A la mayoría de los adolescentes les es difícil llevarse bien con sus padres; se sienten incomprendidos y las discusiones y peleas aparecen cada día.
En mi caso, la relación con mis padres es… difícil de definir. No me llevo mal con ellos; tengo mis broncas como todos, pero es una relación terrible desde el punto de vista de la comunicación. Mis padres, sobre todo mi madre, tienen mucho miedo de lo que piense la gente de ellos y de su familia. Por lo tanto, ante todo aquello que no les gusta se ponen una venda en los ojos y no ven nada.
Ellos saben cómo me llamo, qué día he nacido, qué suelo hacer por las tardes y que vivo con ellos (eso lo tienen muy claro). Pero, a parte de eso, ¿qué saben?
Mis padres desconocen todo de mí. No saben mis gustos ni mis aficiones, no saben qué asignaturas tengo en clase ni qué hago en ellas; no saben qué notas he sacado ni qué trabajos he hecho, excepto si se lo digo yo; no saben si escribo aquí, ni si tengo novia o novio, no saben que soy lesbiana. Desconocen qué quiero hacer dentro de unos años, cuál es mi objetivo en la vida. No conocen a la mitad de mis amigos, no saben los problemas que he tenido ni cuáles han sido los días más felices de mi vida.
Después de todo esto, cuando hablamos e intento defender mis ideas y opiniones ocultan su ignorancia diciendo: “Marta, tienes muchos pájaros en la cabeza”. Me sorprende; me sorprende porque muchos profesores y gente de mi alrededor me dice todo lo contrario (que tengo las ideas muy claras) y me ven capaz de luchar contra todo lo que se me ponga delante por conseguirlo.
De todas formas, no creo que sea tan raro el querer irme a estudiar fuera de la isla, el querer trabajar mientras estudio y el decir que muy mal lo tendría que pasar para que con 25 años volviera a vivir en casa de mis padres y que me lo pagaran todo ellos.
Realmente creo que se equivocan; incluso creo que saben que se equivocan.
Este año sin duda les he demostrado que soy capaz de hacer todo lo que me propongo: de ir a clases por las mañanas, ir a la escuela de idiomas por las tardes, acostarme los viernes a las cinco de la mañana y levantarme a las nueve para dar clases de repaso para no pedir dinero a mis padres…
Lo peor de todo es que me duele, me duele no poder contarles que soy lesbiana; me duele que no confíen en mí, me duele que no quieran saber cosas de mi vida porque les importa más lo que piense la gente de ellos antes que sus propias opiniones. Aun así, tengo suerte de poder tener unos tíos y unos primos que valoran que he sacado buenas notas, que se sienten orgullosos de que sea así como soy, que me dan la enhorabuena si gano un concurso, que me apoyan para luchar por lo que quiero… Y sé que si un día tengo algún problema, sea cual sea, estarán allí para darme la mano sin importarles lo que piensen los demás.
Todo esto lo escribo porque hay muchos adolescentes ahí afuera que no tienen un punto de apoyo, que no tienen ningún miembro de la familia con quien hablar; chicos y chicas a quienes sus padres no les aceptan y que se esconden en el armario y viven otra vida por el miedo que llevan dentro. Desde mi punto de vista, tener una tía, un primo o una prima a quienes contarles con quién te has enrollado, qué hiciste la noche anterior, y con quienes desahogarte cuando te pase algo sabiendo que estarán allí incondicionalmente pase lo que pase es muy importante.
Por todo eso, gracias..