Carmen Tórtola Valencia es uno de los nombres de referencia de la danza de toda la primera mitad del siglo XX. Era medio sevillana medio catalana, y fascinó a todo el planeta. Occidente a un lado y otro del océano, también Rusia, esperaban impacientes sus espectáculos de variedades.
Se convirtió en leyenda al reinventar los marcos de la danza, sumando la sensualidad de la danza del vientre a la intimidad que había aprendido de la gran Isadora Duncan, dotando a la danza de un toque de teatro y de misterio, era capaz de bailar descalza y a la vez introducir en sus espectáculos los trajes más exóticos y lujosos (creados por ella misma). Recreaba en el escenario la atmósfera de Egipto, la India o la América precolombina, lugares que había conocido gracias a su compulsiva afición por viajar.
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Fascinó a muchos de los escritores y demás intelectuales de la época. Rubén Darío la llamaba la bailarina de los pies desnudos. También Pío Baroja y Valle-Inclán, la ensalzaban en sus columnas. Emilia Pardo-Bazán la llamaba “la reencarnación de Salomé”.
También otros muchos la criticaban por ser “contraria a la moral”. Los rumores hablaban de ella como una femme fatale por la que los hombres se suicidaban, ella se reía e incluso echaba leña al fuego inventando diferentes historias para diferentes medios de comunicación. Al final, la mentira es solo otra forma de contar la verdad…
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Tortola nació en Sevilla pero su familia emigró a Londres en busca de un futuro mejor cuando ella tenía 3 años. En la ciudad la dejarían en manos de una familia burguesa para irse a México a seguir probando suerte, por lo que Carmen creció sin sus padres, que morirían al poco de llegar al país transatlántico. Creció en un mundo profundamente culto, en el que de pequeña ya despuntaba diseñando sus propios trajes. (Tortola era conocida por llevar 70 baúles a cuestas por los teatros de todo el mundo, llenos de sus propias creaciones para el escenario).
Comenzó a trabajar como bailarina y un día de 1908 despuntó en el Gaiety Theatre ingles con el musical Havana. Tenía 26 años. Pronto empezaría una gira por Alemania y Francia, donde empezaron a apodarla como La Bella Valencia.
Todos la comparaban con Loïe Fuller e Isadora Duncan. Aunque las tres bailarinas del momento tuvieron relaciones con mujeres, fue Tórtola la que vivió sus amores sin censurarlos. Tal vez quedarse huérfana tan joven le hizo entender que la vida solo es una y que no hay tiempo para perder en adaptarse a los demás.(Ilustración inferior: Dibujo de Tortola caracterizada como Salomé -Ramón Soler, CDMAE).
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Tórtola estaba interesada en el budismo y el confucionismo, y lo compartía sin tapujos. También era vegetariana, tal vez de las primeras personalidades de la historia en hacerlo público.
El drama llegó, como no, con Franco. Ella era entonces una eminencia que había decidido retirarse de la danza por su edad y vivir junto a su pareja, Ángeles Magret-Vila, en Barcelona. Todos lo sabían. Y ella sabía que el franquismo no la mataría por ser quien era, pero no tendría contemplaciones con Ángeles. Escondió todas sus colecciones, actuó el perfil bajo que jamás supo tener y adoptó a su propia novia, -que por cierto ya tenía madre- recurriendo a los mejores abogados del país. “Madre e hija” iban a misa todos los domingos para asegurarse que el franquismo no tuviera excusas para ir contra ellas.
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25 años dedicada al coleccionismo subterráneo y a pintar, todo lo lejos de los focos y la prensa que pudo, para poder seguir junto al amor de su vida, Ángeles, su supuesta hija. El franquismo borró su legado, por “impropio y contrario a la moral”, y es por eso que pocos la conocen, cuando debería retumbar su nombre al lado del de la Duncan. ¿Cuántas han sido borradas como ella?
Ángeles, a su muerto, donó, por petición de Tórtola, todas sus colecciones y obras propias al Museo Antropológico de Cataluña. Muchas de ellas ahora se exponen aquí.
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