“Es alarmante la cantidad de agresiones contra las mujeres en lo que va del año, teniendo en cuenta que apenas está comenzando.
¿Cuál es la causa? Ser mujeres, pero para nosotras estas vejaciones vienen por partida doble, porque además nos dañan por ser lesbianas o bisexuales. Así es; en el mundo, supuestamente desarrollado en el que nos encontramos, siguen existiendo personas que no toleran el amor entre dos mujeres, peor aún: lo repudian, censuran y castigan.
Como mujer abiertamente bisexual, tengo la experiencia de haber vivido diversas situaciones de discriminación y maltrato. Mi salida del armario llegó recién cuando cumplí veinticinco, tras toda una vida de miedo y confusión.
VER: Carta de una mujer bisexual a las lesbianas
La adolescencia para mí significó un aprendizaje complejo, marcado principalmente por el bullyng. Cuando tenía catorce años ya sabía que me atraían las mujeres de la misma forma que los hombres, sin embargo (y muy a mi pesar),solo llamaba la atención de los muchachos. Me costaba mucho hacer amigas. Pasé varios recreos sola en mi banco del salón, escuchando música. A la salida,cuando pasaba al baño, me encontraba con los espejos escritos con mi nombre, acompañado siempre de la palabra “zorra”.
Por si fuera poco, el acoso masculino era bastante violento. En una ocasión, una de las maestras me encargó ir por unas cosas a la sala de teatro, eran cerca de las ocho de la tarde, en invierno. Me aprestaba a salir, cuando alguien apagó las luces; un chico me aprisionó por la espalda y otro me salió al encuentro de frente. Cuando sentí sus repugnantes labios cerca de mi boca, lo mordí… me golpeó, me soltaron y salieron corriendo. No dije nada a nadie, sentía vergüenza y lo que menos quería era llamar la atención.
Ante tantos malos ratos, comencé a salir con un chico; los hombres se respetan entre ellos y tiene ciertos códigos de honor. Yo era la chica “de” alguien, lo que me hacía intocable para el resto.
Cuando tenía diecisiete años recién cumplidos, fui a una cabaña en la parcela de los padres de una amiga, lugar al que iba casi todos los veranos desde que tenía nueve años. En esa ocasión, mi amiga llevó a un grupo de compañeros de curso (unos doce) para celebrar el fin del año escolar. Yo no figuraba en ese curso, pero fui invitada de todas formas.
Los padres de Francisca (que es como voy a referirme a mi amiga para no revelar su nombre), decidieron no importunar y se fueron a quedar con unos vecinos de los que eran amigos. La juerga comenzó a eso de las once de la noche. Jugamos cartas inglesas y los perdedores debían beber de la botella… perdí varias veces. El ron me revolvió el estómago y noté que uno de los chicos no dejaba de mirarme, así que decidí irme donde estaban los padres de mi amiga, pero esta me detuvo y me dijo que le iba a arruinar la fiesta si lo hacía, que no fuera una niña y siguiera compartiendo con el grupo. Volví, todos seguían riendo y bebiendo; algunos habían empezado a bailar. Efraín (el chico que me había estado mirando), me tomó de la mano y, a tirones, me sacó a bailar. El alcohol pasaba de mano en mano hasta que una botella llegó hasta mí. Luego de un sorbo sentí asco, no quería beber, pero me presionaron tanto que lo hice. Lo que vino luego fue una pesadilla. Sentí que dos sujetos me llevaban en brazos al interior de la cabaña, mientras todos aplaudían y gritaban. Al interior las luces estaban apagadas, me lanzaron sin ningún cuidado a una de las camas.Uno de los tipos me tenía asida de los brazos, por la espalda, mientras el otro me desvestía de la cintura para abajo. Para mi suerte, llevaba unos pantalones sumamente ajustados y les fue imposible desnudarme… pero eso no me salvó de salir ilesa. Tengo vagos y casi nulos recuerdos de lo que sucedió después. Forcejeé, estoy segura, pues tenía las muñecas amoratadas. Lloré y grité cuando me tocaban los pechos y se alternaban para meterme la mano bajo el pantalón. Nadie entró a ayudarme, la música seguía sonando afuera. En un momento Efraín se posicionó sobre mí (logré reconocerlo), lo empujé y me resistí todo lo que pude; molesto por ello, me golpeó… no recuerdo nada más.
Desperté a las siete de la mañana, con el sujetador desabrochado, la ropa jaloneada, despeinada y adolorida. Tenía nauseas, me volteé para levantarme y vi a Efraín a mi lado, con el torso desnudo. Me es imposible describir lo que sentí y tampoco quiero recordarlo. Salí casi a rastras y vomité en el patio, creo que luego me desmayé o aún estaba intoxicada, porque de nuevo no recuerdo lo que pasó.
A eso del mediodía se levantaron todos, nadie se atrevía a mirarme, nadie me quería hablar. Estaba en la mesa bajo el parrón tomando un té cuando, de pronto, una de las chicas se me acercó y me preguntó con una mueca burlona: “¿Cómo lo pasaste anoche?”, todos estallaron en risas. Entré a la cabaña en busca de mi mochila para escapar de ahí, estaba al borde de las lágrimas, cuando entró la hermana mayor de Francisca, Jessica, quien acababa de llegar en su vehículo. Al verme así me preguntó qué me pasaba: “Creo que abusaron de mí…”, le dije, y rompí a llorar.
Jessica me dijo que tenía que ir con ella a la comisaría y luego a un centro médico para que un experto determinara si había sido abusada o no. Pero tuve miedo, tanto miedo de contárselo a alguien más, de que se enteraran mis padres, de verme envuelta en un lío de ese tamaño y de que llegara a oídos de todos en el colegio, que preferí no ir. Sé que estuvo mal, pero estaba desamparada: a los ojos de mis padres, la única culpable habría sido yo por haber bebido y “provocado” a mis agresores.
Aquel día me fui de ese lugar para nunca volver. Jessica denunció al par de imbéciles, sin embargo, como no había una declaración mía, la policía no hizo nada. Tiempo después me enteré de que todos, incluso Francisca, se habían puesto de acuerdo para embriagarme: la botella que me pasaron era una mezcla de varios licores. Sí, todo fue premeditado.
No podría describir exactamente cómo viví los meses que siguieron, porque son fotografías borrosas. Creo que es mejor así.
Esa fue una de las muchas agresiones de las que fui víctima, pero sin duda, la más horrible. El resto pueden parecer muy comunes, situaciones que antes eran prácticamente consideradas “normales”: piropos obscenos en plena vía pública, agarrones al bajar del autobús o por tipos en bicicleta, miradas descaradas, tipos masturbándose a mi lado en un transporte público…
Algunas personas piensan que esas malas experiencias con el sexo opuesto gatillaron mi atracción por las mujeres: FALSO. Salí con hombresy viví excelentes experiencias emocionales y sexuales. Pero el amor de mi vida terminó siendo una mujer, así de sencillo. Hoy en día vivo con la persona que amo: una chica. No obstante, independiente del cuerpo en el que su alma hubiese estado, la habría amado de todas formas.
Si miro hacia atrás, veo que mi mayor error fue haberme quedado callada ante innumerables abusos; todos justificados en frases que escuché y que eran tan comunes como: “Ellos son más explosivos por su testosterona”, “carecen de inteligencia emocional”, “hay que complacerlos para que no se vayan con otra”… ¡MÁS FALSO AÚN! He conocido hombres que son muy buenas personas; al final, es eso lo que somos: personas, y si no se lucha por la igualdad seguiremos justificando y normalizando conductas abusivas y machistas, tanto de hombres como de mujeres. Las mujeres machistas existen, la sociedad es quien las forma. Es nuestro deber educar en el tema a quienes nos rodean, hacer entender al resto que no somos inferiores en ningún aspecto y que; en el caso de las mujeres que amamos a otras, no somos una amenaza ni una competencia para los hombres heterosexuales, solo somos personas amando a otras personas.
Espero que la visibilidad nos siga empoderando y situaciones tan viles como las que tuve que vivir desaparezcan para que nadie más las padezca. Estoy harta de ver femicidios en los noticieros, agotada de que me miren mal cuando camino de la mano con mi novia en un lugar público, agobiada por tener que dar explicaciones a gente ignorante que me trata de desviada o poco femenina por no cumplir con los estándares sociales. Yo estoy cansada… ¡cansadísima! ¿Lo están ustedes?”
Por Claudia Cuevas Moya
Editora de La aguja literaria