Tu teoría es cierta. Te duele porque estabas enamorada.
Pero solo parcialmente cierta.
En la deriva de la relación de pareja y en nuestra manera de sobrellevar una ruptura, influyen muchos factores, no solo el amor que sintamos. Nuestra autoestima, la dependencia, nuestras experiencias pasadas, nuestros miedos y también nuestros patrones vinculares.
Las trampas del ego
Es muy humano que, en una relación amorosa que nos lo esta poniendo difícil, la primitiva imposición que tiene nuestro ego de “ser elegido” despierte y nos enganchemos al juego de “una de sal y otra de arena”.
El mismo resorte se activa si te dejan, sobretodo si es inesperadamente. Aparte del sufrimiento propio de tu amor y tu expectativa, sentirás un profundo golpe en tu autoestima. Te sentirás, profundamente, “no elegida”. Sobre todo si hay una tercera persona. En ese caso el ego posará su atención en la susodicha y caerá en la peor de sus trampas: Compararse. Rápidamente llegará a conclusiones tipo “es que ella es mejor X que yo”, o “no he sido suficiente para ella”. Son solo creencias, que suelen emerger por asociación con creencias previas. No son ciertas en absoluto, porque no hay dos personas ni dos momentos comparables, sino sinergias y gustos.
Pero el ego se engancha a ese tipo de conclusiones y, por si fuera poco, las generaliza a los otros campos de nuestra vida. Así, la ruptura se hace verdaderamente difícil.
La buena noticia a este respecto es que la experiencia y el trabajo personal ayudan al ego a poner perspectiva y cesar el autocastigo.
Las expectativas
Nos sirven para planificarnos, dirigirnos hacia nuestros objetivos y sobretodo, vivir en paz en el presente presintiendo un futuro seguro y prefijado. Las expectativas son necesarias.
Sin embargo la vida es imprevisible y, sobre todo en nuestra cultura, nadie nos enseña a contemplar el cambio ni a prepararnos para caminos inesperados y desconocidos. De ahí que toleremos tan mal que no se cumplan nuestras expectativas. Cuanto mas hemos proyectado en la relación, mas duele la ruptura, estemos enamoradas o no.
Apostar todo a una expectativa implica que cualquier otra cosa que ocurra será considerada como una jugarreta del destino. Cuando la expectativa de que “esta relación es la única posible para mi” tiene tanto peso, enfrentarse a su cancelación se hace muy arduo.
Además, en muchos casos, las convenciones sociales se asumen como expectativas propias, tipo “ya tengo edad de tener hijos”, “todas mis amigas están casadas, debería tener novia”, etc. Estas expectativas introyectadas nos llenan de angustia, al ofrecernos solo una opción vital aceptable, en una vida que sigue teniendo el mismo componente de incertidumbre que cuando teníamos 20.
Las expectativas se viven como verdades incuestionables y, sin embargo, ¡cuantas veces hemos oído, o hemos dicho, que aquella ruptura tan horrible fue finalmente una bendición! Solo el paso de los años nos permite ver que los desenlaces que nos impuso la vida no eran tan malos como parecían, sino todo lo contario.
Nuestros primeros vínculos
Los primeros vínculos de nuestra vida, generalmente con padres y hermanos, nos enseñan a “amar”, a su manera. Años después, sobretodo en la pareja, se reviven estados que desde aquellos primeros años no experimentamos. La fascinación, la fusión, la decepción, o la desesperación.
Nuestros patrones de comportamiento en pareja derivan en gran medida de nuestras vivencias más antiguas y estructurales. Es por ello que cuesta tanto cambiar nuestros patrones de conducta en pareja, aun cuando logramos cambios trascendentales en trabajo, amigos o familia.
Durante los primeros años de vida, el niño idealiza inevitablemente a sus mayores, sean padres, abuelos, o hermanos. Ser elegido y validado por ellos es una necesidad tan básica en el pequeño como comer o respirar. Es en esos primeros años cuando viene la angustia de separación, y sentimos que somos abandonados a una deriva insoportable cada vez que se van nuestros referentes. Mas adelante viene la decepción, pues la vida nos demostrará que nuestros mayores no son perfectos. Esa decepción será crucial para que se desarrolle en nosotras una identidad individual, pero será muy dolorosa.
Toda esta introducción para explicar que, cuando nos enamoramos, el proceso de idealización es muy parecido a cuando niñas. Y cuando la relación se degrada, la vivencia de la decepción o el abandono, también lo son. Cuando sentimos en una ruptura que morimos, que nos quedamos en el abismo, reactivamos una sensación experimentada en el pasado, posiblemente ya olvidada. Una sensación de desintegración, de fin del mundo. Si en nuestros primeros vínculos se dieron situaciones de gran desamparado, es probable que en las primeras rupturas de pareja se reactiven esos picos tan altos de desesperación.
Lo positivo de todo esto es que superar con éxito la ruptura y reencontrarnos a nosotras mismas en el proceso, nos puede ayudar a integrar y sanar esas primeras heridas.
En definitiva, es imposible superar sin dolor una ruptura, pero si conseguimos discernir qué parte de nuestro sufrimiento proviene del ego, de nuestras expectativas, y de nuestras heridas pasadas, el proceso será mucho más llevadero. Respecto al amor que sentíamos, nuestro aliado será el paso del tiempo, y es una suerte, porque el tiempo nunca se detiene.
Rocío Carballo