En Austria, como en cualquier lugar del mundo, muy raramente te chocas con referentes LGTB, con una lesbiana visible o con cualquier signo de existencia de vida lesbiana; en mi caso, tuve suerte: una tarde, por casualidad, vi en la tele la película “Mädchen in Uniform” (“chicas en uniforme”), una peli en blanco y negro con Romy Schneider, en la que alumna y profesora llegan a besarse… Yo tendría unos diez años y no me acuerdo en qué pensé -si pensé algo- o qué sentí, pero bueno, por algo la recuerdo…
Aún así tardé unos añitos más en poder poner nombre a aquello que me gustaba de la película, pero no tuve que descubrirlo yo sola, mi mejor amiga de entonces me lo dijo en el instituto, yo tenía unos 16 años: “Creo que soy lesbiana” (“lesbisch”); pasaba el tiempo, y bueno, nos enamoramos y empezamos a salir en segundo de bachillerato. Íbamos de la mano por los pasillos del colegio, nos dábamos besitos en todos los rincones, y nos hacíamos ojitos en clase. Ni se nos ocurría preocuparnos por lo que diría la gente, ni notamos que todo el colegio estaba hablando de nostras, ni nos importaba… ¡Quién pudiera volver a ponerse el mundo por montera como a los 17!
Pero bueno, un día, cediendo a la presión de nuestras amigas, que estaban hartas de responder a las preguntas de la gente, decidimos salir del armario “como dios manda”. Durante el descanso, llamamos la atención de todas las compañeras de clase (éramos sólo chicas) y anunciamos que éramos pareja. La reacción fue fulminante: la cara de la “pija-cotilla” de la clase me quedará grabada para siempre –¡fue un poema!–. Durante los días siguientes, se dirigieron a nosotras varias compañeras, algunas simplemente para felicitarnos, otras para hacernos confidencias: dos que habían estado saliendo durante un año sin que nadie se enterara, una que estaba enamorada de una chica de la otra clase y pedía consejo, otra que también estaba detrás de una compañera y que recurrió a nuestro “radar”… en fin, ¡nos habíamos convertido en las psicólogas del centro!
Con mi familia no fue tan fulminante. El silencio es para muchos una forma de “manejar” sus vidas y, como en casa practicamos esta política de “don’t ask, don’t tell”, mis padres, aunque se conmocionaron al principio (lo típico, que no me dejarían ver más a mi novia, que qué han hecho ellos, etc.), intentaron simplemente olvidar este “pequeño detalle” de mi vida. No sé cómo, ya que un año después me fui a vivir con mi pareja, ¿pretendían no saber nada de esto?
En fin, ya han pasado muchos años de esto, y parece que se lo van tomando con más tranquilidad –también los padres necesitan tiempo para madurar–. Al menos, estas navidades traje a mi actual pareja a casa y fue todo muy bonito, todo el mundo sonreía mucho y tenía gestos amables a pesar de no poder comunicarse con palabras (ni mi novia habla alemán ni mis padres español).
Por lo demás, en la universidad, el trabajo o el club deportivo, que yo recuerde, nunca tuve ningún problema, pero tampoco es que haya tenido muchas “salidas del armario”. Primero, porque culturalmente no nos metemos mucho en la vida privada de los demás y, segundo, porque también influye, creo, el hecho de que en la lengua alemana la palabra para “novia” y para “amiga” sean la misma. A veces es bastante cómodo, la verdad, pero también puede ser desalentador cuando estás hablando durante años de tu novia y sabes que la gente no lo va a entender nunca; me pasa con mis abuelos: nunca salí del armario con ellos, pero siempre les hablaba de “meine Freundin”… ¡están muy contentos de verdad de que su nieta tenga una amiga tan “buena amiga”!.
Como dije, me fui de casa y me mudé a Graz, la segunda ciudad más grande de Austria, para “estrenar” mi vida como lesbiana en toda regla. Pronto descubrí el ambiente activista de la ciudad e hice buenas amigas, todas ellas activistas, tortilleras y vegetarianas. Esto último parece haberse convertido en uno de los estereotipos de la lesbiana austriaca de hoy; os lo digo para que estéis advertidas, por si algún día conocéis a una. Aprendí muchas cosas útiles, por ejemplo que cada primer viernes del mes había “discoteca bollera”, ya que no había ningún bar de chicas, y aprendí a tutear a cualquiera (“el tú del ambiente”). En el ámbito LGTB nos tuteamos todos en cualquier contexto: con la camarera, con la dependienta de la librería, con la abogada que da una conferencia, etc. Os parecerá quizá raro, pero en alemán no tutearías jamás a gente adulta desconocida, y hacerlo llama mucho la atención (en plan “We are family”, canción que se puso muy de moda durante el debate sobre la unión civil).
Graz tiene la particularidad, según mi punto de vista, de tener un activismo LGTB muy feminista y protagonizado por mujeres, además de ser bastante académico. Tiene un festival de cine lésbico que se celebra bianualmente y, desde 2008, el ayuntamiento cuenta con una vice-alcaldesa abiertamente lesbiana (de los Verdes, ¡cómo no!; otro estereotipo, apuntad)… ¡Qué graciosos eran los apuros que pasaba el alcalde derechoso que, de repente, tenía que colaborar con una bollera!
Respecto a la situación legal, creo que ésta es mucho peor que la social: hasta el 1 de enero de 2010, Austria, país con el supuestamente mejor sistema social del mundo, era todavía tercermundista en derechos LGTB. No fue antes de dicha fecha cuando entró en vigor la primera ley de “Eingetragene Partnerschaft” o unión civil entre personas del mismo sexo. No podemos decir que esto no haya sido un gran avance, pero los debates entre los partidos políticos y la iglesia, a veces llegaron a ser muy dolorosos. Además, en la versión final había tantos cambios con respecto a la propuesta inicial y diferencias respecto a la ley de matrimonio “heterosexual” que ahora tenemos una discriminación legal en lugar de un avance social propiamente dicho. Por ejemplo, se empeñaron en que no hubiera ninguna ceremonia con carácter festivo en el acto, y que no pudiera celebrarse en el salón de bodas del Ayuntamiento, con tal de evitar que se pareciera en algo a un matrimonio “normal”. La ONG “Rechtskomitee Lambda” señaló otras 47 diferencias respecto al matrimonio heterosexual, la mayoría de carácter fiscal y legal, y la reproducción asistida quedó explícitamente prohibida a las lesbianas, entre otros detallitos.
En fin, aspiramos a más, pero la “rapidez” con que cambian las leyes en Austria -muchas veces sólo por presión de la UE- nos exigirá mucha paciencia y mucha lucha. Mientras tanto, seguiremos siendo ecologistas y vegetarianas, organizando nuestro festival de cine y manifestándonos en la anual “Regebogenparade” (“día del orgullo gay”), donde nos visibilizamos recorriendo en sentido contrario (ojo) el centro histórico de Viena.