Le tengo miedo a una mujer. Yo, que de pequeña era popular en mi pandilla por escalar los árboles más altos, por andar en bici sin coger el manillar y sin temor a caerme. Yo, que me peleaba con chicos a puñetazos y que soy como esos absurdos personajes de película que salen solos de casa en mitad de la noche cuando escuchan un ruido. Yo, que nunca he temido a nada, le tengo miedo a una mujer. A una mujer de ojos oscuros. A una mujer llamada Ana.
Después de varios meses de torturas y vaivenes emocionales, de perder muchas más veces que ganar, de odiarla y quererla a intensidades iguales. Después de haber empeñado la sensatez y la cordura, tengo por fin de forma constante a Ana en mi vida. No podría decir que tenemos una relación. Pero tampoco podría decirse que no la tengamos. Tanto ella como yo hemos estado fuera, de vacaciones, pero las veces en que hemos coincidido en nuestra ciudad, hemos acabado en la cama. Hablamos de mil cosas, nos hacemos reír mutuamente. En la ducha le pongo jabón a su piel, preparamos la cena juntas, fumamos porros y tomamos cerveza, desnudas en la cama. Visto desde fuera parece todo normal, increíble, el inicio de una historia de amor. A mí, de forma consciente, nunca me tiembla la voz.
Y yo la dejo avanzar. Es difícil defenderse de Ana. Es fácil detestarla, pero supongo que es porque es muy sencillo prendarse de ella. No estoy acostumbrada a tener miedo de una mujer. Sí a motivarlo en otras. Siempre he sido yo la inconstante en mis afectos, no me enamoro con facilidad.
Y he querido a otras mujeres. He querido con tranquilidad, con comodidad. He querido con seguridad, con certezas, sin miedo. He
querido dentro de mis fronteras. Y, de pronto, todo es diferente.
¿A qué se teme cuando se le teme a una mujer, a una mujer como Ana? Mi amigo David dice que es el miedo a perderla. Mi hermana dice que es el típico miedo a sufrir, aquel incómodo apéndice del amor apasionado. A mí no me parece un miedo tan simple. Tan controlable y predecible. Mi miedo es como si estuviera conociéndome otra vez. A la luz de los ojos de Ana, mis sombras parecen más grandes. También más profundas.
Ainsss, querer dentro de unas fronteras. Yo pensé que eso no existía.
¡Cuánta sabiduría Doctora Dietrich!
qué chulo! me lo he leído dos veces seguidas, me encanta!
Love is strong! Cantaban los Rolling hace algunos años… “y yo soy tan débil”… añadían.
Simplemente seguidora tuya Doctora Dietrich… Mis respetos.
Me encanta cómo escribes y esta historia me tiene enganchada 🙂