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Adrienne Monnier y Sylvia Beach, embajadoras de las letras

, publicado el 1 Noviembre 2011

Con tan solo 23 primaveras, Adrienne Monnier abre las puertas de su librería de la rue de l’Odéon, en la Rive Gauche de París. Dos años más tarde, una joven de 30 años se sube a un avión en EE.UU. y deja atrás a un padre rígido simpatizante de la Iglesia presbiteriana y a una madre que le recomienda no tener contacto con hombres. Maleta en mano, emprende su propio viaje rumbo a París, en donde nada más aterrizar descubriría una librería regida por una mujer cinco años menor que ella, quien en seguida conquistaría su corazón.

Así se conocieron Adrienne Monnier y Sylvia Beach: dos mujeres lesbianas y amantes de las letras, que unificarían sus fuerzas para crear el mayor espacio literario de la Europa de entreguerras.

“Adrienne Monnier era una mujer robusta, rubia y blanca como una mujer escandinava, de mejillas sonrosadas y pelo lacio peinado hacia atrás desde la frente. Sus ojos eran muy llamativos, de un azul gris indefinido, ligeramente saltones recordándome a los de William Blake, y su aspecto era el de una persona llena de vida”. Con estas palabras describía Sylvia Beach la primera impresión que le produjo quien se convirtiera en su amiga, socia y amante durante más de 17 años.

Adrienne vivía entonces con su pareja, Suzanne Bonierre, pero el amor anglofrancófono venció contra todo pronóstico. Monnier y Beach dieron rienda suelta a sus pasiones. Así, la librería de Adrienne, La maison des amis des livres, y la que ayudaría a crear a Sylvia, la célebre Shakespeare & Co, lejos de ser competencia, se convirtieron en seguida en dos corazones y un solo latir. El escenario en que tendría lugar este romance humano y literario lo decoraría la rue de l’Odeon de la famosa Orilla Izquierda del París de los años 20 y 30, en donde estuvieron ubicadas la casa de la pareja y ambas librerías. Desde allí, una enfrente de la otra, estas dos mujeres se convirtieron en pioneras y embajadoras de las letras. Adrienne Monnier nos lo relata así en su libro Rue de l’Odéon:

[…] nuestra primera idea era —y sigue siéndolo— que el verdadero comercio de la librería englobara no solo la venta, sino también el préstamo, y que ambas operaciones se ejerciesen en paralelo. Resulta casi inconcebible comprar una obra sin conocerla. Expreso un sentimiento general cuando afirmo que toda persona de cierta cultura experimenta la necesidad de tener una biblioteca particular compuesta por libros que le gustan, que tiene por amigos buenos y fieles.

Ambas eran muy diferentes: dos polos opuestos que ejercían una fuerte atracción entre sí. Adrienne, más cultivada y con un conocimiento del medio mucho mayor en los inicios, tenía una personalidad más pragmática y funcional; mientras que Sylvia resaltaba por su carácter intuitivo. Esta diferencia las hacía complementarias y fue el secreto de su éxito durante los años en que compartieron este fascinante periplo literario.

Las dos librerías aunaron sus fuerzas y apostaron por los nuevos talentos de la época. En ellas se daban cita escritores como Joyce, Hemingway, Prévert, Gide, Proust, Breton y otros muchos. Gracias a la mítica Shakespeare & Co, el Ulises de James Joyce pudo ver la luz, ya que Sylvia se lanzó a la aventura de editarlo en el año 1922, cuando nadie quería ni valoraba al autor, que era censurado en su país. Le regaló los dos primeros ejemplares con motivo de su cumpleaños. El autor, incrédulo y agradecido, dedicó un poema a su librera y editora que comenzaba así:

¿Quién es Sylvia?¿Cómo es? ¿Por qué la alaban todos nuestros escritores? Es una joven y valiente yanqui que, llegando desde el oeste, ha conseguido que todos los libros puedan llegar a publicarse.

