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Pasiones bajo el velo

, publicado el 1 Abril 2011

Son mujeres, musulmanas y, además, lesbianas. Nacieron en un país machista, en una cultura radicalmente patriarcal y en una sociedad homófoba por excelencia. Sin embargo, ellas pusieron su vida en peligro por amor y dieron rienda suelta a la pasión que sentían por otra mujer. Adivinar sus nombres no ha sido fácil, ya que pasaron de puntillas por la Historia. Este mes rescatamos a Kérimé Turkhan-Pachá y a Amina Bakalia en representación de todas las mujeres musulmanas y lesbianas del siglo XX.

Dilucidar sus vidas es complicado. Tenemos referencias de ellas a través de sus amantes. Al menos ése es el caso de Amina Bakalia, alias Cherifa. Marroquí, analfabeta y empleada doméstica: ninguna de estas cualidades supuso un obstáculo para conquistar el corazón de, nada más y nada menos, la escritora Jane Bowles, autora de la novela lésbica Dos amantes muy serias.

De Cherifa se han llegado a decir verdaderas barbaridades. Conoció a Jane en 1947, una época en que la escritora judía atravesaba un mal bache: las drogas y el alcohol se habían convertido en fieles compañeros y su autoestima carecía de la fuerza que la caracterizaba. La ciudad de Tánger fue el escenario testigo de este romance. Cuentan que Cherifa se aprovechó de ella. Entró en su vida como criada y poco a poco se fue haciendo un hueco como amante. Por aquel entonces, Jane tenía bloqueada su inspiración y sentía pánico ante una página en blanco. Su trayectoria como escritora estaba amenazada por la depresión y el deterioro físico. Cherifa pudo haber sido una interesada, o no; su objetivo pudo haber sido heredar la casa de Jane, o no; lo cierto es que entre estas dos mujeres se entretejió una historia de amor de las que dejan huella. La criada marroquí, la musulmana analfabeta, la amante incondicional, se mantuvo firme a su lado. Amina tenía un carácter fuerte, un aspecto duro —en ocasiones maquiavélico—, pero fue la única que permaneció al pie de su cama durante los años de enfermedad que sufrió Bowles; hasta 1973, año en que se apaga su vida. Está claro que el corazón no entiende de clases ni de religiones. Su educación, su moral y su cultura la condenaban; sin embargo, ella permaneció firme y arriesgó su vida por el amor a una mujer.

De Kérimé Turkhan-Pachá sabemos algo más porque mantuvo con la poeta británica Renée Vivien una intensa relación epistolar. Kérimé vivía en Constantinopla y era la esposa de un diplomático turco. En 1904 cayó en sus manos un libro de Renée Vivien (Evocaciones, según recordaba). Kérimé, cautivada desde muy temprana edad por la poesía y la musicalidad de la lengua francesa, no pudo evitar rendirse ante cada uno de sus versos. Gracias a un librero de la ciudad de Pera, consiguió todos los volúmenes que hasta la fecha había publicado la poeta. Tras su lectura, volvió a producirse el milagro: el espíritu de Renée se convirtió en un espejo del suyo y se sintió fascinada por su escritura, por el arte con que dominaba la palabra y le daba forma. Ella lo definiría así:

No sólo la revuelta latente y la tristeza eran como un imán para mi sangre. Había también otro aspecto que entonces yo dejaba en la penumbra y sólo me confesaba a medias, pero que, visto desde hoy, sé que actuó con un magnetismo aún más poderoso: su clara y diáfana afirmación de los amores femeninos.

Kérimé, una mujer culta y de una educación erudita al estilo francés, quedó atrapada en los encantos de Renée. Movió hilos, consiguió sus señas y le escribió. “Mi carta era un reclamo, una llamada imprecisa y abierta hacia lo desconocido. Renée, para mí, no tenía rostro. Sin embargo, me parecía conocer su alma quizá mejor que la mía” , reconocería con el tiempo la princesa turca. Tras su velo nacía una pasión prohibida que crecería irremediablemente con el tiempo.

En su primera carta, movida por la curiosidad de ponerle rostro a la autora de aquellos poemas, le pidió una foto. La respuesta de Renée fue rápida, rotunda y en su línea poética y bohemia:

Me pide muy amablemente mi fotografía. No soy nada vanidosa, ¡oh, muy exquisita Desconocida!, y no tengo ninguna para enviarle; preferiría verla moldear la imagen de mí que más le gustara. Adórneme con sus sueños. Así saboreará más plenamente aquello que cada uno desea y busca en la amistad y en el amor: su propia quimera. De este modo seré para usted el reflejo de su propia belleza.

Nos cuenta Kérimé que de este modo empezó todo. Pasaría un año antes de que tuviera lugar el primero de una serie de encuentros clandestinos. En cualquier caso, la historia de amor de estas dos mujeres transcurriría a través de las cartas: kilómetros de tinta fueron testigos de la pasión intelectual y, posteriormente, física que las unía. Compartieron tres años de fuego, celos, alegrías, lágrimas y, sobre todo, deseo. La correspondencia y los encuentros se fueron dispersando en el tiempo, hasta la muerte de Renée a la escalofriante edad de 33 años.

“Mujeres del siglo XX” rinde homenaje a las lesbianas musulmanas de ese siglo a través de estas dos pasiones orientales: velos bajo los que se escondieron sueños prohibidos.

Más información
Mirales, Mujeres del siglo XX, Julio 2010

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