Para Marlene Dietrich, conocer a Edith Piaf fue alcanzar la redención que tanto necesitaba. Ya en el primer artículo de esta serie hablamos largo y tendido sobre el complicado carácter de la Dietrich, que no parecía capaz de amar sin encontrarse en una posición de algún modo ventajosa. El hecho de toparse con la Piaf, de quien siempre supo su fragilidad y desamparo, la conmovió tan profundamente que no pocos han insistido en el cariz ligeramente maternal de sus sentimientos hacia ella. Fue la única persona a quien toleró sus imperfecciones, a quien no trató de forzar más allá de sus límites para incluirla entre sus afectos, y a quien casi logró querer de un modo desinteresado. Pero, como más adelante veremos, ni siquiera haber despertado la compasión de una femme fatale pudo salvar a la siempre desvalida Piaf.
Edith Giovanna Gassion nació durante el invierno de 1915 en las calles de París (literalmente), ya que su madre no tuvo tiempo de llegar a un hospital. Su infancia fue una sucesión constante de abandonos: la madre, que era pobre, la dejó al cuidado de su abuela materna. Cuando el padre regresó de la guerra, fue a visitarlas y se encontró a la niña en un estado deplorable, con una anciana que apenas se hacía cargo de ella. La rescató sólo para entregársela a su otra abuela, la paterna, que regentaba un prostíbulo y que se quedó con ella muy a su pesar. Pero cuando Edith empezaba a acostumbrarse a aquel ambiente, e incluso a ser feliz, su padre regresó para llevársela de gira con el circo en el que trabajaba. Como veis, la estabilidad brilla por su ausencia en el principio de la Piaf. Y qué diferente podría haber sido todo si un cazatalentos no llega a descubrirla ya adolescente, rozando la indigencia y en el límite del alcoholismo, cantando por las calles de París.
Al principio su carrera fue lenta, trabada por algunos escándalos como la misteriosa muerte de su descubridor (que supuso un verdadero trauma para Piaf), pero una vez despegó lo hizo tan meteórica como la de las grandes divas del espectáculo. El mayor obstáculo con el que siempre tuvo que lidiar fue su propio carácter: se infravaloraba de un modo patológico y prefería entregarse a severas espirales autodestructivas que renunciar al más leve indicio de afecto, por pernicioso que fuera. Sus relaciones con los hombres casi siempre fueron inconstantes, salpicadas por los malos tratos y la infidelidad, pero nunca era capaz de desembarazarse de ellas. Esto, unido a la desgracia de perder a uno de los grandes amores de su vida (el boxeador Marcel Cerdan) en un terrible accidente de avión, la llevó a desarrollar una adicción al alcohol y a los fármacos (principalmente la morfina) que terminó por debilitar fatalmente su salud.
Pero Marlene Dietrich la conoció cuando nada de esto había sucedido. Dicen que la primera vez que escuchó su voz se quedó tan extasiada que exigió conocerla de inmediato (no olvidemos que la Dietrich era una experta violonchelista, y que su oído musical poseía una gran susceptibilidad). Era 1946 y la carrera de Piaf estaba a punto de comenzar su periplo por Estados Unidos. Dietrich se encaprichó inmediatamente de su fragilidad, de su tendencia al autosabotaje, y se erigió en una especie de genio protector de su éxito. Intentó manejarla, eso es cierto, pero por primera vez no lo hacía por más interés suyo que por el de la otra. Pronto empezó a actuar de relaciones públicas, consiguiéndole casi todos los conciertos de su gira estadounidense. Y cuando finalmente se enamoró de ella, estaría fascinada ante el descubrimiento de que su propia personalidad, por naturaleza batalladora, pudiera mostrar el mismo énfasis a la hora de amar.
Por su parte, la Piaf se encontraba en el séptimo cielo: acostumbrada como estaba a relaciones turbulentas y abandonos sistemáticos, por primera vez alguien parecía preocuparse sinceramente por ella. Está claro que su relación trascendió la mera amistad, pero como amigas también alcanzaron el máximo exponente. Edith se sentía libre para expresar sus preocupaciones sentimentales y creativas, y Marlene siempre escuchaba, aconsejándola con tesón. A veces la reprendía por su inconstancia emocional, cosa que resulta sorprendente teniendo en cuenta de quién procedía la enmienda. Dicen que su complicidad íntima era tan manifiesta, que durante una velada en Nueva York entonaron juntas el famoso tema Mon Légionnaire y todo el mundo fue testigo de la atracción que las envolvía.
Pero cuando la droga empezó a colonizar la vida de Edith, Marlene nunca se lo perdonó. Finalmente, aparecía una falta lo suficientemente grave como para que la Dietrich capitulara. Según sus propias palabras, la droga hizo que dejara “de serle fiel. Aquello era más de lo que yo podía soportar. Aunque comprendía su necesidad de drogarse, conocía mis límites. Comprender no quiere decir aprobar”.
Pese a este último abandono, parece que las dos divas nunca dejaron de admirarse y de respetarse mutuamente. De hecho, cuando Edith Piaf murió (con solo 47 años), la enterraron con un colgante del que pendía la cruz de oro y esmeraldas que Marlene le había regalado algunos años atrás y que nunca dejó de ponerse antes de salir al escenario.
Genial el artículo!! Me encanta esto de la prensa rosa lésbica del Hollywood de los 40! Quiero más!! Más, más, más!!
Gracias! No te preocupes, que todavía quedan! 😉
me encanto!Marlene se comio a todas ajaja aunke mi fav para ella es y siempre sera Greta!
Muchas gracias! Yo también creo q Greta era la más ideal para ella… pero le rompió el corazón 🙁
A mi también me tiene enganchada estas historias 😀
No te detengas.