Pero ese apoyo incondicional a Joyce casi le costó la vida años más tarde cuando, en 1941, un oficial alemán nazi entró en la librería y quiso llevarse el último ejemplar que quedaba del libro Finnegans Wake, de Joyce. Ante la negativa de Sylvia a venderlo, ésta se vio obligada a desmontar la que fuera cuna literaria y cultural de la Europa de entreguerras, y a poner a salvo sus preciados libros. La osadía le valió seis meses de arresto y fue internada en un campo de concentración.

Éste fue el triste final de Shakespeare & Co, que no volvió a abrir sus puertas al gran público de la mano de su fundadora nunca más. En 1956, una década después de la dictadura nazi, Sylvia Beach relataría sus memorias en su libro Shakespeare & Company, en el que refleja su amor por los libros y la literatura. Supone el fiel testimonio de una mujer que acogió la cultura anglosajona en pleno corazón europeo de principios del siglo XX.

Su alma gemela, La maison des amis des livres, consiguió sobrevivir a la II Guerra Mundial. No así su vínculo sentimental con la que fuera su cómplice y amante durante todos aquellos años. La relación Monnier-Beach concluyó en 1937, año en el que Sylvia viaja, por primera vez desde su aterrizaje en la ciudad del amor, a EE.UU. A la vuelta de este viaje se encuentra con que su lugar había sido ocupado por la fotógrafa alemana Gisèle Freund. Sylvia se muda al altillo de su librería y pone fin así a toda una vida en común.

El trabajo y la dedicación de estos dos enclaves literarios caminaban de la mano, con la mirada fija en un mismo sentido. De esta forma entenderemos que, mientras Sylvia preparaba la edición de Ulisses, en la acera de enfrente se cocinaba su traducción al francés. La maison des amis des livres se había convertido ya en un punto de reunión y encuentro de la vanguardia literaria francesa. Autores como Léon-Paul Fargue, Paul Valéry, Jules Romains y Paul Claudel (hermano de Camille), entre otros, se daban cita en esta casa.

Reflejo fiel del su amor por las letras es la revista Navire d’argent, en la que Monnier albergaba y publicaba a todos los escritores a los que ella misma adoraba. Tan sólo había un único requisito: la calidad literaria. Uno de los famosos que publicó su primer texto gracias a Adrienne fue el francés Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito. En 1926, la revista publica su primer relato, El aviador, en el que recogía sus impresiones sobre sus experiencias de vuelo, con una pluma profunda y rica en matices.

Adrienne Monnier, ferviente defensora de la vida cultural parisina, así como de la causa feminista de la época, se ve gravemente aquejada del síndrome de Ménière, una enfermedad que afectaba sin piedad su oído izquierdo. Los dolores cada vez más fuertes, los zumbidos cada vez más insoportables, las migrañas cada vez más acusadas y una enfermedad que se mostraba inflexible ante cualquier tipo de tratamiento, hicieron que el 18 de junio de 1955, con 62 años de edad, nuestra librera tirara la toalla y pusiera fin a su vida.

Como legado nos dejó un pequeño volumen de sus poemas, que aún hoy permanece en la sombra y el anonimato, y Rue de l’Odéon, en donde recoge sus memorias y nos resume lo mejor que pudo tres décadas de dedicación y amor exclusivos a las letras:

Treinta años de vida literaria es todo un mundo. Hoy no han podido echarle más que una ojeada. Me ha costado lo suyo seleccionar un pequeño botón de muestra, al que me he esforzado por darle algo de coherencia, un poco de sentido y cierto aire festivo.

Sylvia Beach vivió hasta 1962 (siete años más de la que fuera su amiga del alma) y sus restos descansan hoy en el cementerio de Princeton.

Más información:

Sylvia Beach aparece en el documental Les heures chaudes de Montparnasse, de Jean-Marie Drot.

 

 

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