Naces y la igualdad te dura lo que tardas en romper la tela de los pulmones. Ahí cambia todo. Ahí comienza la tortura de las niñas, que serán chicas, que serán mujeres, que llegarán a ancianas (con suerte, como todo en la vida). Si encima creces y te desarrollas como alguien que se siente atraída por su mismo sexo, las llevas claras. “Un sexto sentido te avisa de que algo no va bien”, “hay algo que te advierte que las cosas están fallando, que algo no funciona en ti, algo no es normal”. Y así creces: creyendo que algo no va bien.
Pero en realidad todo va bien, todo es normal, todo está en orden. Ese algo no eres tú. Tú funcionas muy bien. Quien no funciona es el sistema: la sociedad. Hartas tienen que estar de oír tantas veces la palabra “sistema” o “sociedad” cual mono de feria al que echarle la culpa. Pues no, no se trata de ningún mono, se trata del hombre. El hombre ha creado a su mayor enemigo y al mayor enemigo de la mujer.
Yo, por ejemplo, desarrollé mi homosexualidad con la misma naturalidad con que el resto de las chicas desarrollaban su heterosexualidad. Cuando mis compañeras comenzaron a sentirse atraídas por otras personas, a mí me pasó lo mismo, con una pequeña diferencia: a ellas les gustaban los chicos y a mí, las chicas; por lo demás, el sentimiento era el mismo. Pero tienes que callar. El heteropatriarcado todopoderoso te hacía sentir inferior: como mujer y como lesbiana. Y se encarga de hacerte la infancia, la adolescencia, la juventud…la vida, en resumidas cuentas, imposible. Tiende una batalla ante ti, y te obliga a lidiarla.
¿Heterofobia interiorizada? Por supuesto que sí. ¡Qué duda cabe! Quién no siente aversión por quien se ha pasado la vida poniéndole zancadillas y amargándole la existencia.
Afortunadamente, las personas que pertenecemos a una minoría – la que sea-, y estamos en primera fila luchando, desarrollamos, por lo general (habrá excepciones), cierta inteligencia emocional que nos permite ponernos en el lugar del otro (el que nos hiere) y buscar la conciliación, el acercamiento, el entendimiento… Hay quienes optamos por el diálogo y la educación para llegar a ello. No obstante, cuando nos relajamos, cuando nos abandonamos al “modo ciudadana de a pie”, y topamos de frente con un hombre heterosexual, hay un mecanismo dentro que nos alerta, una luz roja que se enciende. Es algo inconsciente, sucede sin que lo controlemos; es una alarma que se activa y nos advierte de que podemos estar en peligro. Tal vez no, pero sin quererlo nos previene. Y parece como si hiciéramos un examen: un par de preguntas, o un par de comentarios, y ya deducimos si hay luz verde o si estamos ante una amenaza. No digo que nos pase a todas, pero sí a un elevado número de mujeres LGBT.
Luego está la rabia que nos sale, cual alienígenas, cuando escuchamos a personajes que parecen sacados de una novela o película de terror. Hablo de individuos como Pérez-Reverte, Tony Borg o el reciente Toni Cantó (que para cantar lo que cantó, ya se podía haber callado). ¿Me negarán ustedes que lo primero que se les vino a la cabeza fue “otro hombre heterosexual machista”?
Pues a esto es a lo que yo llamo “heterofobia interiorizada”. Que viene a ser parecido (nunca lo mismo) a la homofobia interiorizada.
