“Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo X

Me despedí de Bárbara, que se marchó tan pronto me vio abriendo la puerta de casa. Su mirada cuando me dijo “Hasta mañana” fue agradable y cálida. Seguía con sus cambios de humor. Antes de entrar analicé la calle y no percibí nada raro. Una vez dentro, Viernes y Gonzalo me recibieron entre saltos, gemidos de alegría y roces cariñosos. Hablé con ellos para agradecer tan apasionadas muestras de amor y me dispuse a pasear con Viernes. Hacía buen día, poco sol, pero todo lo seco que este clima permite.

Caminando por la acera pensaba en que sólo llevaba cinco días aquí. En mi cabeza comencé a recordar (respetando el orden temporal) todas las cosas que había vivido hasta el momento. Quería redactar el informe nada más volver del paseo para enviárselo a Germán lo antes posible. Sin duda, había algunos cabos sueltos en todo aquello. El llanto de bebé en el faro era lo que más me desconcertaba, aunque pensar que alguien podía haberme drogado enervaba mis ánimos. La cabeza ya no me daba vueltas, pero me preocupaba no recordar parte de mi vida. No haber controlado mis movimientos, mi cuerpo y mi mente durante aquellos minutos bajo el faro era algo que me desesperaba. Miré mi muñeca en un movimiento automático y recordé que tendría que comprarme otro reloj. Adiós a mi precioso regalo de cumpleaños.

Tanto me concentré que no estaba siendo consciente de los saludos de algunos vecinos. Se cruzaban conmigo y decían “Buenos días” casi de forma automática, como si no esperaran respuesta. Como si no les extrañara que yo, una completa desconocida con una perra enorme, paseara por las calles de su pueblo. Sin embargo, aprovechaban los saludos para detener su mirada interrogante en mí. Escaneaban cada uno de mis rasgos, me pareció que la mayoría de mis convecinos se centraban únicamente en mi rostro, como si no les importara nada más. Como si fueran a preguntarme en cualquier momento de quién era, es lo que hacen en mi pueblo: “¿Y tú de quién eres?”. En mi tierra natal lo preguntan sobre todo las mujeres más mayores, para tener tema de conversación y poder explicar a las amigas que el nieto de Sotanita había cambiado mucho, o que la sobrina de Menganita se había hecho toda una mujer.

Aquí nadie me hizo la pregunta, pero, sin excepción, todos y cada uno de los viandantes con los que me crucé me saludaron y me analizaron sin disimulo. Es cierto que en ocasiones me abstraigo, pero en los paseos anteriores con Viernes no había pasado nada similar. Me habría dado cuenta.

Volví a casa, me estaba empezando a incomodar tanta mirada. Cerré con doble llave la puerta y me puse a teclear el informe. Paré a la hora de comer para prepararme un bocadillo y seguir trabajando. Cuando casi lo tenía redactado sonó el teléfono.

—Dime, Germán.

—¿Cómo que “Dime, Germán”? ¿Se puede saber a qué esperas para llamarme? ¿Dónde estás? ¿Has ido hoy a la oficina? ¿Qué te han dicho en el hospital? ¿Tenían los resultados? No entiendo dónde te has metido toda la mañana, me he vuelto loco.

Le había enviado un mensaje breve desde el hospital la noche anterior, no quise preocuparle innecesariamente y no le conté los detalles.

—Estoy bien, tranquilo. Te dije en el mensaje que te iba e enviar el informe en cuanto tuviera la ocasión. He pasado una noche un poco movida —en parte era verdad, pensé en la noche con Bárbara—. Siento el retraso. Pero llevo el móvil encima todo el día y no tengo ninguna llamada. ¿Estás seguro de que me has llamado a mí?

—¡Pues claro! ¿Por quién me tomas, por un novato? —sus palabras amagaban una mezcla de reproche y preocupación.

—Lo siento, Germán, te aseguro que no sé qué ha podido pasar. Estoy en casa, hoy mi jefa me ha dado el día libre. Estoy terminando el informe para enviártelo.

—Pero, ¿estás bien?

—Te he dicho que sí. Todo va bien. Sólo estoy un poco cansada. En un minuto te envío el documento. ¿Te parece que hablemos mañana? Estoy muerta.

—Claro —me contestó Germán, ahora más calmado—. Llámame sin falta antes del medio día. A partir de ahora vamos a extremar las precauciones. Hablaremos dos veces al día, una por la mañana y otra por la noche. Lo haremos todos los días, de lunes a domingo, a partir de mañana. No lo olvides.

—De acuerdo, no lo olvidaré. Ahora me voy a la cama, si me lo permites.

—Que descanses, Susana.

—Igualmente.

Como había previsto, tardé unos minutos en terminar y enviar el informe. Después de apagar el ordenador y cerrar las persianas del comedor, fui a darme una ducha. Pensaba pasar el resto de la tarde descansando en el sofá, me sentía exhausta. Nada más entrar al baño lo vi por el rabillo del ojo: en el espejo, abarcándolo en su totalidad y de un rojo brillante, alguien había dibujado el símbolo femenino dos veces. Ambos círculos estaban unidos entre sí. Sin palabras, sin letras. Me pareció sentir en ese momento, como en un parpadeo, una sutil ráfaga, todavía permanecía en el aire. Lo supe de inmediato, mi olfato nunca me falla: jazmín.

Eley Grey

Foto de portada: Luzilux

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14 comentarios en ““Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo X”

  1. Mmm… jazmín… símbolo femenino doble y entrelazados… sutil manera de decirle “Susana, lo sabemos, eres lesbiana, te estaremos vigilando” Ay que le pasará a Susana… seguiré esperando la continuación. Salud

  2. cuando le dejaron la nota tambien olio a jazmin y estaba con Barbara si el mensaje en el espejo lo ha dejado ella no creo que sea un mensaje amenazador aunque no recuerdo si ella percibio ese olor en otra ocasion y por eso sepa quien es bueno yo tambien me mantengo ansiosa esperando el proximo y proximos capitulo para ir descubriendolo sin necesidad de hacer de detectiva y disfrutar con las historia en general

  3. Me quedo muy intrigada en espera del próximo capitulo. me encanta leerte y felicidades por que eres muy buena escribiendo. saludos desde México.

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