Pequeños lugares que ocupamos en el mundo. Como ropas, nos visten, nos colorean o ensombrecen la apariencia, nos sitúan, nos relacionan, nos aportan carga emocional. Se trata de los roles, que como sustantivos nos califican y se hacen casi extensivos a nuestros nombres.
En mi caso el tema de los roles siempre fue un territorio ambiguo. Nunca estaba realmente segura del papel que me tocaba desempeñar. Al concebirme aún estando en el colegio, mis padres parecían a veces mis hermanos, a veces mis hijos. Mis abuelos parecían mis padres y mis tíos mis hermanos. Mis hermanas una mezcla de hijas y sobrinas.
Quizás por eso me impresionó tanto asomarme al mundo lésbico, por ahí por los 23 años, y darme de golpe con un mundo de fronteras definidas y roles muy establecidos, como en el baño de un bar, entras donde te toca según tu nivel de identificación con las figura de la puerta, según el pantalón o el vestido, el bastón o la sombrilla.
Desde afuera del mundo lesbiano, en ámbitos heterosexuales, me sorprendió la ignorancia disfrazada de estupidez. Los comentarios que desacreditaban mi opción sexual por llevar el pelo largo, los descréditos por ser lo que una vez un amigo llamó “lesbiana rosa” que siempre viaja con su bolsa de maquillaje.
Pero más me sorprendieron los prejuicios disfrazados de certezas que se vivían dentro de las fronteras lésbicas, las discriminaciones de las propias lesbianas y las ideas preconcebidas de los roles. “¿Es lesbiana? Pues no lo parece” o “esa tiene una pinta de camionera, es lesbiana seguro”.
Una vez escuché un chiste acerca de “¿qué hacen dos lesbianas femeninas en la cama? Se peinan. ¿Y qué hacen dos lesbianas masculinas? Se pelean por el mando a distancia”. Por cierto, el chiste lo contaba una lesbiana.
Algunas chicas más masculinas me han comentado que aunque les ha gustado el contenido de MíraLES, no están de acuerdo con el rosa de su diseño, porque el rosa no las identifica y no les gusta que lesbiana se asimile con ese color, que es un color más femenino. Con lo que se me ocurrió hacer una encuesta a heterosexuales y preguntarles si se identificaban con el color de otros medios de comunicación, como con los del periódico El País o la revista Cosmopolitan. La conclusión: les parecía irrelevante.
Por otro lado, algunas chicas más femeninas me han dicho que su feminidad es una forma de luchar contra el estereotipo de la mujer lesbiana más ahombrada.
¿Cuál es el problema con que unas quieran llevar tacón, otras calzoncillos y otras combinarlos? Al final cada una tiene que ser lo que le da la gana. Que lesbianas somos todas y no tenemos que ponernos en trincheras diferentes según nuestra vestimenta o nuestros gustos cromáticos, llamando a algunas “marimachos” y a otras “marifemme”.
¿Y que en la cama dos lesbianas femeninas se peinan y dos masculinas se pelean por el mando? Pues a desmitificar chistes y mitos de los roles. MíraLES, en el reportaje central de este número, os invita a debatir acerca de las ideas preconcebidas que a veces rodean la sexualidad de las lesbianas. Os invita a mirar a estas chicas que nos permiten ver cómo viven su vida erótica festiva de la manera menos convencional posible.