Hace poco fue el 5º aniversario de la muerte de Paco Vidarte. En su obra Homografías, hay un maravilloso pasaje que refleja un poco esto que digo, o que es fruto de lo expuesto hasta aquí. Yo no soy partidaria de dar patadas a las puertas ni de ponernos el disfraz de Alien –la violencia, de hecho, me paraliza-, pero entiendo tan bien lo que quiere decir… Opinen ustedes mismas:
Cuando se sale del armario no sé por qué los heteros siempre empiezan a hablar flojito, muy flojito. Como quien acaricia a un perrillo asustado para tranquilizarlo y darle confianza. Nada, nada. ¿Para qué darles ventaja? Hay que salir del armario a lo Van Damm, a lo Rambo o a lo Demi Moore, a lo Juana de Arco, a lo marine (no se me ocurre nada más obsceno, ineducado y violento). Formando una escandalera de la hostia. No hay que abrir la puerta, sino derribarla a patadas y que tengan cuidadito fuera con las astillas, y salir hecho una alimaña, metralleta en mano, pantalones de camuflaje, y pintura negra bajo los ojos, que siempre impone mucho (al fin y al cabo nos gusta travestirnos y pintarnos ¿no?); o tipo el monstruo de Alien. ¿Qué pasa? Soy bollo y a ver si te voy a partir la cara. Al fin y al cabo, son ellos los que nos han metido en el armario y el cabreo es comprensible. Es una liberación, es salir de la cárcel y para ello no hay que pedir permiso. Es un acto revolucionario. Nada de contemplaciones con el carcelero ni con quienes silenciaban nuestra prisión, la incentivaban o promovían como fuera. El factor sorpresa es fundamental. Para romper el hielo es suficiente. Luego, poco a poco, sin bajar nunca la guardia, se puede ir llegando a un tono de conversación más habitual, sin perder la naturalidad ni la espontaneidad nunca (a estas alturas convendría haberse quitado ya el disfraz de Rambo). Y sin mostrar flaquezas, debilidades, ni miramientos. Hay que demostrar -o fingir- que la reclusión en el armario no nos ha afectado para nada. Nos metieron allí para ver si nos curaban o si cambiábamos de idea y al salir hay que dejar bien clarito que las prácticas de reclusión son contraproducentes y que salimos más maricas que entramos, más cabreados, para no volver a entrar nunca y para luchar por la destrucción de una práctica tan salvaje, el armario perpetuo: algo que atenta contra los derechos del niño, del adolescente, del joven, del adulto y del anciano, porque puede durar toda la vida. Dan mucha pena los niños en las cárceles, pero a nadie se le cae una lagrimita por los niños y adolescentes metidos en el armario. En fin, la hipocresía de siempre.
Pues sí, salgamos del armario con la cabeza bien alta y sin miedos; y hagámoslo antes de que la heterofobia interiorizada sea irreversible. Sepultemos los armarios. El equilibrio está, sin duda, en la posición de igualdad. La pena no tiene voz en este entierro.
Muy bien escrito y explicado , a la par que me siento reflejada en el mismo. Le faltó añadir que en la etapa de la infancia sentimos lo que sentimos pero no sabemos por qué lo sentimos, no tenemos consciencia de ello debido a la edad claro , pero se sufre precisamente por eso. Saludos.
Totalmente de acuerdo contigo, Lidia. Y encima de pequeña no tienes las herramientas para lidiar con ello. Muchísimas gracias por tu comentario. Un abrazo
Aunque nunca se me ha rechazado por lo que soy, es totalmente cierto que por la sociedad (aunque suene a tópico) nos creamos nosotras mismas los armarios. Cuando empecé a sentir lo que sentía por las mujeres… ¡No era capaz de comprenderlo!
Me ha encantado leer acerca de ese “rechazo” a los hombres, esa especie de lucecita de alerta cuando se nos acerca uno… Empezaba a pensar que estaba loca.
¡Genial el artículo, un saludo!
Hola, Belén! No, no estás loca. Hay sentimientos que son difíciles de reconocer y de verbalizar. Pero no hay nada como hacerlo 🙂
Gracias por tus palabras y por seguirnos en MíraLes. Saludos de vuelta!
Muy bueno. Por artículos como este me sigue mereciendo la pena pasar de vez en cuando por la página 🙂
Muchísimas gracias por tu comentario!! Me alegra reafirmar que nuestra revista llega a todos los gustos dentro de la gran diversidad del colectivo LBT. Un abrazo! 🙂
Impresionante, me encanto el articulo y especialmente la parte de sentirse orgulloso de uno mismo con tus palabras me alegro mucho Gracias!
Muy bueno el artículo, todo clarisimo. Aún estoy dentro del armario. No soy capaz de dar ese paso en mi vida. Me siento estática y creo k me cuesta mucho la autoaceptación.
Saludos desde Chile, me encanta su página