“Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo XI

Varias ideas cruzaron mi mente al ver aquel símbolo sobre el espejo. La más potente era, sin duda, la de que alguien había entrado mientras yo estaba fuera paseando con Viernes. Pronto la desestimé: siempre me lavo las manos cuando llego a casa, venga de donde venga, así que la hubiera visto antes. La siguiente idea fue buscar mi pistola. Salí rápido del baño y la saqué del bolso. Después encendí todas las luces: las del comedor, la cocina y el pasillo. Me dirigí al dormitorio apuntando al frente, convencida de que alguien había dibujado aquello para amenazarme, se había escondido en la habitación y había permanecido allí toda la tarde (si hubiera salido de la casa habría pasado frente a mí). Abrí la puerta del dormitorio de par en par y encendí la luz sin dejar de protegerme. Los armarios estaban cerrados, pero todo estaba patas arriba: la ropa por el el suelo, las sábanas revueltas, algunos documentos personales sobre la cama y los cajones de la cómoda fuera del sitio. Recordaba perfectamente haber hecho la cama por la mañana, antes de salir hacia el hospital con Bárbara. Por supuesto nada de aquello estaba así. Parecía que un huracán silencioso había entrado en mi habitación. ¿Cómo era posible que no hubiese escuchado nada? Registré minuciosamente cada rincón, terminé de desmantelar los armarios para, finalmente, claudicar ante lo evidente: quienquiera que hubiera montado aquel desastre ya no estaba en la casa.

simbolo mujer 3

Traté de serenarme y me dispuse a hacer guardia. Preparé la cafetera grande y me vestí con la ropa de operaciones. Pensaba pasarme la noche en vela. Desempaqueté la Panasonic Lumix DMC-FZ72 que venía incluida en el equipaje que Germán me había entregado en la central. La coloqué en modo grabación y me senté en el sofá.

Cuando me desperté eran las tres y media de la mañana y no tenía muy claro por qué el corazón parecía salírseme del pecho. La desorientación inicial no me permitió recordar dónde estaba o qué había pasado. Mis ojos pronto se acostumbraron a la oscuridad, aunque la lámpara de pie que había dejado encendida me ayudó bastante a centrar los objetos de la sala e identificar mi ubicación exacta. Pronto controlé mi respiración y las imágenes se agolparon. Me dije en voz alta que había sido una pesadilla para que la calma se hiciera más real. Me lo repetí varias veces tratando de recordar el mal sueño. A los pocos segundos pude reconstruir los hechos:

Había vuelto al faro, esta vez la puerta estaba abierta. Nada más entrar comprobé mi muñeca, pero el reloj ya no estaba ahí. No llevaba la pistola, sin embargo, no sentía miedo, por el momento, ni la necesidad de defenderme. Tras media docena de pasos escuché el llanto del bebé, hubiera podido ser hambre o cólicos (mi hermana fue madre el año pasado y estoy algo familiarizada). De pronto, los lloros desaparecieron y la oscuridad del interior dio paso a un cielo abierto. Pude oler el humo de una barbacoa y escuchar las voces que festejaban un día soleado en el campo. La voz de Bárbara destacaba del resto, me llamaba a mí. Cuando la vi le sonreí y caminé hacia ella. No me fijé en los demás, aunque eran muchos, muchísimos. Yo sólo tenía ojos para ella. Llegué a su altura y me preguntó por los resultados del hospital. Le conté todo, me confesé completamente. Cuando quise darme cuenta era demasiado tarde. Bárbara se giró y pronunció una frase ininteligible a los allí presentes. Todos se pusieron en pie y entonces sí me fijé en sus rostros, en su aspecto. Busqué mi pistola, había olvidado que no la llevaba. El cielo se oscureció y yo di marcha atrás. No podía salir corriendo, necesitaba seguir mirando a todas aquellas personas, me aterraba darles la espalda. Eran seres monstruosos, diabólicos, que pretendían acabar conmigo de la forma más espeluznante posible. Como no veía por dónde pisaba, terminé por caerme de culo ante las dentaduras irregulares de los enemigos. Bárbara había desaparecido y yo llevaba puesto un vestido amarillo incómodo, que me limitaba la movilidad. Fui consciente en ese momento de que me había caído por culpa del dichoso vestido. Volví a sentirme como una niña, como cuando mi madre se empeñaba en ponerme faldas. Y, como aquella niña, pataleé y grité hasta que rompí el traje y pude levantarme.

En ese punto me había despertado. Tras recordar en fracción de segundos el sueño, busqué algún resto del vestido amarillo, pero ni rastro. Gonzalo dormía a mi lado, ronroneaba ajeno a toda preocupación. Viernes estaba en su cama, junto a la estufa. Todo parecía en orden, así que volví a cerrar los ojos.

Error de manual.

Lo comprobé a la mañana siguiente, cuando vi el vídeo.

Eley Grey

Foto de portada: Luzilux

Si quieres leer los capítulos anteriores, pincha este enlace.

Comparte este artículo

6 comentarios en ““Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo XI”

  1. Cuando una lectura te atrapa es practicamente imposible dejar de leer hasta q la terminas… Me sucedió con Las mujeres de Sara…y me acaba de suceder con estos capitulos q me los acabo de leer todos de golpe porque no podia parar…ahora me he quedado con ganas de más…Me ha encantado, para mi ha sido un regalo encontrar estos capitulos, graciasss!!! Un abrazo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio