El reloj marcaba las 22.05 de la noche cuando por fin mi cuerpo se abrió del todo y emergió mi pequeño gran amor.
Llevaba casi 24 horas intentando parir, estaba agotada, harta, tenía hambre, sed, no podía más, pero cuando la médica sacó a Agustín y me lo puso encima, todo se esfumó, solo existía Agus, Aída (mi mujer) y yo.
Aída y yo comenzamos a llorar a la vez que no parábamos de sonreír. Agus abría sus ojitos, nos miraba. Yo soy de piel morena, gitana, Agus blanco como la luna, como su otra mamá, Aída.
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Ya se veía que heredaría los ojos verdes de mi esposa, no tenía pelo, ni cejas, como era de bebé mi querida mujer.
Ese bebé que tenía en brazos no tenía nada genético de mi, nada. Pero era absoluta y completamente mío. Yo le había dejado mi cuerpo para que creciera y se cobijara.
Todo había empezado casi un año antes. Aída y yo llegamos a la clínica FIVMadrid buscando un procedimiento simple, una inseminación, de las dos era yo quien quería embarazarme. Revisaron mi reserva ovárica y era muy baja, las posibilidades de conseguir un embarazo en una inseminación eran escasas. Nos hablaron de otros tratamientos y así conocimos el método ropa.
Aída, que también se hizo pruebas, tenía unos óvulos excelentes, por lo que ella recibió las hormonas, le sacaron los óvulos y los fecundaron en el laboratorio. Usaron un donante de semen que se pareciera a mí. Conseguimos seis embriones de la mejor calidad.
Y fui yo quien recibió a uno de esos embriones en el útero. Eran de tan buena calidad que 12 días después el test nos marcó el positivo rotundo que nos cambió la vida.
Nuestros amigos y familiares estaban muy emocionados. Recuerdo que una tarde mi padre me dijo: “sé que el bebé no tiene nada genético nuestro, pero quiero que sepas que eso no nos importa ni un poco, es nuestro nieto y ansiamos poder abrazarlo”.
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Me pareció muy lindo, pero me di cuenta de que la gente en general se planteaba que Agus no tendría nada de mí, estuve analizando mis propios sentimientos al respecto. Es verdad lo que dicen, que es el amor el que hace las familias, no la genética, pero más allá de las frases hechas, ¿me importaba?, ¿no me importaba? Partía del hecho de que no, pero ¿y si estaba dentro de mi ese pensamiento y no sabía sacarlo?
Pasaron los meses y disfrutamos mucho el embarazo, Aída me cuidó con tanta dedicación y amor, nos encantaba ir preparando cada detalle, leyendo sobre crianza, imaginando nuestra vida de cuatro (también tenemos un perro).
Hasta que llegó el día, lo tuve en mis brazos, vi cómo se movía buscando mi pecho, cómo se calmaba con el contacto de mi piel, y me di cuenta que la maternidad es mucho más que un vínculo genético. La maternidad es un amor impactante e irreversible que no puedes sacudirte jamás.
Me encanta ver la carita de Agus y ver a mi esposa reflejada en él. Me encanta ver cómo la vida y la de nuestras familias han cambiado y parecen más felices, más enteras.
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Solo puedo sentir agradecimiento, a mi hijo por habernos escogido como sus mamás, a los maravillosos óvulos de Aída, a mi familia, al joven donante que nos permitió engendrar a Agus y a FIVMadrid por su trato y profesionalidad.
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