Japón.
Hace dos mil años.
Mujeres de sorprendentes cualidades acuáticas cazan a pulmón en las peligrosas costas del Pacífico.
Lo hacen desnudas, para que sus ropas no les impidan llegar mas profundo, y poder secar antes sus cuerpos, evitando así caer enfermas.
Entrenadas desde los 13 años de edad, bajan fácilmente 10 metros de profundidad y aguantan hasta 4 minutos sin salir a la superficie, haciendo en torno a 50 inmersiones seguidas. Especializadas en la caza de ostras, y las perlas de su interior, también cazan langostas, erizos, pulpos, diversos tipos de algas y peces. Tras cada agotadora sesión salen a la playa, con suerte se bañan en alguna cascada, se arremolinaban alrededor de un fuego que les da la bienvenida a la tierra, y comen, mientras el sofocante calor de sus costas les seca la piel en segundos. Tras el encuentro, vuelven al océano a repetir el proceso, tres veces al día.
Han pasado dos mil años y todavía quedan algunas de estas valerosas mujeres, llamadas Ama, 海女 en japonés, ejerciendo su labor, mucho mas tapadas desde la Segunda Guerra Mundial, cuando el turismo occidental las descubrió y consideró demasiado lujuriosa su presencia, llevando a los japoneses a prohibir sus desnudos. Todas las que hoy quedan rozan los 90 años de edad, pero siguen bajando a pulmón, como manda la tradición.
¿Te imaginas cómo sería trabajar en el Pacífico hace pongamos 300 años, cuando era común la presencia de tiburones en el océano?
Un trabajo peligroso que necesita de una forma física, valor y habilidad que ya quisieran muchos de los que hoy bajan con un fusil, aletas, máscara y traje y que con suerte pinchan un mero o un pulpo.
Pero, ¿por qué solo ellas, sin excepción, se encargaban de la pesca a pulmón?
La razón supuesta es que los japoneses consideraban que las mujeres soportan mejor que los hombres las bajas temperaturas y aguantan mejor la respiración.
Lo cierto es que estas mujeres aprovecharon su incomparable talento para la apnea y la pesca submarina para ganarse muy bien la vida, pues como sirenas ganaban en temporada lo mismo que un aldeano durante todo el año.
Iwase Yoshiyuki las conocía bien, pues se crió en Onjuku, una aldea llena de Amas.
La fotografía era un arte nuevo y Yoshiyuki uno de sus exponentes principales.
Decidió retratarlas para la posteridad, dejándonos estas magníficas fotografías de principios del siglo XX, cuando todavía su labor estaba en auge y aun no habían sido obligadas a taparse.
Esta colección es uno de los pocos documentos que quedan de ellas.
“Una belleza absoluta y simple, incluso primitiva” como decía el autor de las fotos.
Qué fotografías más bellas. Es impresionante, lo que puede conseguir el ser humano (en este caso las mujeres) cuando puede liberarse de prejuicios y restricciones morales.
Me ha parecido una historia muy “verdadera”, me encanta.
Es contradictorio pero, a veces, parece que antes las mujeres hacían cosas más avanzadas para su tiempo que las que nosotras hacemos en la actualidad.