Sentía verdadero pánico a la muerte y sufría una incapacidad atroz de reconciliarse con ella. “Maldigo la muerte —escribió—, no puedo evitarlo”. A los 16 años, en su época de alumna de la Universidad de Chicago, escribe: “No soy capaz de imaginar siquiera que un día no estaré viva”. La novelista y directora teatral Susan Sontag sólo podía imaginarse en el mundo “estando”. Seguir viviendo fue quizá su manera de morir. Siempre clamaba tiempo para escribir y hacer tantas cosas que aún no había podido llevar a cabo. Sin embargo, la vida le hizo unas cuantas jugarretas. Tres cánceres y ser fotografiada en el peor estado en que jamás se hubiera podido imaginar no parece ser poco para una sola persona. Este mes nos acercamos a la figura de Susan Sontag: una superviviente nata.
Neoyorkina acérrima, sus orígenes son judíos. Su verdadero padre, Jack Rosenblatt, murió de tuberculosis en China cuando ella contaba con tan sólo cuatro primaveras. Años después la madre se casó en segundas nupcias con Nathan Sontag, de quien tanto Susan como su hermana heredarían el apellido. Y poco más heredaría de su núcleo familiar. Aquella niña que más tarde se haría hueco en la literatura tuvo una infancia de reproches continuos por parte de su madre por lo mucho que leía. “Si sigues leyendo tanto, no encontrarás nunca un marido”. Afortunadamente para muchos de los que la conocemos y disfrutamos con su pluma (la estilográfica, digo), Susan era ya lo bastante rebelde y decidida como para hacer caso omiso de los absurdos consejos de su santa madre.
Sobrevivir se convirtió en su modo de vida. Fue una niña asmática y solitaria. En 1975 le diagnosticaron un cáncer de mama avanzado y extendido a 17 nódulos linfáticos. En su libro El sida y sus metáforas—publicado una década más tarde— recuerda con satisfacción haber “frustrado el pesimismo de mis médicos”. Contaba entonces con 42 años y aún tenía toda una vida por delante. En aquel entonces mantenía una relación con la actriz francesa Nicole Stéphane. Nicole se convirtió en su fuente de esperanza. Cuando los médicos daban por perdida la vida de Susan, Nicole la puso en contacto con Lucien Israël: un oncólogo parisino que la convirtió estadísticamente en una afortunada entre un millón.
Sontag creía tanto en la ciencia y confiaba en ella con una tenacidad tal, que podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que la razón era su propia religión. Era una mujer realista, que no se andaba con rodeos; una mujer a quien le gustaba llamar a las cosas por su nombre y apoderarse de cada situación que le perteneciera: tanto en la salud como en la enfermedad. Tal y como afirma su hijo en su libro Un mar de muerte: “El verdadero compromiso para ella siempre fue radical”. Su postura ante sus tres cánceres fue una sola: no le importaba el dolor al que pudieran someterla, su objetivo era vencer a su genética para seguir estando. Siempre quiso conocer cuál era su situación: la información para ella suponía control, y el control era un requisito previo a la esperanza. En su libro La enfermedad y sus metáforas nos habla del viaje del reino de los sanos al reino de los enfermos y de la adquisición de esta segunda ciudadanía.
Su espontaneidad y su impulsividad la llevaron a casarse con el padre de su único hijo a los 10 días de conocerlo: Philip Rieff. No sé si diez días fueron un noviazgo digno para su madre, pero tal vez los ocho años que duró el matrimonio la apaciguaron. De todas formas, poco le habría durado la calma, ya que, a partir de entonces, las relaciones de Susan fueron homosexuales. Entre sus amantes, cabe destacar a la escritora y modelo estadounidense Harriet Sohmers Zwerling, la dramaturga cubana María Irene Fornés y la famosa fotógrafa Annie Leibovitz. La red de Alice Pieszecki, de la famosísima serie The L Word, también entra en acción, pues Harriet Sohmers fue amante de Mª Irene Fornés y Susan Sontag fue amante de ambas. A Annie Leibovitz la conoce cuando ésta la fotografió para la cubierta de su libro El sida y sus metáforas. Y con ella compartió los últimos 16 años de vida y el amor por la imagen. Cabe hacer mención especial al ensayo que, en 1975, publicó Susan (fue traducido al español en 1996 por la editorial Edhasa): Sobre la fotografía.
Su final fue lo suficientemente duro y desgarrador como para pensar en una inocentada, pero lo cierto es que hasta en eso la vida fue original con ella. Susan Sontag nos dejó un 28 de diciembre hace hoy casi siete años. Annie Leibovitz la fotografió hasta el final e inmortalizó así su lecho de muerte. Como bien imaginarán nuestras lectoras, esas fotos de Susan en el ataúd abierto, demacrada, “luciendo” una extrema delgadez, con el pelo corto (que tan poco la caracteriza), reflejada en su rostro la agonía de los últimos meses; sí, esas fotos, causaron una gran controversia. Su hijo expresa así su postura al respecto: […] No habría tenido tiempo de lamentarse, de volverse al final físicamente irreconocible incluso para ella, y mucho menos de ser humillada póstumamente, “monumentalizada” de aquel modo en las imágenes carnavalescas de la muerte en cuanto celebridad que realizó Annie Leibovitz.
La fotógrafa americana, por su parte, afirma que el hijo de Susan le dio su permiso y añade: “Mis retratos de Susan me ayudaron a superar su muerte”. Una historia de amor con un final triste, pero con una trayectoria preciosa en la que compartieron intimidad y trabajo. En el plano amoroso lo compartieron todo, incluido el nacimiento de Julia Margaret Cameron, la primera hija por inseminación artificial de Leibovitz. Susan no se despegó del lado de Annie mientras duró el parto; esta última había entrado en el paritorio cámara en mano para perpetuar la llegada de su primer retoño. En el plano laboral, nuestra novelista neoyorkina ayudó a la fotógrafa a tramar Women: obra de ambas que combina fotografía y ensayo.
Sí, la vida de Susan estuvo marcada por la lucha contra la enfermedad, pero aquella mujer que acusara a la raza humana de ser “el cáncer de la humanidad” durante la guerra de Vietnam, tuvo tiempo también de dirigir películas, obras de teatro, y de dedicar unos años a la docencia, antes de darnos el último adiós.
Qué bueno que saquéis a la luz estos conocimientos tan valiosos.
Os felicito y os lo agradezco enormemente.
Besos