Me llamo Mío. Mío López, soy natal del mediterráneo y de orgulloso maullido catalán. Salir de una caja oscura, contiguo a una extraña pócima, es el primer recuerdo que guarda mi memoria. Le siguió mi susto inmediato al ver a un hombre que me observaba con asombro, casi paralizado. Huí. Después sabría que se trataba de un tal Schödinger. Más me asusté.
Fue Fusa, una gatita de altivo contoneo y fuerte carácter, quien me hizo saber de él. O de su paradoja, en realidad. Ella, de origen “pura raza” y catalana también, jamás volvió después de su visita a una extraña caja gigante, llamada veterinario. Sólo dejó, con su recuerdo, la promesa de volvernos a encontrar. En dónde y cuándo, no lo sé. Sólo que estaría ella acompañada de Pompeta (gata-albóndiga, también visitante de la caja). Y que podía ocurrir en cualquier lugar, a cualquier hora.
Desde hace poco más de un año, he deambulado por la costa barcelonesa, en busca de un lugar donde enraizar mi huella gatuna. Tarea que me resultó más que complicada, visto roto el ancestral lazo bollo-gato.
Se cuenta que hubo un día en el que la simbiosis entre lesbianas y gatos era invulnerable. Las primeras, féminas a galope de la emancipación del yugo patriarcal, se empapaban (también literalmente) del gusto, de la gracia y seducción femenina; que no así, de la fragilidad y sumisión de pretensión impuesta. Con brío, confiadas y autosuficientes, disfrutaban las lesbianas de la compañía de sus congéneres: los gatos.
Nosotros, felinos libres, bien conocidos por nuestra elegancia, impecable aseo y sigilo, adornamos cada rincón por cada pisada, salto y acrobacia que regalamos a nuestra observadora, con el preciso y fino movimiento que sólo un felino es capaz de ofrecer. Muy al contrario de nuestros compañeros, los cánidos; brutos en gestos y toscos en el ladrar.
Ellos corren detrás de una piedra o pelota que jamás fue lanzada, y nosotros libramos ágilmente al hogar de las moscas. Ellos dan la patita (sin lavársela primero) y se hacen los muertos (hacerse el muerto… ¡Qué psicópata!), mientras nosotros yacemos en el regazo de nuestras compañeras. Nosotros invitamos el estado alfa mental con nuestros ronroneos, mientras que muchos de ellos, roncos, apenas si saben respirar… Nosotros, implacables y serenos, y ellos, que de todo se sorprenden. Todo les parece: ¡Guauuu!
Perros… Los policías nos persiguen e intentan mordernos sin motivo. Otros ladran y ladran sin descanso, perturbando la quietud del sueño y la paz nocturna. Otros muchos, falderos y esquiroles, quedan a los pies de quienes les ignoran. Se les dice nobles, mas no hay nobleza de quien, por conveniencia, ya sea alimentaria como por cariño artificial, se somete al desatender humano, o a sus sobras. Pero hay algo, un detalle muy escandalosamente por encima de lo expuesto, que todo canino comparte, y por el que me encuentro horrorizado (y tú también…): Su restriego y “recontrarrestriego” a placer en cacas ajenas. En cacas… ¡Y ajenas…!
¿Cómo las lesbianas nos cambian por ellos?, ¿Por tener, nosotros, alma rebelde y libre? ¿Por pretender —por ello— nuestro sano espacio? ¿Por padecer de bipolaridad (como ellas)? Bueno, esto último no… O, espera, sí… Bueno, no sé… Puede… ¿Querrán renegar de la historia persecutoria y discriminante que les acompaña (como a nosotros)? ¿O será que a muchas les asusta que seamos el espejo de sus sentimientos y actitud? Nos llaman traidores, pero más lo son ellas. A este paso, terminará por formarse una generación bollera a la que le gusten los hombres, y que lo defienda argumentando que forma parte de la “desaparición de los bollo-estereotipos“…
Como perros y gatos… Así nos llevamos ahora con las bolleras. Nosotros: los gatos. Y ellas… Ellas las personas nada nobles.
