“Elogio del Happy End” -ganadora del VII Premio Terenci Moix– narra las vicisitudes de unas amigas (Enia, Lola, Rosa, Noe, Amanda y Adela) en el barrio barcelonés del Poblenou. Estas mujeres se encuentran en diversas situaciones vitales: unas con pareja estable, con y sin hijos (adolescentes o impúberes), otras en familias monoparentales; otras rompen con su pareja y algunas son solteras por convicción o solteras en busca de un nuevo amor.
Además de estas amigas, tres ancianitas (la madre de Noe, la Nona y la “tieta” Pili) tienen un papel importante en esta novela. De hecho, en cierto modo, “Elogio del Happy End” viene a ser un reconocimiento a aquellas mujeres que tuvieron que vivir en el armario en su juventud, que sólo contaban con unos cuantos establecimientos y un código rudimentario para amarse en la clandestinidad, y que ahora, a causa de los achaques de la edad, requieren de vigilancia y cuidados las 24 horas del día. No quieren ser una molestia para sus familias, pero rechazan la opción de esperar una muerte lenta en un centro residencial, rodeadas de otras ancianas que les pregunten “de qué murió su marido”, sintiéndose solas, deprimidas, aparcadas en los márgenes de la existencia. Buena parte de la trama gira alrededor de la búsqueda conjunta de una solución, un proyecto que responda a las necesidades de estas tres mujeres. Todas las amigas se implican en esta misión, excepto una: Adela, recién separada de Amanda, que está demasiado embebida en su nueva novia como para implicarse en proyectos colectivos.
Además de estas ancianas, también aparecen en la novela dos animales domésticos (Pino y Quasigato) y tres niños: Max, Clarita y Lunila. Esta última, adolescente, es quizás el personaje más querido por Isabel Franc. En la presentación del pasado 25 de octubre en Barcelona, afirmó que Lunila “no tiene un referente real, pero me enamoré de este personaje; me gustaría que Lunila existiera de verdad”.
Si Erasmo de Rotterdam escribió su “Elogio de la locura”, donde ponía de manifiesto la estupidez de algunas prácticas religiosas y la corrupción de la iglesia católica de su tiempo, Franc plantea a través de este “Elogio del Happy End” la búsqueda del amor romántico como una locura transitoria que aísla al individuo de su congéneres y lo vuelve insolidario. Enia se erige como portavoz de la tesis de la novela cuando afirma que, desengañada del amor romántico, prefiere convivir con su perro, aunque quizás aceptaría la compañía de otras mujeres libres en una comuna. Enia se rebela ante la posibilidad de tener pareja o, tal como ella la entiende, un “modelo de posesión absoluta” “un montaje”:
una pava que me pertenezca, me ayude a clavar un clavo, decida conmigo lo que vamos a comer, qué película queremos ver o dónde iremos de vacaciones. ¡ah, y sobre todo, saber con quién follaré durante una temporada hasta que la llama se acabe, pero se presuponga que seguimos haciéndolo de vez en cuando o, al menos, tenemos la posibilidad de hacerlo. En paralelo, poder echar unas canitas al aire sin que ella se entere. Algo que ella, con toda probabilidad, hará también sin que yo me entere. Y así estar bien servidas en todos los terrenos, el sexual, el familiar, el social, el hipócrita, en fin, todos. Lo siento, no me va ese montaje, insisto.
¿Qué busca Enia, pues? “otras fórmulas, además de la pareja, no sé, algo más tribal, formas de vida alternativas…”. Enia considera una falta de respeto que al tener novia una se aísle de sus amigas y sólo vuelva a la “tribu” tras la ruptura. Ella desea experimentar algo más duradero que una relación de pareja al uso, una camaradería no sometida al subidón hormonal del momento o a un deseo impuesto desde fuera, la obligación de ser felices “the american way”, sonriendo a cámara muy juntitas, con los niños y la barbacoa, en algún lugar perdido de nuestro Wisconsin particular. Quiere tener cerca a amigas que no desaparezcan, personas con las que compartir momentos hermosos, relaciones de apoyo mutuo que no se estropeen con el sexo. Quizás, se dice, sea mejor amar un ideal que soportar otro desengaño, otra frustración. “No estoy dispuesta a conseguir compañía a cualquier precio. La gente se ha vuelto loca, compra parejas por Internet”.
