¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeanette Winterson

La autobiografía de la escritora Jeanette Winterson publicada por Lumen en enero de este año es el retrato de una triple identidad: la forjada en contra de la madre adoptiva; la construida mediante la lectura y la escritura, y la vinculada a la búsqueda de la madre perdida. Así lo pone de manifiesto la triple dedicatoria del libro: a Constance Winterson, su madre adoptiva; a Ruth Rendell, escritora e íntima amiga, y a Ann S., su madre biológica.

El retrato que hace la autora de su madre adoptiva, Constance o, en sus palabras, “la Señora Winterson”, es sencillamente demoledor: fanática religiosa, depresiva neurótica, posible represora de sus propias tendencias homoeróticas, maltratadora física y psíquica. Por si semejante madre no fuera suficiente, al parecer la autora vivió su infancia entre privaciones. Comía poco y mal. Caminaba cinco millas al día porque no su familia no podía pagarse ni el autobús. No tenían teléfono y el jueves no tenían electricidad porque se había acabado el dinero de la paga. Jeanette hacía sus necesidades en un cubo en el piso de arriba, y su falta de espacio e intimidad era tal que, cuando pudo permitírselo, se compró una casa enorme. Quería todo el espacio que no pudo tener, la casa soñada de niña; de hecho, su necesidad de espacio es tal que le es casi imposible convivir con otra persona.

Constance solía dejarle claro que lamentaba haberla adoptado con la frase el diablo dejó en la cuna el niño equivocado. La comparaba constantemente con otro hermano, también adoptado, que murió antes que ella. Cuando llegó el amor, en opinión de Constance también se trataba del amor equivocado. Jeanette se enamoró de Helen.

Pero eso no fue lo peor. Helen la abandonó, se rindió cuando Constance las denunció en público, frente a la comunidad religiosa de la que formaban parte. Pero no pudieron con Jeanette; ni siquiera cuando la sometieron a un exorcismo para “curarla” de sus inclinaciones – se insinúa, incluso, la posibilidad de que la violaran-. No es extraño que la autora confiese que en un primer momento no quería encontrar a su auténtica madre. Si vivir con una era así, no quería ni imaginar cómo sería tener dos. Su infancia y su adolescencia la marcaron hasta tal punto que se confiesa incapaz de amar a otra persona. No le enseñaron y, como pudo, aprendió a sobrevivir.

Es importante remarcar que frente a estos y otros hechos de su vida la autora no se siente ni se presenta como víctima, sino como superviviente. Su tono es el de la narración testimonial y la ironía; no pretende enternecernos ni provocar lástima.

Durante gran parte de mi vida he sido una luchadora a puño descubierto. Quien golpea más fuerte, gana. De niña me pegaban, así que pronto aprendí a no llorar. Si me dejaban fuera de casa toda la noche, me sentaba en el peldaño de la puerta hasta que pasaba el lechero, me bebía las dos botellas, las dejaba vacías para enfurecer a mi madre e iba caminando al colegio.

Una no puede dejar de sentir ternura por esa niña demasiado gruñona, demasiado furiosa, demasiado intensa, demasiado rara, que tenía prohibido leer obras de ficción. Por motivos religiosos se permitía únicamente la lectura de volúmenes con interpretaciones de la Biblia, el propio texto sagrado y poco más. Curiosamente, Constance se permitía el lujo de leer con regularidad novela negra, un género caracterizado en general por su violencia y carga sexual, pero al parecer ella sí estaba blindada contra las tentaciones del Maligno.

