La lesbiana invisible: Hanne Wilhelmsen en “La diosa ciega”

En estos días de resaca post-navideña, no hay nada como arrellanarse en el sofá con el pijama de felpa, calcetines gruesos, la estufa bien cerquita (o las que os lo podáis permitir, calefacción central a tope), un taza de té de canela y un libro en las manos, a ser posible ubicado en un lugar lejano y tremendamente frío como, por ejemplo, en Oslo. Por aquello de disfrutar con el contraste, pararse de tanto en tanto y pensar: pues  qué bien, aquí se está bien calentita. Si además la contraportada del libro os promete que conoceréis los vaivenes de la vida personal de una subinspectora lesbiana e inteligente… ¿qué más se puede pedir?

Pues se puede pedir, por ejemplo, que la contraportada no prometa lo que desmiente la primera página de la novela. No es Hanne quien explica la historia – aparece en la página 20-, tampoco concluye con ella, y en el recorrido del texto no destaca mucho más que otros personajes, como la abogada Karen Borg y el fiscal Hakon Sand. Ciertamente el caso se resuelve gracias a Hanne, y asistimos a lo largo de la novela a momentos en los que demuestra su profesionalidad, su compromiso y su valor, pero he de confesar que a lo largo de la lectura me he sentido algo desconcertada. En comparación con Rebeca Santana, por ejemplo (por cierto, galardonada con el Premio Leemisterio 2012 al mejor personaje femenino del año), Hanne Wilhelmsen me pareció fría, algo aburrida, demasiado perfecta. (Lo sé. Estoy comparando a Hanne con Rebeca. Es injusto. ¡Pobre Hanne!).

He aquí su primer retrato:

Su belleza saltaba a la vista; acababa de ascender a subinspectora. Tras licenciarse en la Academia de Policía como la mejor de su promoción, había empleado diez años en la jefatura de Policía de Oslo para destacar como la policía perfecta para una campaña publicitaria. Todos hablaban bien de Hanne Wilhelmsen, toda una hazaña en un lugar de trabajo donde el diez por ciento de la jornada laboral se invertía en hablar mal de los demás. Se inclinaba ante sus superiores sin que la tacharan de pelota, a la vez que tenía el valor de defender sus propias opiniones. Era leal con el sistema, pero también aportaba propuestas de mejora (…)Wilhelmsen poseía esa intuición que sólo tiene uno de cada cien policías, un olfato que indica cuándo se debe tentar a un sospechoso, y cuándo se le debe amenazar y pegar un puñetazo en la mesa.

Era respetada y admirada, y se lo merecía.

Ah, “se lo merecía”. ¿Quién está hablando en este momento? Anne Holt, que adora a su personaje hasta el punto de hacerlo explícito, no sea que al lector se le ocurriera no tenerlo claro.

Fotografía de la autora

En esa primera descripción se insinúa el (supuesto) conflicto del personaje: no tiene un solo amigo en la policía con quien sincerarse, porque “Wilhelmsen amaba a otra mujer, un defecto en aquella perfección que estaba convencida de que, si se llegara a saber, estropearía todo lo que había tardado tantos años en contruir. Y sin embargo, en realidad ese germen de conflicto no es tal, pues no encuentra desarrollo alguno en la trama. De hecho, poco hay en el comportamiento de Hanne que pueda distinguirla de una mujer heterosexual en un matrimonio aburrido, excepto por el detalle que esconde la relación con su pareja, aunque lleven viviendo juntas desde los diecinueve. Una decisión que su pareja no cuestiona ni por un momento. Incluso hay una serie de gestos cariñosos entre Hanne y el fiscal Sand que llevan a los compañeros del cuerpo a pensar que quizás haya algo más que camaradería entre ellos. Gestos que, sinceramente, no he descubierto aún a qué propósito obedecen. Sí encontramos – algo es algo- una cierta voluntad de romper algún que otro estereotipo:

Corrían rumores, los rumores siempre corren. Pero es que era tan bella y tan femenina… Y aquella médica a quien conocía alguien a quien alguien conocía, y que habían visto con Hanne en varias ocasiones, era también muy guapa, se podría incluso decir que extremadamente coqueta. No podía ser verdad. Ademas, las pocas veces que vestía uniforme, Hanne Wilhelmsen llevaba falda y eso no lo hacía casi nadie, los pantalones eran mucho más prácticos. Sin duda los rumores eran malintencionados.

