Michela Locati nos cuenta cómo es ser lesbiana en el norte de Italia

Este mes en Lesbianas por el mundo viajamos hasta Italia, el país de la pizza, el lambrusco y la mamma. La diferencia entre el norte y el sur del país es patente, por eso contamos con dos testimonios. El primero es el de Michela. Es de Turín, al norte de Italia, y nos ha contado cómo vive en una región donde la política no hace otra cosa que entorpecer la aceptación de la homosexualidad.

“Hasta los 20 años sólo tuve chicos cerca de mí. Ante eso, la idea de la homosexualidad era sólo un temor. El temor de tener que cambiar la idea que tenía de mí misma y también la que tenían los demás.

Antes de haber cumplido los 20 me di cuenta de haber estado enamorada una vez inconscientemente y la otra con más certeza, de una chica. No era sólo una atracción mental, sino que el aspecto sensual era muy fuerte. Pero a pesar de esto, aún no era el momento de afrontar esta situación.

También fue a los 20 años cuando me cansé de los chicos. Era un juego siempre igual, demasiado fácil y no me daban satisfacciones. Así que me aventuré a visitar la parte que había dejado en modo espera.

Con una amiga curiosa también, fui a un horrible y sórdido local gay y vi a una chica que parecía encontrarse fuera de su sitio, como yo, y en ese momento tuve un flechazo. El primer día y a primera vista (con un hombre nunca me había ocurrido eso). Me acerqué y busqué conversaciones estúpidas con el único fin de hablar con ella. Empecé a frecuentar el ambiente gay, un mundo que hasta entonces no existía para mí y que ahora tenía un encanto increíble, algo clandestino y oculto en mi ciudad. Esta chica y yo empezamos a quedar y a pasar mucho tiempo juntas. Yo estaba encantada con sólo la idea de poder tocar su pelo o poder oler su perfume… Ella, obviamente, era una perra, pero esto forma parte de la vida.

Lo más curioso del asunto fueron las reacciones de amigos y familiares. Mi madre, abiertamente progresista y de izquierdas (vino aquel año al orgullo gay conmigo) lo sabía pero no lo hablaba, y cuando lo hacía sus ojos se llenaban de lágrimas. Ella ha sido el mayor obstáculo. Un día me dijo: “Ya no me dices dónde vas”, y yo le contesté: “Eres tú la que no quiere escucharlo”. Ella zanjó: “¿Debería estar tranquila sabiendo que mi hija se enamora de una mujer?”

Mientras tanto, yo pensaba: “Quizá sólo fue una…”, pero al final siempre acababa teniendo historias con chicas, por lo que me sorprendió mi curiosidad obsesiva, como si estuviera viviendo una segunda adolescencia.

Mis amigos chicos, aquellos con quien no había tenido ninguna implicación sexual ni sentimental, se divertían mucho con mis primeras historias de mis citas con chicas. Quizá se lo esperaban por mis maneras poco femeninas o por mis discursos de libertad sexual y de deseo extenso e indiscriminado. Alguno de ellos, creo que quedó bastante asombrado con la noticia, como si yo lo hubiese traicionado. Otros, en tono de broma, me piden que no les robe a las chicas… pero no hay peligro.

Mis amigas chicas se sorprendieron bastante, pero nada ha cambiado en nuestra amistad. La única crítica que me hicieron fue el haber desaparecido durante más de un año. Y es que, desde que descubrí este mundo subterráneo y prohibido, en realidad también descubrí el placer de formar parte de una comunidad unida, una sociedad secreta de gays y lesbianas que se alejan porque sus ideas de diversión, música, relaciones sexuales, etc. no son compatibles con las del mundo heterosexual de la superficie.

Este discurso ya no lo comparto, pero lo que he descrito es exactamente lo que yo sentí durante los primeros meses de mi segunda adolescencia.

En Turín, Italia del norte, entre los jóvenes con una determinada cultura y apertura mental hay una buena aceptación de los gays, las lesbianas e incluso también de los trans. Por otro lado, los ancianos, los adultos, ignoran esta atmósfera homosexual, culturalmente hablando. En otras palabras, la aceptación en mi ciudad no es total.

Pero en las calles, depende. No tengo problemas en mostrar mi afecto delante de la gente que no conozco, ni de mis amigos, pero hay lugares y momentos en los que no lo haría nunca porque puede ser peligroso. Peligroso puede parecer una palabra fuerte, pero ya hemos sufrido violencia por haber dado un beso en el lugar equivocado. Es decir, que hay una categoría (odio esa palabra, pero lo uso para sintetizar) de personas que no lo aceptan y reaccionan violentamente casi con certeza.

En Italia, los matrimonios homosexuales no son legales, ni siquiera las uniones civiles. El mes pasado, mi alcalde celebró extraoficialmente la boda de dos mujeres para enviar un mensaje político a Italia y a las instituciones. Fue un acontecimiento muy importante. Lástima que un mes después, el 29 de marzo, los resultados de las elecciones regionales de Piamonte hayan declarado ganador al candidato de extrema derecha racista y homófoba (Lega Nord). Sus primeras palabras fueron: “Revocaré el patrocinio al Gay Pride de Turín”. En muchas regiones de Italia, este partido, que debería considerarse anticonstitucional, ha conseguido millones de votos.

Pensé que si pronto había un cambio, mi madre ya no se tendría que avergonzar al hablar de mí delante de sus amigas, pero Italia, cuando Europa va hacia adelante, da veinte pasos para atrás”.

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