“Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Capítulo XIV

Antes de salir a la calle pude percibir la inquietud en la mirada de Bárbara.

—¿Dónde podemos ir para hablar tranquilamente? Mi casa no es un sitio seguro, alguien ha entrado esta noche —le dije sin dejar de caminar, ahora ya, a su lado.

—¿De qué estás hablando, Susana?

—No te pares y dirígete hacia un lugar seguro. No vaciles en tus movimientos —intenté contagiarle algo de seguridad mientras nos acercábamos a su coche.

Bárbara guardó silencio hasta que le dio al contacto y el vehículo comenzó a moverse.

—¿Qué has querido decir con que alguien entró en tu casa?

—Lo tengo grabado.

—¿Lo has denunciado?

—Sabes que no. Tenemos que resolverlo nosotras —ella apartó la vista de la carretera durante un segundo. Intuí un amago de queja, pero volvió su atención al volante y yo seguí hablando—. Creo que es hora de que me cuentes qué pasa aquí, Bárbara. Me lo merezco.

Respiró hondo al tiempo que cogía la segunda salida en la rotonda, la que va a la costa.

—Todo empezó hace unos meses, después del verano —empezó a contar—. Hasta ese momento no había visto nada raro, pero un día, sin motivo aparente, la gente empezó a cuchichear cuando pasaba junto a ellos, en la emisora.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí, Bárbara?

—En marzo hará tres años, ¿por?

—Pensaba que llevabas más tiempo. Por tu acento parece que estés aquí toda la vida.

Ella sonrió y continuó conduciendo en silencio. Yo necesitaba más información, así que proseguí con mi interrogatorio:

—¿Qué más cosas notaste, aparte de los cuchicheos?

—Bueno, a veces descubría a los trabajadores cerrando la pantalla del ordenador cuando yo me acercaba, o escondiendo papeles en cajones si me aproximaba a sus mesas. Pero no sólo empezaron a pasar cosas extrañas en la oficina, sino también en la calle.

—¿Qué cosas? —inquirí.

—Cosas como miradas y murmullos en la cafetería, en el supermercado y hasta en el ambulatorio. Al principio pensé que se estaba corriendo la voz sobre mi condición, ya sabes, mi sexualidad, pero descubrí, para mi sorpresa, que hay muchas lesbianas en este pueblo.

Supongo que notó mi gesto de incredulidad porque siguió diciendo:

—A mí también me sorprendió, claro, un pueblo tan aislado, aparentemente tan cerrado. Pero empecé a ver parejas del mismo sexo por todos sitios. Y no parecían esconderse. De hecho, la propia alcaldesa se casó el año pasado con su mujer.

—Vaya… —no pude evitar mi fascinación.

mirales.esEra lo último que me hubiera planteado: un pueblo gay friendly. No entendía nada, las piezas del puzzle empezaban a mezclarse, a desordenarse (si es que alguna vez habían estado ordenadas). De pronto una idea clara me cruzó por la cabeza.

—Da la vuelta —mis propias palabras interrumpieron mis pensamientos—. Tenemos que volver. Creo que ya sé por dónde empezar.

Eley Grey

Foto de portada: Luzilux

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