel

 

“Have you ever truly idolized a woman? Nothing can be obscene in such love. Everything that occurs in between it becomes a sacrament”.

(“¿Ya has idolatrado a una mujer? Nada puede ser obsceno cuando se ama así. Todo lo que ocurre entremedias se convierte en un sacramento”).

Oscar/Peter Coyote

 “We were developing a narcotic dependence on television – the marital aid that enables a couple to endure each other, without having to talk”.

(Estábamos desarrollando una dependencia casi narcótica respecto a la televisión – la ayuda marital que permite a una pareja soportarse sin tener que hablar.)

Oscar/Peter Coyote

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