Sí, quizás nos hemos vuelto o nos han vuelto locas: hacemos cualquier cosa por vivir una acaramelada historia de amor con final feliz, un final en el que, contra toda lógica, queremos permanecer para siempre. Todo vale para lograr el amor (fingirnos mejores, perder peso, perder amistades) o, en definitiva, para esquivar la soledad y encajar, tan rápidamente como sea posible, en lo que se espera de nosotras: vivir felices, y de dos en dos. Nos obsesionamos por ponernos en el mercado y gustar a otra, cuando tal vez debiéramos, en primer lugar, buscar un espacio propio y procurar gustarnos a nosotras mismas.
Franc pone de manifiesto diversas contradicciones de la comunidad lésbica: ¿dónde quedó el espíritu rebelde de aquéllas que en su juventud abominaron de la familia tradicional, y que al final han acabado viviendo una copia de la pareja heterosexual, teniendo o adoptando hijos, compartiendo hipoteca, cuidando de perros y gatos, dormitando en pareja frente al televisor y viviendo relaciones tan aburridas como los seriales americanos de sobremesa? Hubo un tiempo en que fueron amazonas, mujeres que no deseaban repetir esquemas patriarcales pero que, sin saberlo, han acabado metidas hasta el cuello en relaciones de dependencia y dominación, las mismas que tuvieron que vivir sus abuelas, sus madres. La diferencia estriba en que la dominante es ahora una mujer que, con tono dulce (“cariño, pónme esto aquí, lleva esto allá, tráeme un vaso de agua, por favor”) y la tradicional coletilla “cariño-cielo-amor-tesoro” las ha vuelto a convertir en poco más que unas criadas. Son mujeres aparentemente felices, pero que viven inmersas en la rutina, no practican ya sexo aunque vivan en pareja, y que para seguir adelante han de recurrir a los ansiolíticos y las pastillas para dormir. Distintos perros, mismos collares: “estamos reproduciendo los mismos modelos de los que renegamos en su día, y desde la ley de matrimonio, más todavía. Familias unidas que esconden silencios, secretos y mentiras, ya lo decía Adrienne Rich”.
Otra contradicción consiste en esperar que los hijos e hijas de una familia lesbiana sigan el mismo camino que sus madres, del mismo modo que las parejas heterosexuales esperaban que sus hijos continuaran reproduciendo su modelo. Lola y Rosa se preocupan seriamente cuando Lunila plantea su deseo de devenir trans. Por su parte, Noe hace lo posible porque su hijo varón sea gay, y se desespera porque el niño detesta las camisetas rosas y la comida vegana, y en cambio muestre “una clara inclinación a ser fortote, machirulo y futbolero”. Si el género no es más que una construcción social contra la que nos hemos rebelado, ¿no es acaso absurdo que una pareja de lesbianas intente imponer estructuras de género –del tipo que sea- a sus propios hijos?
Parte de la comunidad lésbica está de acuerdo a asimilarse con estructuras tradicionalmente heterosexuales, como una forma de normalizar su opción de vida. Otros sectores de la misma comunidad consideran que no desean normalizarse, sino distinguirse de lo heteronormativo mediante la instauración de nuevas prácticas, otras formas de amar y de vivir (como, por ejemplo, las relaciones poliamorosas). En el “Elogio del Happy End” esta cuestión aparece en diversas ocasiones, pero se pone especialmente de manifiesto en el momento que Enia recibe una oferta para trabajar en televisión, presentando un programa-concurso en el que varias pretendientas aspiran a lograr el corazón de una tronista. Enia se pregunta si el premio será una boda financiada por algún ente público, viaje de luna de miel y primera visita gratuita a un centro de reproducción asistida. Además, ya conocemos la forma de trabajar y de tratar los temas – y a las personas- de algún programa similar. ¿Qué precio estamos dispuestas a pagar por sentirnos integradas en según qué tipo de normalidad?
