#cuéntalo es el nuevo hanhtag con que muchas mujeres están denunciando en sus redes las agresiones sexuales vividas, presentes o pasadas. Este movimiento ha resurgido tras el decepcionante fallo de los magistrados del juicio a “La manada”, el apodo, -al que hacen poco honor- de los 5 chicos que violaron a una joven de 18 años en los pasados San Fermines. Y digo “violaron”. Sí. Violaron.
Para quien no lo entienda, las víctimas de abuso sexual han llevado durante siglos el peso del silencio y de la impunidad a sus espaldas, condenadas a sentir la vergüenza y la culpa que debería haber sentido su agresor en su lugar. Tanto para las mujeres víctimas de violencia sexual como para los niños víctimas de abuso sexual, el daño sufrido ha sido siempre doble: Si el culpable es juzgado, algo no común, es muy posible que no sea considerado un violador y su pena no pase de 3 años netos de privación de libertad. -Foto superior: Fotodelia-
Hay quien dice que deberíamos darnos con un canto en los dientes, peor están otros países donde ser violada se paga con la pena de muerte o con desposarse con el violador -no se qué es peor-. Pero aunque los panoramas son completamente diferentes en las diferentes partes del mundo, la cultura de la violación sigue existiendo aquí y allí: La víctima es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Y las penas siempre son ínfimas comparadas con otros delitos que no vulneran la integridad y la dignidad, como robar. Es por eso que romper abruptamente con la culpa y la vergüenza es tan sano para las víctimas de violencia sexual. Por eso #cuéntalo, #metoo, etc, tienen tanto sentido: La verguenza debe de volver a quien le corresponde, los violadores. Las penitencias legales deben pagarlas los culpables, no las víctimas.
Tarana Burke (foto izquierda) fue la creadora del proyecto #metoo, jamás pensó que alcanzaría las proporciones actuales cuando subió el término a Myspace en 2006 con el objetivo de “promover el empoderamiento a través de la empatía” entre mujeres negras de comunidades desfavorecidas que habían sido víctimas de violencia sexual. Me too era lo que Burke le hubiera respondido a una niña de 13 años que le confió que había sufrido una agresión sexual. Una niña a la que no le respondió nada. Por verguenza, o porque no sabía qué decirle. En ese momento la activista se dio cuenta de lo que costaba contar algo así, porque la víctima asume sin darse cuenta como propio lo vergonzante del suceso. Decidió hacer algo para cambiar las cosas.
Así empiezan los grandes cambios. El efecto mariposa hizo que más de 10 años después -octubre de 2017- el hashtag #metoo se popularizara a través de la actriz Alyssa Milano, quien animó a las mujeres a denunciar las agresiones sexuales vividas a través de esta red. “Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente hicieran un tuit con las palabras “me too” podríamos mostrar a la gente la magnitud del problema”. Medio millón de personas, entre ellas muchas mujeres famosas como Björk o Lady Gaga, retuitearon a Alyssa. 4,7 millones de personas lo comentaron en Facebook. Muchos depredadores sexuales de diferentes esferas de poder quedaron expuestos a los ojos del mundo -Bill Cosby, Harvey Weinstein y un larguísimo etcétera-
Este hashtag está mostrando a los que no quieren ver ni oír que violaciones y abusos no son hechos aislados, sino que se trata de una lacra que hay que combatir, muchas veces dentro de las propias familias. Que las mujeres ya no van a contribuir con su silencio impuesto a la cultura de la violación, y en definitiva, que la suciedad ya no se mete más debajo de la alfombra; va a permanecer sobre la mesa hasta que se limpie del todo. Hasta que haya otro tipo de educación. Hasta que expire el machismo. Hasta que el Código Penal sea revisado. Hasta que cualquier tipo de intimidación para acceder al cuerpo de otra persona sea inaceptable. Hasta que deje de culparse a la víctima desde las instituciones-véase la vergonzosa campaña del Ministerio de Sanidad de este año más abajo-.
Ana Rojas
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