@MJ_MiraLES
La primera vez que alguien se sintió con el derecho de increparme por mi orientación sexual era yo muy joven, tenía pocas herramientas para defenderme y el ataque me pilló absolutamente desprevenida.
Había ido a ver una película en compañía de una chica que me gustaba mucho, y nos besamos en la puerta del cine. Se acercó un policía y con una mezcla de paternalismo y autoridad nos dijo: «Señoritas, por favor, basta de dar espectáculos públicos». No dije nada. No supe qué decir. Las únicas palabras que me salieron fueron hacia dentro y llegaron horas después. «Esto no volverá a pasarme en la vida». Y la vida, muy sabia, me ofrecería varias oportunidades para poner a prueba mi promesa.
La siguiente ocasión se presentó dos años más tarde. Me encontraba en un bar karaoke con mi novia de ese momento y un grupo de 10 amigos, todos heterosexuales. Mi novia, antes de ir al baño, me dio un pico. «Ahora vuelvo», me dijo. La chica que animaba el karaoke bajó del escenario, se acercó y mantuvimos la siguiente y surrealista conversación:
—Hola. ¿Eres lesbiana, no?
—Sí.
—Y veo que tienes novia, me alegro.
—Ajá — contesté algo atónita.
—Yo también soy lesbiana. Y te entiendo muy bien pero no puedes besarte aquí con tu chica porque este no es un bar de ambiente. No es por mí, ¿eh? Como te dije, soy lesbiana, es por los clientes, que les molesta.
—¿Ah, sí? —más atónita que en la línea anterior—. ¿Y cuál es el cliente al que le molesta?
—Me refiero a los clientes en general.
—En ese caso, lo voy a ir a comprobar.
Me fui mesa por mesa con el siguiente discurso: «Hola, perdonad la interrupción. ¿Veis a esa chica rubia que está junto a la barra? Resulta que es mi novia, y la quiero besar, pero la dueña del bar me dice que a los clientes les molesta. ¿Hay alguien aquí a quien le moleste que yo la bese?». Como era de esperar, recibí mucho apoyo y alguna que otra broma sexual de parte de algunos chicos. Pero todo muy bien.
Volví donde la dueña del local y le respondí: «A ninguno de tus clientes le molesta que bese a mi novia. Así que, cuando llegue uno nuevo, me lo mandas a esa mesa, donde voy a estar besando a mi novia».
Varios años más tarde, en un vagón del Metro de Madrid, besé a una chica. Al momento en que nos estábamos bajando, un hombre gritó alto y en tono despectivo: «Lesbiana».
Me di la vuelta, lo miré, sonreí y antes de que se cerrara la puerta le grité: «Heterosexual». La gente del vagón se rió de él.
Hace tres años sucedió el último episodio de lesbofobia que tuve que enfrentar. Me encontraba en el parque de El Retiro. La imagen era la siguiente: acababa de tener una cita romántica, un picnic, y retozábamos cariñosamente. En el momento en que nos besábamos escuché gritos. «¡Guarras, asquerosas!». Se trataba de un grupo de unos 10 o 12 adolescentes. Chicos de entre 15 y 18 años.
Uno de ellos se alejó de su grupo y comenzó a caminar hacia nosotras remangándose la camisa y diciendo en tonito triunfador a sus amigos que él solucionaría esto. Fue la primera vez en la vida que pensé que me darían una paliza.
El chico, cuando ya sus amigos no podían escucharlo, nos dijo en tono afable: «Perdonad, chicas, es que en este parque hay niños. ¿Podríais ir a vuestra casa o a otro lugar a seguir con “esto”?» Nosotras, en silencio. Aún nos esperábamos un puñetazo. El chico se dio la vuelta y se alejó con aire machista y triunfador, como si nos hubiera leído la cartilla. Sus amigos reían.
Cogí a mi chica de la mano y fuimos detrás del grupito. Los increpé duramente. Y no solo yo. También algunas chicas que hacían deporte y se habían quedado observando lo que sucedía. Por supuesto, el machito alfa se quedó callado y avergonzado. Seguro que se lo pensará dos veces antes de entrometerse en lo que no le importa.