Una novela valiente y arriesgada, este “Elogio del Happy End”, que nos invita a hacernos preguntas incómodas pero necesarias, y aún más importante: a darnos la oportunidad de decirnos, a nosotras mismas, las respuestas que tal vez no queremos oír. Nuestro proyecto vital, ¿es realmente el que deseamos para el futuro? ¿Nos gustaría vemos en ese mismo proyecto dentro de cinco, diez años? ¿Amamos y vivimos de acuerdo con nuestras necesidades, o nos estamos forzando a vivir esquemas y formas de vida que, en realidad, nos son ajenos?
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Si es cierto que las lesbianas de los años 70 no tienen mucho que ver con las de hora en muchos conceptos. Pero creo que ese anhelo de pareja, familia y un tipo de vida no tiene tanto que ver con la orientación o la rebledía, ¿no?
Hola Lourdes!
Se nos ha educado para buscar el amor romántico desde la niñez, y por tanto intentamos encajar en ese ideal, sea en relaciones heterosexuales o no. Ese ideal lleva implícitos una serie de complementos como la convivencia bajo el mismo techo, la fidelidad o los hijos. En una sociedad donde se nos educara en la diversidad de opciones (sexual y de organización social) podríamos explorar otras posibilidades antes de centrarnos, si ésa fuera nuestra elección, en ésta. Franc critica la obediencia ciega a un modelo impuesto y repetido hasta la saciedad en dibujos animados, películas, publicidad… que a la protagonista (Enia) no le satisface, y al no cuadrar en “lo que se espera de ella”, es presionada por sus amigas (aunque con la mejor intención). Personalmente creo que debe haber libertad para escoger el modelo de vida que se desee seguir, sea el de pareja estable y con (o sin) hijos u otro, pero desde la libertad y el conocimiento, no desde la repetición por inercia.
Pero no creo que sea inercia. Soy rebelde y he hecho lo que he querido siempre, amar a quien he querido. Ahora, ya a mis 30 y tantos. Otras cosas deseo. Deseo una pareja estable, deseo tener hijos. Y no es la inercia que me lleva a eso, jamás me he dejado llevar. Cambian las prioridades y cambian los deseos, no?
Sí, la vida es móvil y por eso cambian las prioridades, los deseos…. Precisamente hace unos días hablaba de la escritora Flavia Company, que entre otros temas escribió en su novela “Melalcor” (2000), de la que hablé aquí, una feroz crítica a la monogamia, al tener que ir “de dos en dos”… Doce años después, Company se casa. Anunció el evento en su blog como “el día más hermoso de mi vida”, precisamente el día en que recibimos la buena noticia de la sentencia del TC. También tengo constancia de la separación de unas amigas, casadas y- aparentemente- felices desde hacía más de diez años, con niños en común. En estos temas hay tantas experiencias como personas, y está bien que algunas novelas nos hagan reflexionar un momento sobre si nuestra situación vital es aquella en la que realmente queremos continuar.
[…] Hoy traigo a las lectoras de MíraLes a una artista catalana que nació en Barcelona y creció entre las montañas del Pirineo. Se licenció en Historia en la Universidad de Barcelona, estudió Ilustración y Pintura y se movió entre la publicidad, prensa, productoras de cine, estudios de arquitectura…hasta que nació su primera novela, Alicia en un mundo real (Norma Editorial, 2010), que llevó a cabo junto con la autora Isabel Franc. […]