EEUU. Años 70´.
El espacio tiempo donde la gente de a pie comienza a ejercer y exigir sus derechos y libertades frente a un estado autoritario que les había obligado a vivir en la clandestinidad. Los disturbios de Stonewall, en junio de 1969, marcan el fin del sometimiento a los convencionalismos de todas las personas homosexuales que hasta entonces habían aprendido a vivir siendo invisibles. Pisan con fuerza los movimientos y teorías feministas, paralelos y de la mano de la lucha LGTB.
Sin embargo, pronto el machismo se cuela por cada grieta que aparece en todas estas luchas, y surgen desconcertantes como las de la autora feminista y activista Betty Friedan, que decide alertar a la Organización Nacional de Mujeres (NOW) sobre el “peligro público lavanda“, por el que según la autora la presencia de lesbianas en el movimiento feminista destruiría su credibilidad y las haría quedar como un puñado de “odia hombres”. Qué irónico que una autora feminista reconocida se dirigiese a otras mujeres lesbianas como “odia hombres” o como “un peligro público para el feminismo”, pero la sociedad era tan absolutamente patriarcal entonces, y todavía ahora, que incluso una mujer como Betty, que se daba cuenta del papel tan radicalmente secundario de la mujer en sociedad, seguía sometiéndose a la idea de que una mujer tenía voz y voto en cuanto a que elegía a un hombre como compañero.
Por suerte un grupo de grandes mujeres no tardó en apropiarse del término para luchar por la integración de las mujeres en toda su diversidad en la lucha feminista. Grandes personalidades como Rita Mae Brown o Karla Jay, irrumpieron en el Segundo Congreso de Unidad de las Mujeres en mayo de 1970 vestidas con unas camisetas blancas que portaban las palabras acuñadas por Friedan “Peligro público Lavanda” y distribuyeron copias de un manifiesto titulado “The woman identified woman” (“La mujer identificada como mujer”). El manifiesto defendía su diversidad sexual como una resistencia política, cultural y erótica al patriarcado.
El feminismo no sería nunca lo mismo. En los años que siguieron, muchas feministas acuñaron el término de “lesbianas políticas” para reafirmar su solidaridad con las lesbianas y la centralidad de su trabajo personal y cultural como compromiso con otras mujeres.
Un grupo de estas mujeres se separó para formar las Radicalesbians a finales de los 70´ y escogieron trabajar exclusivamente con otras activistas lesbianas para crear espacios sólo de mujeres.
Estos nuevos espacios proporcionaron el terreno para el trabajo cultural y político del feminismo lésbico qué tan productivo ha sido hasta nuestros días.
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