Lee la parte I: “Crónicas de invisibilidad I: Jamás te enamores de tu compañera de piso“
El día después es un reto. Mirar a la cara de quien te ha roto el corazón. Mirar a la cara de una persona a la que le has roto el corazón, que conoces poco pese a sus imparables conversaciones de sobremesa.
Tener, a la vez, intereses comunes. Los intereses comunes superan el amor: no perder un techo y no verte con las maletas en la calle es un interés superior. El monto de un alquiler en medio de unos ingresos poco frecuentes por la maldita crisis, es un interés superior. El sentimiento adolescente de una pringada está por debajo de la necesidad que nos impone el mundo en que vivimos. El llamado sistema nos pasa por encima.
El monto de un alquiler y tanto que es un interés superior. Al final, muy educada, sutilmente y con altura de miras, me dijo muy tranquila que todo lo hacía por hacerme sentir “bien en el piso”. Tengo la manía de leer entre líneas y, por un momento, me sentí un número. Me sentí querida por una cifra, con lo demoledor que supone entender eso. Luego se me pasó, ya que la preparadísima juventud española, en sus treinta y pico, sufre la bestial precarización. Tenemos que hacer cosas bajo riesgo de que se nos malinterprete para pagar el puto alquiler. Tenemos que elegir compañeros de piso que, no lo sabemos, pueden enamorarse de nosotros, de nuestros gestos, de nuestra sonrisa, de nuestras honestas ganas de ser un buen anfitrión, transformadas en erróneas impresiones. Tenemos que correr el riesgo de meter en casa a alguien que se enamore de uno. ¿No es más cómodo y más digno vivir bajo un techo sola, con absoluta privacidad, o vivir con tu amor correspondido o con compañeros de piso cordiales, agradables, con la justa distancia y con la justa sonrisa, y la espera cómoda y tranquila del dinerillo mensual correspondiente? Obvio que sí, pero, nuevamente, el sistema. Tras la confesión, puede que tema que insista. Las reacciones de los corazones rotos pueden ser impredecibles, y pueden ir desde el acoso, la furia, las reacciones impulsivas, el odio visceral, entre otras perlas. Pero para las mujeres, al menos para mí, un no es un no. No hay parte de la “n” ni de la “o” que no entienda, más si me considero una persona bastante pesimista en el lado del amor y, a la vez, respetuosa de las decisiones de los demás, por más absurdas que sean, por más discordantes con miradas, gestos, palabras.
Señales. ¿Qué señales? Una amiga piensa que sí le he gustado y que está confundida. En una cena, el unánime “no” ante la pregunta “¿Estarías con tu compañero de piso?” me hace pensar que sí le gusté pero que la situación no es la adecuada, que pese a sentir algo me ha rechazado por ese tabú, por esa regla de oro del ligue (o del no ligue). Hay signos que sobrepasaron la normal amabilidad de un anfitrión, según mi corazón esponja. Pero nada de eso vale. El “no” es seco, rotundo, cae como una piedra por efecto de la gravedad. Es matemático, puro, pero no hay que estar sacándole la raíz cuadrada todo el tiempo. El “no” es igual a “no”.
Todo esto nos lleva a la guerra, a la paz y a la frialdad. Los primeros días después de la “decepción” (que en realidad fue más una caída desde la nube de las expectativas mías y sólo mías y de nadie más que mías) fueron negros, sobre todo el primero. El segundo, a levantarse, pero no fui muy simpática con ella.
Luego salí de la ciudad. Durante el viaje adquirí conciencia plena de la difícil situación en la que me he metido por una confesión, por una breve línea en el WhatsApp. Un “Me gustas” abriendo la caja de unos truenos que no esperaba, con consecuencias que van más allá de lo sentimental. Esto, y no lo que vemos en televisión, es realpolitik. Todo con pinzas. El verdadero segundo round ha comenzado a la vuelta: los whatsapps son más largos y fríos, domésticos y secos de toda sequedad, sin perder un mínimo de cordialidad. La idea es mantener la fiesta en paz, ser amable y dejar claro el desinterés, ser amable y ocultar el interés, lo cual, en el fondo, si te pones a ver, es un microconflicto de baja intensidad. Veo en ella intentos de ser distante para no dar a entender ninguna señal. Yo creo que le cuesta, que no le sale bien, le sale tosco de toda tosquedad, es una persona dulce enfrentada a la necesidad de una cobra permanente para evitar cualquier malinterpretación. Yo he vuelto a ser la de antes, aunque sin florituras ni remaches. Las reglas nuevas: no emoticones, no cenas en la mesa, las palabras precisas, el sentimiento en descenso, la formalidad absoluta. Me entristece, pero pienso y vuelvo a mi, y veo a mis verdaderas ilusiones esperándome en el escritorio, con un verdadero abrazo: un abrazo de papel, que sabe a futuro.
Cara Banshelle
Lee la parte III: “Crónicas de una invisibilidad: Mi foto en una app“
Me encantó la crónica. Me gusta la forma de exponer los sentimientos y la historia en sí, como la relatas. Llega bastante a quien lee, al punto de hacerle partícipe.
Espero la con ansias la tercera parte!
Ya viene… ya viene!!!