Queridos Reyes Magos: Este año quiero sexo, felicidad y amor

Hoy empieza el 2011, las campanadas han sonado y con ellas hemos dejado atrás un año lleno de ilusiones, emociones, deseos y propósitos (cumplidos o abandonados), los cuales hoy reemplazamos por otros. El año empieza con un tanga rojo, doce uvas y un chin-chin unido de varias copas de cava que sujetan personas significantes para mí. Pequeñas tradiciones que muchos de nosotros, Nochevieja tras Nochevieja, repetimos esperando que nos den suerte, felicidad, salud y hagan del nuevo año el mejor, más bonito, dulce y agradable.

En cinco días llegarán los Reyes Magos y hoy aún recuerdo aquella pequeña niña que fui, que antes de ir a las cabalgatas dejaba un zapato y dulces junto al árbol esperando que al llegar estuvieran los regalos que había pedido y las zapatillas llenas de caramelos, y que los dulces hubieran desaparecido porque los pajes se los habían comido. Era una chica inocente la que concluía la carta con alguna frase como: “También deseo dinero para los pobres, salud para los enfermos y felicidad para todos”. Hoy pediría buen sexo, felicidad y amor.

Nos pasamos gran parte de nuestra vida buscando a la chica perfecta, la mejor casa, el trabajo que más dinero nos dé… y no aprovechamos los momentos del día a día que te pueden dar la misma o más felicidad que una casa grande o mucho dinero. Con el tiempo las personas, o mejor dicho, los humanos nos estamos volviendo más materialistas. La Navidad está pasando a ser una fiesta basada únicamente en el consumismo. Para mí no es así. La Navidad es una época de reflexión, de tranquilidad, amor, familia y amistad; en cambio, en este mismo momento, estando escribiendo estas líneas en el coche camino a Burgos, miro hacia delante y veo a mi padre conduciendo y mi madre durmiendo, sin ningún tipo de comunicación. Miro hacia mis lados, y en el sitio que antes ocupaban mi hermano y mi hermana ahora hay libros, el portátil y un par de lápices. Recuerdo que hace menos de diez años los caminos se llenaban de canciones, pequeñas peleas con mis hermanos, charlas en familia y sonrisas. Sin embargo, hoy cada vez nos inhibimos más y las pequeñas cosas que nos hacen sonreír las apartamos para cambiarlas por aquello que todo el mundo desea, porque es lo nuevo y lo que se lleva.

La Navidad, como decía, la paso en familia, y voy al pueblo de mi madre, donde cada día me espera mucho frío (con suerte nieve), gente por saludar y muchas muchas comidas y cenas familiares. Me gusta pasar tiempo con la familia y más aún cuando es gente que sólo veo en vacaciones, pero adonde quiero llegar es a los silencios incómodos, a aquellas preguntas de: “¿Tienes novio, Marta? ¿Cuándo nos lo vas a presentar?” Por suerte, mis prim@s me sacan del apuro diciendo que no sean pesados… Si por mí fuera, no tendría ningún problema en decirles que soy lesbiana, que me gustan las chicas, pero estamos hablando de un pueblo donde hasta hace 5 años vivían de la agricultura y la ganadería, donde casi no hay cobertura y rara vez llega Internet. No sabéis la impotencia que puedo llegar a sentir cuando en momentos como esos no puedo contestar: “Pues no no tengo ninguna novia”, o “Pues sí, estoy saliendo con una chica y en verano os la voy a traer”. Palabras que sólo serían capaces de conseguir caras de susto y silencios aún más incómodos por la mayoría de los presentes.

Hoy, por tanto, las próximas comidas familiares se llenarán de felicidad, amor, risas, anécdotas… y tristeza e impotencia de no poder amar, sentir, disfrutar y expresarme delante de mi familia, que es lo más importante para mí. Os puedo asegurar que en los próximos chin-chin interiormente pediré un poco de fuerza para que dentro de poco sea capaz de sentir y amar delante de esta familia; fuerza para que las críticas y vacíos que pueda sentir sea capaz de afrontarlos y hacer que el lesbianismo cada día sea algo más natural.

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