Algo pasa dentro de nosotras cuando decimos: «No, conmigo no». Defendernos a nosotras mismas ante la lesbofobia no es un acto individual, aunque en ese momento lo parezca. Es defendernos a todas. Marcar un límite y no permitir la discriminación y la humillación es la defensa de tu libertad, de la mía, de la de nuestras amigas, conocidas, de todas. Tenemos un derecho fundamental, el derecho a ser visibles. Y es uno de los derechos que más tenemos que usar. Porque es el que le planta cara a la homofobia. El que realmente apuesta por un mundo mejor. Nuestro mundo mejor.
Hace varios años (bastantes) llamé la atención a dos amigas por ir cogidas de la mano, les pedí que por favor no lo hicieran delante de mi, no suelo mostrarme cariñosa en público porque me siento incómoda (incluso cuando salía con chicos, aunque no quiero justificarme), lo cierto es que después de aquel absurdo discurso me sentí completamente ridícula. Hoy día, cuando veo dos mujeres besándose, cogidas de la mano, mostrando su cariño sin esconderse, solo se me ocurre una palabra que lo define: belleza.
Hola chicas. Es un poco complicado el tema, Mi mujer y yo algunas veces vamos de la mano por la calle, pocas, y jamas nos besamos en público, pero es por dos motivos, primero que no tengo ganas de pasar por situaciones incómodas con gente homofobica, no les voy a cambiar su forma de pensar con solo decirle unas palabras, y segundo no lo hacemos porque mi mujer y yo no necesitamos exponernos, a nadie le importa lo que ella y yo hacemos o somos en nuestra intimidad, porque en realidad somos exactamente iguales al resto de los mortales, cambian las elecciones sexuales y eso queda en la intimidad. Tal vez no nos importe mostrarnos porque somos grandes, andamos alrededor de los 50 años, y no tenemos ganas de tener problemas con gente intolerante. Nuestras familias y amigos nos entienden, nos apoyan, nos acompañan y con eso ya es suficiente para nosotras. Muy interesante todas las notas que suben. Gracias.
Cuando era más joven, ahora tengo 34 años, reafirmaba mi sexualidad ante todos, no importando que mis padres o el resto de mi familia me apoyaran (que nunca lo hicieron). He tenido que vivir siempre a la sombra, no porque yo no me acepte como lesbiana sino por supervivencia ( sobre todo en mi lugar de trabajo). Cuando vives en una sociedad (Venezuela) tan machista, intolerante y violenta con todo lo diferente te lo piensas dos veces antes de declararle al mundo que eres lesbiana, y que además tienes una visión del mundo que difiere mucho de lo que te rodea.
Pese a todo ello tengo un blog que administro con mi nombre donde publico poesía lésbica, arriesgándome a que se enteren en mi trabajo y me echen. Creo que en el fondo amar a las mujeres es un buen riesgo y decirlo desde la literatura es fundamental para ayudar a que las personas lo entiendan, incluso yo lo pude asimilar desde allí, sintiéndome siempre plena y cónsona con lo que soy. La visibilidad no solamente es ante los demás, es principalmente contigo misma; ojalá y sea también un ejercicio reflexivo sobre quién se es en un sentido amplio.
Desde todos los ángulos tenemos la obligación de hacer nuestra condición sexual sino más visible más transparente. Después de todo toda mujer es lesbiana hasta que se demuestre lo contrario.
Lo que dices Adriana es muy cierto.sobre la poesia lesbica creo que es hermosa.he leido varias y es fascinante.tambien escribo poesia lesbica pero es algo lirico.bueno a mi encanta lo q escribo.salidos
“Me di la vuelta, lo miré, sonreí y antes de que se cerrara la puerta le grité: «Heterosexual». La gente del vagón se rió de él.” Me ha gustado mucho. Tomo nota.
Como gay sé también que la visibilización puede ser complicada (y hasta peligrosa) en según qué sitios, con el agravante del machismo. Y que esto esté pasando en Madrid / Barcelona (que siempre he considerado bastiones de la tolerancia) y no en “la España profunda”, me hace ver que queda mucho trabajo por hacer.
Creo que la visibilización se puede llevar a cabo por muchos motivos (reivindicación, un momento romántico que quieres compartir) pero todo se reduce simplemente a hacerlo PORQUE TE DA LA REAL GANA. El caso es poder hacerlo porque te apetece.
La visibilidad no sólo ayuda a una misma/o. También ayuda a las demás personas, les da confianza en sí mismas al ver que otras se visibilizan y no pasa nada (en el metro, en la plaza, etc). Así que no es sólo un favor que nos hacemos, es un favor que hacemos a la comunidad.