Ya no te da pena cuando nos despedimos. Ya no dilatas el momento ni alargas las palabras y miradas para finalizarlas con sentida resignación. Ya no vuelves la vista atrás cuando te marchas, ni me mandas un wassap nada más irte, por si el orgullo había ordenado dejar pasar la oportunidad simplemente por capricho.
Ahora callas mientras yo alargo la verborrea, me miras con ternura y cariño esperando a que termine y me das un beso que no tiene más presión ni pretensión que la debida. Y no has terminado de separar los labios de mi mejilla cuando ya has iniciado tu marcha, que va ligera, sin lastre, sin peso porque ya no deja nada.
No volvería ni loca a nuestra realidad pasada pero sí me gusta visitar de vez en cuando su burbuja, como el que se va de vacaciones y desconecta en la otra punta del mundo. Hay una realidad paralela que tiene nuestro nombre y que sigue intacta, con las sábanas puestas encima de los muebles para que se acumule el polvo sin dañarlos. Un inmueble de viejos ricos que ni se alquila ni se vende, como una habitación vacía en París reservada para un último tango. La música paró, como en el juego de las sillas, y nuestra silla había desaparecido. Tú seguiste participando, yo no pude, la partida me había desplumado y no tenía fondos para seguir apostando. Estoy labrándome un camino nuevo, cualquier día volveré con un traje nuevo, la paz en la mirada y un fajo de billetes frescos que compren el olvido. Mientras tanto, me gustan estos cafés de estación de tren. Con despedidas ligeras de equipaje porque son de viajeros que saben que se volverán a ver, aunque no haya ni fecha ni destino prefijado. Pero es que eso es lo de menos.
Ya no me da pena cuando nos despedimos. Porque seguimos en contacto a nuestra manera, que es la de las postales, viejas, lentas, escuetas. No dicen mucho, pero te has acordado de mí. Y eso es suficiente.
Precioso..
Dios mío!! mi reconocimiento a la persona que describe con tanta paz una realidad que siempre duele.
¡Tremendo! Qué bueno