Confío en que algún día reparen en su error y aboguen de nuevo por la compañía y el amor felino, (sin renunciar al perruno, se entiende) Y así, compartamos todos el mismo techo, que el mismo cielo, ya lo hacemos. Paz entre gatos y perros. Paz entre sus dueñ@s. Todos aspiramos a lo mismo: ser felices. Hagámoslo juntos. En algún momento, en algún lugar, la armonía está siendo practicada. En un mundo paralelo, quizá. (¿estarán Fusa y Pompeta en él?) Mientras, yo, hasta que el día llegue, seguiré noche tras noche, alzada la vista al cielo, maullándole al amor.
- Nota mental: engañar y ganarse la confianza de bolleras y perros, a fin de arañarles más adelante a traición. ¡Miauhahaha!
“Dedicado a Mío, a Fusa y a Pompeta, mis amores felinos a los que el destino deparó un lugar, allá entre el cielo y las tierras catalanas.”
Jajaja, creo que yo soy una de esas lesbianas a la “antigua” porque tengo una gata que es mi fiel compañera y amiga. Y si, es cierto que ultimamente hay varias lesbianas que prefieren mas los perros que los gatos. Curioso…
Será porque los perros son fieles… y en el fondo deseamos eso. Supongo. Porque vaya tela…
Ummmmm… de entrada en mi casa de armonía perro-gato nada; a la que mis perros ven un felino se les alteran las extrasístoles y pierden el conocimiento: o se lo comen o se lo comen.
Además yo tampoco soy muy amiga de los gatos; son unos jetas que sólo me quieren por el interés, que no respetan mi espacio vital ni de trabajo y que hasta cuando están mimosos arañan. No no no… yo me quedo con mis perretes, que me quieren incondicionalmente, que saben cuando estoy triste y me miman ellos a mí, que cuidan fieramente de nuestro hogar y de mi persona (nadie se atreve a acercarse con aviesas intenciones si te flanquean dos bestias de 70 kilos y dientes afilados jejeje) y NO me arañan cuando les achucho!
Como decía Scrappy Doo… ¡PODEEEER PERRUNO! 😛
Me ha matado eso de “bestias con dientes afilados” Jajaja.
Sólo una pregunta para las emperradas: ¿os imagináis qué extraño ser saldría de una hipotética super heroína “dogwomen”?, ¿a que no pega ni con cola?
Siempre ha sido y siempre será la simbiosis mujer-gato invicta.
¡Olé a las catwomen!
A ver, no mezclemos temas. Una cosa son las mascotas y otra las muchachas de buen ver que gustan de salir a la calle embutidas en apretaditos trajes de cuero haciendo miau. Estas últimas siempre serán bien recibidas en mi hogar, y serán colmadas de atenciones por mi parte sin ninguna duda (Michelle Pfeiffer, las puertas de mi casa estarán siempre abiertas para tí) ;P
Además hay un pequeño tema con el femenino singular del perro asimilado a las mujeres… que no sé yo si ayuda mucho, la verdad :S
Y que yo entiendo, de verdad, el gusto que tiene la gente por los gatetes; son monos, son suaves, son muchas cosas, pero no son para mí. Lo bueno es que yo no soy fundamentalista y no voy a perder las amistades con nadie porque prefiera a los gatos antes que a los perros 🙂
Uf! Dímelo a mí, que tengo doce, media docena de peces y dos ratas!!
Y sí, mi mujer y yo tenemos nuestro espacio sin ningún problema, siempre que ellos nos dejan, claro. Me ha encantado el artículo, seguro que Pompeta, Mío y Fusa les están haciendo compañía a unos pocos de los míos que allí arriba me esperan para que les cambie la arena…
Yo tengo un erizo ¿Qué hago con mi vida? jajajajaja
jajaja, yo te abrazo!
Me encanta la redacción del gato !
Por este lado yo tengo dos gatos machos en casa, uno para cada una, que efectivamente son el reflejo de sus respectivas dueñas, pero también tengo 3 perras y un macho.
El mito gato-lesbiana, queda perfecto también para perro-lesbiana.
Ellos hacen la guerra, pero es nuestra tarea ser puro amor con ellos.