Margaret Mead (1901-1978)
La sección “Mujeres e historia” cumplió el pasado diciembre dos años de edad, y aprovechando este segundo aniversario me gustaría servirme de la potestad que me otorga ser la responsable de dicha sección para rendir homenaje a uno de mis referentes lésbicos femeninos por excelencia: Margaret Mead.
Norteamericana. Antropóloga. Una de las primeras mujeres del siglo XX en alcanzar una posición de influencia más que relevante dentro de la academia. Una revolucionaria. Curiosa e inconformista. Feminista. Defensora de los derechos de las mujeres. Una humanista. Comprometida investigadora que transformó el concepto de “cultura” y que reinventó la antropología. Activista por los derechos de las minorías. Hija, esposa, madre y abuela creativa, que creía en otro tipo de vinculación emocional, un tipo de vinculación que iría más allá de los lazos consanguíneos y que dejaría a las personas ser realmente quienes eran, superando las constricciones habituales del grupo familiar tradicional. Una gran amiga de sus amigos, que fueron siempre muchos, cientos; supo siempre valorar a las personas de su alrededor mucho más allá de las apariencias de aquellos que llegaban a su amparo y que ella siempre acogía con pretensiones de ayuda y cooperación.
Convencida de que la sociedad la hacen las personas y de que la diversidad de los individuos es el motor de la historia, fue una mujer comprometida con la libertad y con la igualdad. Sus investigaciones antropológicas en ciertas regiones del Pacífico resultaron un descubrimiento epistemológico sin parangón en el mundo de las ciencias sociales. Fue una de las primeras antropólogas en aplicar y ejercer la diversidad cultural. Subrayó que el peso de la civilización sobre el individuo contemporáneo es mucho mayor de lo que Occidente piensa y revolucionó de esta manera la forma de hacer ciencia y de observar la ciencia. Todavía hoy se desconoce por completo, porque no se ha terminado de medir consecuencias, el impacto de sus teorías sobre la educación.
Fue un icono de relevancia trascendental del mundo de las letras. Una de las figuras científicas más ilustres del siglo XX y un referente intelectual pero también político de los Estados Unidos. Su teoría sobre la influencia de los procesos de socialización en el carácter de las personas impactó de lleno en la consideración que los occidentales tenían de su propia vida moral. Su contribución sobre las diferencias de socialización en materia de género en sus investigaciones sobre las costumbres sexuales de las adolescentes de Samoa es una de las aportaciones más significativas de la pensadora a la ciencia social occidental. Tras la publicación de su tesis doctoral Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1928) que fue, por otro lado, un gran éxito de ventas, el estudio de las relaciones de género en el mundo occidental sufriría un giro inesperado.
Fue una pionera del trabajo de campo en antropología cultural y podríamos sostener que, en ese sentido, Margaret Mead creó las bases epistemológicas del feminismo contemporáneo. Apuntaló, y demostró a través de sus investigaciones en varias culturas del Pacífico, la idea de que las conductas adquiridas como hombres y mujeres son claramente aprendidas y que no existe apenas nada de natural en las diferencias sexuales.
Nació en Filadelfia el 16 de diciembre de 1901, en el seno de una familia con profundas raíces intelectuales pero en un tiempo en el que el acceso de las mujeres a la alta educación era prácticamente una utopía. No obstante, como resultado de la fe que tenían sus padres en la educación y el apoyo que estos brindaron a la formación de sus hijos e hijas (el padre era catedrático de economía de Harvard y la madre una pionera en sociología que llevaba a cabo estudios etnográficos sobre los inmigrantes italianos en las primeras décadas del siglo XX), recibió una educación exquisita que la condujo directamente a la universidad. Fue la mayor de seis hermanos y desde niña tuvo un papel muy observador, de curiosa investigadora ya en potencia, sobre los comportamientos y actitudes del resto de hermanos, comportamientos y actitudes que anotaba cuidadosamente en un bloc de notas. Fue una estudiante aplicada que obtuvo su doctorado en la Universidad de Columbia bajo la tutoría del ilustre Franz Boas y la ilustrísima Ruth Benedict, otra mujer legendaria que hacía tiempo que había asido las amarras de una carrera intelectual con una significativa trascendencia en el mundo de las ciencias sociales.
Ruth y Margaret, a partir de la colaboración que establecerían como directora y “dirigida” en el proceso de elaboración de la tesis doctoral de esta última, estrecharon lazos hasta tal punto que su amistad adquirió un profundo compromiso emocional y sexual. Aunque, como en un gran porcentaje de casos de mujeres sexualmente ambiguas, no haya evidencias explícitas que permitan sostener sin vacilaciones la existencia de una relación de pareja como tal, al parecer su vínculo trascendió durante algunos años los límites tradicionales de la amistad romántica. Tal y como se apunta en la biografía que su hija, Mary Catherine Bateson, escribió a la muerte de Mead, las dos antropólogas mantuvieron durante muchos años una relación de carácter sexual. Margaret contrajo matrimonio en tres ocasiones con colegas antropólogos varones; en primer lugar, con Luther Cressman, con Reo Fortuna después y, por último, con Gregory Bateson, padre de su única hija. La relación entre Margaret y Ruth sin embargo, se mantuvo fiel a lo largo del tiempo, probablemente hasta que Benedict falleció en 1948. No hay evidencias que atesoren con fiabilidad la supuesta relación entre ambas, como tampoco existen datos explícitos que confirmen que la relación que mantuvo con la también antropóloga Rhoda Métraux, con quien convivió desde 1955 hasta su muerte en 1978, fuera de tipo sexual, aunque la biografía oficial, lejanamente concluyente, deje atisbar que la libertad que Mead defendía a ultranza también la aplicó a su propia vida y a su sexualidad.
Fue una mujer ilustre y un gran puntal de la sociedad intelectual y política neoyorkina. Su labor al frente del Museo Americano de Historia Natural con sede en Nueva York durante casi cuarenta años y su encomiable aportación a la riqueza intelectual y a la libertad social y científica del país norteamericano, pero también a toda la cultura occidental en su conjunto, le hizo valedora de la Medalla Presidencial de la Libertad, una condecoración otorgada por el Presidente de los Estados Unidos que supone la concesión civil más alta. La ciudad de los rascacielos y sus amplios círculos intelectuales, artísticos y sociales la consideraban así un bastión de la vida de la ciudad y todavía hoy le rinden homenaje. Al morir, el 15 de noviembre de 1978, en el editorial que el New York Times le dedicó tras su muerte, Margaret Mead fue apodada como la “abuela del mundo”.