La primera temporada de Orange is the New Black se estrenó en junio del año 2013 y desde entonces no hay verano que no nos regalen la vista con su emisión (tras tres temporadas concluidas, ya se ha anunciado que habrá una cuarta en 2016). El éxito de la serie puede achacarse a la extraordinaria heterogeneidad de los personajes y al acierto de su creadora, la guionista y directora Jenji Kohan, que como ya demostró en Weeds parece ser una auténtica experta en empujar a sus protagonistas (literalmente) fuera de su zona de confort.
La premisa con la que empieza la serie no puede ser más interesante: nos presenta a Piper Chapman (Taylor Schilling), una chica rubia, aburguesada, con cara de ángel y la vida a punto de caramelo gracias a su encantador prometido y al negocio súper pijo que acaba de fundar con su mejor amiga. Pero la cosa se trunca cuando los fantasmas del pasado vuelven para darse un festín, porque resulta que en su juventud (sí, todas tenemos un pasado que suele ser más rockero que nuestro presente adulto) la perfecta chica angelical fue una mula que trabajaba voluntariamente (y la voluntariedad es importante en este punto) para peligrosos narcos, particularmente para una traficante llamada Alex Vause (Laura Prepon) que además del negocio le enseñó unas cuantas cosas más (entre las sábanas, en la ducha, en baños públicos, etcétera…). Total, que nuestra chica diez acaba tardíamente en la cárcel, pagando los excesos de adrenalina y hormonas de su juventud y topándose con alguna que otra sorpresa desagradable (o agradable, según como se mire) entre rejas.
Desde el ingreso de Piper en la cárcel de Litchfield, la serie de destapa como el más extraordinario estudio de personajes que yo haya visto jamás en la pequeña pantalla, y encima con el aliciente de que el noventa por ciento (si no más) de los personajes principales son mujeres. Esto también constituye una novedad, ya que estamos acostumbradísimas a que los roles protagonistas sean propiedad de los hombres y a nosotras se nos confine en la posición de simples acólitos. Pero aquí sucede exactamente al revés: parece que toda clase existente de mujeres tiene representación en Orange is the New Black, lesbianas, heterosexuales, transexuales, bisexuales, negras, blancas, latinas, orientales, etcétera… relacionándose tanto con unas como contra otras en un asombroso mosaico de la vida misma, pero recluida entre cuatro paredes. Amor, sexo, amistad, odio, venganza, todos los aditivos de la existencia, tanto los dulces como los amargos, unen y separan a este abanico de protagonistas, cada una con su historia y su circunstancia a cuestas. Aquí vamos a centrarnos en la relación entre Piper y Alex porque es lo que nos ocupa, pero fácilmente podríamos analizar cualquier otra y que corrieran igualmente ríos de tinta.
Podría decirse que la relación entre estas dos pequeñas saltamontes es el hilo conductor de la serie, y que a ese hilo se agregan todos los demás (si bien no es extraño que las guionistas se regodeen en estos y acaben copando capítulos enteros). Como ya hemos dicho, al principio Piper no parece más que una pija inofensiva, adicta a las dietas y a la elaboración de jabones aromáticos artesanales. Pero el avance de la trama nos va revelando que no es oro todo lo que reluce y, aunque ella reluzca especialmente, tiene un contrapunto oscuro capaz de aterrorizar al más pintado. Yo desde el principio la calé como la típica santurrona (de hecho me hizo mucha gracia que la promoción de la tercera temporada retratara a las protagonistas en cirios, con un inequívoco halo devoto): alguien que intenta deliberadamente ser bueno porque no le sale de manera natural, que se sacrifica por causas aparentemente desinteresadas pero que directa o indirectamente terminan repercutiendo en su beneficio y que es autoindulgente hasta decir basta. ¿Y para qué toda la pantomima? Pues precisamente porque tiene un lado oscuro que la arrastra cual campo gravitacional hacia las cosas perversamente deliciosas de la vida, vengan en forma de mujer o de actividades ilícitas que le hagan sentir viva y especial, y si se conjugan las dos cosas pues apaga y vámonos. Así que en medio de esta vorágine de culpa, de dudas entre quedarse o dejarse llevar, aparece Alex Vause y desequilibra la balanza. Porque no es una santa y lo admite, porque vive al límite y siempre quiere más y porque se permite ser un auténtico desastre sin sentir ni el más mínimo ápice de remordimiento. Y también porque está buenísima, todo hay que decirlo.
Este continuo intercambio de tornas entre ángel y demonio (porque a ver quién no creía al principio, basándose en indicios que no revelaré para no hacer spoilers, que Piper iba a ser la buena y Alex la mala y no había vuelta atrás) convierte la relación entre ellas en una verdadera bomba de relojería que, para regocijo nuestro, suele regalarnos grandes escenas de pasión y algunas menos de amor romántico (precisamente las que hay resultan particularmente entrañables, aunque yo personalmente no veo a este par asentándose como un sólido y estable matrimonio en ningún mundo). Así que lo dicho, las que no se hayan puesto al día con la serie espero que no tarden mucho más porque no saben lo que se pierden. Y las demás intentaremos seguir dosificándonos la tercera temporada, porque al menos hasta dentro de un año el mono no nos lo quita nadie.
Inma Miralles
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