Puestos a mantener el asunto undercover, arrellanada en mi sofá esperaba que, de tanto en tanto, Hanne y Cecilie me ofrecerían al menos alguna escena de alto voltaje erótico. Sin embargo, no he encontrado nada más sexy en el retrato de su intimidad que el roce de sus pies bajo la mesa, en el marco de una cena con amigos. No, no es broma. No busquéis duchas compartidas al estilo Cate Maynes, ni la añoranza de Rebeca Santana por el cuerpo amado que se deja durmiendo en la habitación, bajo las sábanas, antes de partir al frío y al peligro de las calles desiertas. “El sexo se había vuelto algo rutinario que llevaba a cabo sin demasiada pasión o compromiso”. No, a Anne Holt  no parece interesarle esta trama sentimental, ni siquiera la que se desarrolla entre Karen y el fiscal, otra trama, por cierto, que se desarrolla también en oculto: Karen está casada con otro personaje, Nils.

Todo parece indicar que la autora no pretendió escribir una novela lésbica – aunque la contraportada de la edición de Roca Editorial de Libros intente convencernos de lo contrario- sino una novela policíaca en la que narra los entresijos de un caso policial y judicial de tráfico de drogas en el que aparece, de tanto en tanto, una subinspectora lesbiana y su pareja, un fiscal y su relación adúltera con una mujer casada que es, a su vez, testigo y abogada del caso. El autor siempre ha de escoger dónde quiere poner el acento, y en este caso está meridianamente claro que Holt no ha querido ponerlo sobre  lo sentimental, sino sobre lo puramente policíaco.

Ahora que sabemos en qué aguas nos movemos, sí podemos apreciar la novela en lo que  realmente es. La autora trabajó en el Departamento de Policía de Oslo durante dos años y también ejerció como abogada y periodista. Llegó a ser Ministra de Justicia durante un breve período de tiempo, y eso a pesar de vivir su lesbianismo de forma abierta (vive con su pareja y una hija). Son tres experiencias laborales que le proporcionan un material precioso, ya que le permiten incluir en la narración detalles que dotan de verosimilitud a los personajes dedicados a la abogacía, el periodismo, la policía y las altas esferas políticas.

En novelas posteriores, y según declara en varias entrevistas, Holt se muestra más interesada por el aspecto psicológico, no tanto el puramente policíaco, lo cual es ciertamente prometedor. Holt escribió esta novela por las noches, tras una larga jornada laboral en su firma de abogados, en respuesta a un anuncio donde se proponía una competición para escribir novela negra. Hacía diez años que llevaba el título en la cabeza.

La autora retrata la labor policial y procesal tal y como es, aburrida y a veces frustrante: una agotadora lucha por aportar algo de justicia en un mundo esencialmente corrompido y en un marco, el policial, dotado con recursos insuficientes para lograrlo, como sería deseable, en todos los casos. El sacrificio personal y la vocación de quienes se dedican a ello han de suplir, a veces con un coste muy alto, esa carencia de recursos. La realidad aparece sin aditamentos ni gestos heroicos, aunque encontramos algún personaje más novelesco que da aire a la trama, como Billy T. , “con sus doscientos cinco centímetros de altura, además de los botines”, cráneo rapado y una apariencia que, en conjunto, da miedo hasta a sus propios compañeros de profesión. Asimismo, Holt retrata magistralmente a varios pobres diablos consumidos por las mismas drogas con las que trapichean, encerrados en prisión por delitos menores, o empujados a cometer crímenes por orden de otros, los que se mantienen en la sombra con sus blancas y, aparentemente, limpias manos.

Nos encontramos, en definitiva, ante una primera novela escrita en 1993, de temperaturas bajas y ritmo algo lento, a pesar de la emoción de la última parte, donde los acontecimientos se precipitan. Interesante para un primer contacto con esta subinspectora creada por una autora que – hay que tenerlo en cuenta – está considerada  como uno de los referentes de la novela policíaca en los países nórdicos. Es por ello que tengo previsto leer más novelas de Holt para conocer cómo evoluciona Wilhelmsen en el resto de la saga. Me llama especialmente la atención 1222, donde la subinspectora quedará aislada durante días por una tempestad de nieve en un lugar remoto, de manera que deberá resolver un crimen sin contar con apoyo técnico de ningún tipo, únicamente a la vieja usanza, a base de “células grises”, al estilo de Poirot. Si alguna de vosotras ya ha leído alguna de estas otras novelas de Holt, me encantará conocer vuestras opiniones.

 ¡Y Feliz Año 2013!

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