“Ser lesbiana en este pueblo y no morir en el intento” – Último capítulo

Bárbara sigue caminando despacio, está más cansada que yo, es evidente. Quiero darle ánimos, decirle algo positivo, pero cuando me giro hacia ella, por el rabillo del ojo, veo de nuevo cómo unas sombras siguen nuestros pasos, nos empujan hacia el final del pasadizo. Escucho mi nombre.

—¡Susana!

Parece la voz de Germán. La voz se diluye entre una multitud de otras voces que llaman a Bárbara. Vuelvo a escuchar mi nombre al tiempo que una potente luz (parece irreal no sólo por la época, sino por el sitio donde estamos) empieza a cegarme. Todo se vuelve oscuro y no recuerdo nada más.

Cuando despierto, Germán está frente a mí.

—Tranquila, todo está bien —me dice.

—¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has venido? ¿Qué pasa? —demasiadas preguntas, pienso mientras hablo.

—Pensábamos que era su novio, señorita, tuvimos que retenerlo —es una mujer quien habla, pero no la conozco.

—¿Qué dicen, Germán? —sigo desorientada.

—Bebe un poco de agua, habéis estado mucho rato caminando. Tranquilízate, ahora te lo explico todo.

Está sereno, algo poco habitual en él. No entiendo nada de lo que pasa, pero confío en su criterio. A los pocos minutos me encuentro mejor, puedo ver que Bárbara está en otra silla, cerca de la mía, y mucha gente a nuestro alrededor, unos pendientes de nosotras y otros no. Escucho una especie de conversación entre un chico y Germán.

—Tienen que entendernos, llevamos más de seis meses preparándolo todo y sólo tenemos otros seis meses de plazo. Todo tiene que estar previsto para junio y con sus narices puestas aquí se estaba haciendo inviable.

Germán no parece sorprendido, se comporta como si ya hubiera escuchado el mismo discurso varias veces en poco rato. Conozco esa expresión.

Cuando parece que vuelvo a ser yo, a recuperar el pulso y mi respiración, algo me corta de golpe el latido: un bebé llora. Estoy segura: es el mismo llanto de bebé que escuché el otro día cuando entré en el faro. Lo busco entre la multitud de personas y al final lo localizo. Está en brazos de un hombre que parece darle… ¿pecho?.

—¿Qué está pasando? —quiero preguntárselo a Germán, pero no estoy segura de si lo sigo teniendo al lado. Sigo algo desorientada.

—Trata de relajarte y confía en mí. Cuando estés más centrada lo verás todo con claridad —sigue a mi lado.

Creo que me duermo porque dejo de escuchar las voces durante un rato. Cuando me despierto estoy recuperada del todo y necesito saber de una vez qué pasa en este pueblo. Me da la impresión de que todos los habitantes están aquí a nuestro alrededor. Hay mesas y sillas y algunas barbacoas. Es como si hubieran estado preparando una fiesta. Estamos en una especie de polideportivo cerrado, la luz viene del las potentes lámparas que cuelgan del techo. Me levanto de la hamaca y localizo a Bárbara. Sigue descansando y no quiero despertarla. Busco a Germán, aunque parece que es él quien me encuentra.

—Estábamos completamente equivocados, Susana. He tenido que abortar la misión, ya he avisado a la central.

—Pero, ¿y los fondos?, ¿y el dinero de las drogas?, ¿y el faro?

faro para lydia 2—El faro está donde tiene que estar y no es más que un faro para alumbrar a los barcos, Susana. Llevo toda la tarde con esta gente, tratando de entender cómo hemos podido confundir tantas cosas. Te he llamado para tratar de explicarte, pero se ha cortado.

—No sé a qué estás esperando, Germán. Me tienes en ascuas —la ansiedad por conocer la verdad está acabando con mi paciencia.

—Todo el equívoco se debe a la llegada de fondos de dudosa procedencia a este municipio. Llevan varios meses recibiendo dinero de instituciones que no existen, de asociaciones que no figuran en ningún registro. El problema es que se han estado tomando muchas molestias para ocultar sus movimientos y el dinero se esfuma en un momento de la investigación.

—Pero no se ha esfumado, ¿verdad? —no puedo evitar mirar a mi alrededor y recordar todos los servicios que tiene el pueblo y las instalaciones de la emisora, tan modernas y de última generación.

—No, el dinero sigue aquí, pero pronto dejará de estarlo porque están desviando fondos a Madrid. Eso fue lo que nos hizo sospechar y dio un giro a la investigación.

—¿Por qué no me avisaste?

—¡Estabas incomunicada! ¿Lo recuerdas?

Tiene razón, por eso está aquí. Creían que mi vida corría peligro.

—Pero, ¿entonces? —me está poniendo un poco nerviosa la cantidad de rodeos que está dando.

—Te han intentado mantener al margen porque eres lesbiana, no querían intervenir por si salías mal parada.

—Pues menos mal que no querían intervenir —recuerdo la hoguera de “bienvenida”, las notas bajo la puerta, la pintada en el espejo, la habitación patas arriba y el día del faro cuando perdí el conocimiento.

—Créeme, te han dejado al margen todo lo que han podido.

—Pero, ¡será posible! ¿ahora estás defendiéndoles?

—Déjame seguir, por favor, y no me interrumpas más. Esto es un poco surrealista, pero necesito que me escuches hasta el final.

Asiento y guardo silencio.

—En este pueblo sólo vive gente LGTB, ¿te habías dado cuenta? —intento decir algo pero no me deja hablar—. Vale, era una pregunta retórica. Escúchame.

Vuelvo a asentir y él sigue:

—El último Orgullo que se celebró en Madrid fue un desastre según esta gente, una completa falta de libertad y una represión ante los principales derechos constitucionales vigentes. Se coordinaron desde el día siguiente con algunas plataformas de la capital para programar una auténtica revuelta LGTB.

Supongo que mis ojos se abren tanto que Germán se asusta, así lo interpreto porque me acerca un vaso de agua antes de seguir hablando:

—Todo el entramado y los fondos existían, Susana, pero lo utilizaban para organizar la mayor manifestación del Orgullo LGTB de la historia del país bajo el lema “Si todos amamos, no hay diferencia”. Estas personas estaban seguras de que era necesario que la preparación fuera secreta para evitar posibles boicots por parte de otras entidades o personas contrarias a la manifestación. El pueblo ha triplicado su población sólo con este objetivo y ahora quieren nuestra cooperación, sobre todo la tuya.

—Eso no puede ser. ¿Qué dirían en la agencia? —le digo.

—Aunque te parezca extraño, están de acuerdo. El jefe tiene un hijo gay y ha recibido esta noticia con los brazos abiertos.

—Entonces… ¿estamos ante una nueva misión?

—Acertaste.

Eley Grey

Foto de portada: Luzilux

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