Mi madre no quería que los libros cayeran en mis manos. Nunca se le ocurrió que sería yo la que caería en los libros, que me metería dentro de ellos para mantenerme a salvo. Jeanette encontró en la biblioteca municipal de Accrington un útero cálido, sustitutivo del de la madre perdida; el mundo donde evadirse y, más importante aún, el lugar donde encontrar. Empezó a leer desde la A a la Z todas las novelas de literatura inglesa que contenía la biblioteca. Niña huraña y solitaria, los libros se convirtieron para ella en el nido que debería haber sido su hogar, y en ellos encontró la fuerza para resistir. Cuando las cosas iban mal, pensaba en Percival y su búsqueda del Grial. Cuando el amor no era correspondido, pensaba en Lancelot. Cuando se sentía confundida y agobiada, recurría a T.S. Eliot.

Empecé a ser consciente de que tenía compañía. Los escritores suelen ser exiliados, extranjeros, fugitivos y náufragos. Esos autores eran mis amigos. Cada libro era un mensaje en una botella. Ábrelo.

El talento de Jeanette Winterson estaba ahí, aguijoneado por la pérdida y por todo lo que hubo de soportar; abonado y sostenido por esa ingente cantidad de libros. Sobre esta tierra fértil la autora funda, paciente, su portentosa capacidad para jugar con las palabras.

Los niños adoptados nos autoinventarnos porque no tenemos otra salida; hay una ausencia, un vacío, un signo de interrogación justo al principio de nuestras vidas. Una parte crucial se ha ido, y de forma violenta, como una bomba en el útero materno.
(…)
Hay unas marcas aquí, abultadas como cicatrices. Léelas. Lee el dolor. Reescríbelas. Reescribe el dolor.

Imaginad qué supuso para la autora el momento en que su madre adoptiva descubrió todos los libros que había ido acumulando a escondidas durante meses bajo el somier de su cama, hizo con ellos una pira, y los quemó. Quemar los libros que un@ ama es quemar a alguien de la familia. Y precisamente por eso, Constance quemó los libros de Jeanette.

¿Cuál fue su reacción? Memorizar libros enteros. Rebelde, los mantendría a salvo allí donde su madre no podía quemarlos: en su cabeza. Y, por último, la venganza suprema: Jeanette se decidió a escribir. A la mierda – pensé- puedo escribir yo.


Es enternecedor comprobar que Jeanette esperó que su madre adoptiva se enorgulleciera de su hija escritora. Pero en esto, como en tantas otras cosas, Constance tampoco tuvo piedad. Le avergonzaban tanto los libros escritos por su hija que los compraba con nombre falso, y sólo para recriminarle lo que escribía en ellos. Jamás le dedicó una palabra de aliento. Nunca se sintió orgullosa de ella, en ningún sentido.

En cambio, desde sus primeros encuentros, la madre biológica de Jeanette W. le comentó cuán orgullosa estaba de ella. Además, no le hubiera importado que saliera con chicas. Imposible no preguntarse, llegados a este punto, cómo habría sido la vida de la autora de haber podido criarse con su familia de sangre, qué heridas podría haberse evitado. De ahí su reproche a la madre que la arrojó en los brazos de la sustituta, la madre-ogro: ¿dónde estabas tú?

No está furiosa con su madre biológica, Ann. El reencuentro con ella ha sido agradable, pero tampoco fue la escena lacrimógena de los realities al uso. Y sin embargo, Jeanette es capaz de no culparla, incluso se alegra por la decisión que tomó. De no haber vivido con Constance Winterson, ella no sería esta mezcla salvaje de desesperación, emoción, violencia y poesía.

Sí, hay momentos duros, dramáticos, en esta autobiografía, como el descubrimiento de los monstruos interiores, el desamor, la aparición de un trastorno mental, hasta el intento de suicidio de 2008; pero dicen que la noche no es nunca tan oscura como en el momento en que se acerca el amanecer. La vida, nos dice la autora, es demasiado hermosa para abandonarla; es posible reconciliarse con uno mismo, comprometerse con el mundo y empezar de nuevo. Es posible, sí, ser feliz, por más que algun@s se empeñen en decirte que no eres normal.

Todas las citas han sido extraídas de¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, Jeanette Winterson, Lumen, 2012.

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